El 4 enero de 1824 desembarcó en Buenos Aires una misión pontificia encabezada por monseñor Juan Muzi, arzobispo de Filipos y vicario apostólico en Chile, a quien acompañaban el auditor Juan María Mastai Ferretti y el secretario José Saltusti, hecho del que el año próximo se conmemorará el bicentenario.
Quedaron numerosos testimonios, de estas tres personas. A Mastai no le gustó para nada el puerto: “No es sino una miserable rada, sin la comodidad de un muelle para desembarcadero, las carretas se internan en el Río y recogen y ponen en tierra a personas y equipajes”, sin embargo elogió el “carácter de los habitantes…”, reseñó.
No es el caso narrar la acogida que tuvo por parte del gobernador Martín Rodríguez y de su ministro Bernardino Rivadavia, a quien Mastai definió como “el principal ministro del infierno en Sudamérica”. Ni Rivadavia ni Mariano Zavaleta, que se hallaba al frente de la diócesis porteña, reconocieron a Muzi oficialmente, por lo que los enviados decidieron seguir inmediatamente rumbo a Chile por tierra, cruzando nuestro país.
De este viaje hay varios datos, pero vamos a detenernos en la opinión de Mastai. El 16 de enero de aquel 1824 los enviados partieron de Buenos Aires a la 9 de la mañana, rumbo a Morón, despedidos por “gran multitud de pueblo, que sentía vivamente las extravagancias de su gobierno y manifestaba a los enviados pontificios la más sincera adhesión”. Mastai le escribió a su madre: “Seguimos el camino de las postas en dos carrozas y un carricoche con los colchones y baúles. Éramos en todo seis chilenos, nosotros tres y dos criados”.
Observador atento así describió el vehículo: “Estaba guarnecido por fuera con cueros de buey; los cuáles abundan tanto, que aun para atar las empalizadas se los utiliza”. Y le llamaron la atención los postillones: “Son siempre los mismos en todo el viaje, dado que las postas no pueden suministrar tanta gente, y solo facilitan al que sirve de guía y trae de vuelta los caballos”. No deja de observar la alimentación en el trayecto: “son tantos como los caballos…, y hay que darles alimento y saciarles el apetito que no es corto; en doce personas se comen por día cuatro ovejas que, cuarteadas, clavan en un hierro o a un palo, cuecen desprovista la carne de todo condimento, y comen luego sin una migaja de pan”.
A veces los animales quedaban exhaustos por las distancias recorridas y su ínfimo valor, y observó que por el camino conoció “cuan poco interesaba la pérdida de un caballo; como que poco después de haber dejado la posta cayó muerto uno de ellos, y el viaje continuó sin que los postillones experimentasen agobio, dado que la pérdida no era mayor de tres escudos o de tres escudos y medio lo más: tan poco vale un caballo común”. Todo ello lo atribuyó a la manía de galopar de los postillones, lo cual hace “a estos animales más bien enclenques y que en los viajes mueran con frecuencia”.

El detalle de la campaña, las postas, lo recuerda con “cuatro o cinco ranchos de adobes cubiertos de paja, el uno muy cerca del otro, rodeados por lo general de un foso y con empalizada de tunas a manera de trinchera, para tener en jaque a los indios con armas de Fuego”, según le escribió a su madre Caterina Solazzi. El descanso y la cena en estos lugares le resultó de “increíble mezquindad a estas dos exigencias de la naturaleza”.
Juan María Bautista Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti, miembro de una noble familia italiana volvió a su país, donde siguió su ministerio pastoral. El 16 de junio de 1846 fue creado Papa con el nombre de Pio IX, el primero en acceder a la Catedra de San Pedro que recorrió nuestras tierras, como lo dijimos hace casi dos siglos, que celebró misa en la iglesia de Luján y dejó estas y otros interesantes comentarios.
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación