Se cumplen hoy 202 años del nacimiento del general Bartolomé Mitre. Figura consular del país, su jubileo el 26 de junio de 1901 dio motivo a no poca cantidad de fiestas, celebraciones, acuñaciones de medallas. En una palabra, la apoteosis que pudo ver en vida.
En la biografía del doctor Antonio F. Piñero que acaba de publicar su pariente Pablo Santiago Piñero, encontramos no pocos datos sobre la relación entre el paciente y su médico, pero ha rescatado en el anexo un artículo publicado en la revista “Caras y Caretas” en el suplemento dedicado especialmente al general el día de su jubileo en 1901 con el título “Fisiología del general Mitre”.
El facultativo, destacada figura de la medicina argentina y reconocido como uno de los grandes iniciadores del estudio de la salud mental de su tiempo por el doctor Osvaldo Loudet, pertenecía -podemos decir- a la intimidad del general. Su padre don Juan Piñero, dedicado a las tareas rurales en lo que había sido la Guardia de San Salvador de los Lobos, había nacido lo mismo que Mitre en 1821, y se vinculó al general gozando de su amistad y confianza; sin que ello fuera obstáculo para tenerla también de su adversario en lo político Adolfo Alsina. El doctor Pinero conocía no solo el cuerpo sino también el alma y la psicología de Mitre y escribió esta semblanza del hombre público, que en lo que hace a su salud en ese momento resulta de especial interés:

“Cuanto mayor es la resistencia a la fatiga más grande es la capacidad para el trabajo, y a este respecto el general Mitre representa el tipo fisiológico de temperamento más completo que he conocido. Resiste á la fatiga como al tabaco habano. ¡Figura al lado de los más infatigables obreros del pensamiento! Ha podido leer y escribir hasta doce horas por día por espacio de 6 meses, sin más interrupción que el tiempo destinado a las comidas, y sin que la fuerza de la atención declinara en tan larga jornada, sin manifestar un solo signo de cansancio, ni siquiera un bostezo, que es el fenómeno característico que aparece así que la atención se cansa.
Si alguien ha visto al general Mitre inactivo, sin hacer alguna cosa, si lo ha visto bostezar o apoyarse en algo en actitud de reposo, espero que tenga la bondad de avisármelo. Hace mucho tiempo que el general Mitre es para mí un tema interesante de estudio en este sentido. Cuando partió para Europa, lo he visto soportar una tarea que dejó postrados a todos los que nos limitamos a admirarlo. ¡Pasó ocho días bajo la influencia de todas las causas de la fatiga, vigilias prolongadas, la contención psíquica, intelectual y emocional en que lo mantuvieron las ovaciones continuas del pueblo y de asociaciones múltiples de esta ciudad, y todas estas agitaciones terminaron después del séptimo día en la grandiosa recepción que le hizo el pueblo uruguayo, obligándole a desembarcar en Montevideo, recorrer las calles de la ciudad y a pronunciar ocho discursos en el espacio de dos horas! ¡Y todo sin manifestar el menor signo de cansancio!
El general Mitre no ha sido un niño pródigo, ha tenido, por el contrario, una infancia asaz precaria. De aspecto débil, enclenque, parecía destinado a extinguirse en corto plazo bajo el peso de una enfermedad consuntiva que ha sido una de las tantas luchas y triunfos que su vigorosa organización ha obtenido sobre los peores enemigos de la salud y de la vida. Si el organismo del general Mitre hubiera sido estudiado con el criterio con que actualmente se estudia en el soldado la aptitud para el servicio militar, mediante la apreciación del perímetro torácico y del peso del cuerpo con relación a la talla, habría resultado de una incapacidad manifiesta, ante esa técnica inepta que confunde el valor físico con el valor fisiológico del hombre, que ignora que el ‘incorpore sano de la mens sana’ de la escuela de Salerno no se refleja en la piel ni en el aspecto de las personas; que es algo más profundo y radical en el organismo; que está en el sistema nervioso.
Hay hombres que por su brillante aspecto, por el desarrollo y la potencia de su sistema muscular parecen prodigios de fuerza y de salud y que no obstante tienen un sistema nervioso pobremente dotado y carecen de capacidad y resistencia para el trabajo intelectual y aun físico, mientras que hombres célebres en las ciencias y en las artes, como Darwin, Pascal, Leopardi, Virgilio, con todos los signos exteriores y morfológicos de la más absoluta debilidad constitucional, han asombrado al mundo por el vigor y la extensión de su genio. Los que juzgaron al joven Bartolomé Mitre ateniéndose únicamente a sus apariencias de debilidad, sin tener en cuenta el factor fisiológico, no pudieron creerlo dotado de la potencialidad de desenvolvimiento moral e intelectual, que le ha permitido desarrollar durante sesenta años, la acción más vasta y fecunda en la vida pública, que registran los anales de la historia argentina soportar las fatigas más rudas, todas las intemperies en el ejercicio de la vida militar, los sufrimientos que han debido infligirle a una conciencia tan pura como la suya los azares de la política y la injusticia, a veces implacable, de los hombres, y, lo que es más sorprendente todavía, sobreponerse a la suma tan grande de peligros tan graves, que el médico que los estudia con el criterio científico actual no se explica cómo ha podido salvarse una vida asediada por tantas causas de muerte, para ofrecernos hoy a los ochenta años el ejemplo de la más robusta longevidad.
Entre los hombres célebres cuyas aptitudes psíquicas se conocen por su producción intelectual y por su acción secular y múltiple como estadista y militar, el general Mitre ofrece el contraste más completo entre la aparente debilidad y esa prodigiosa capacidad para el trabajo, patrimonio de los seres privilegiados que, si no están exentos de la dura ley de la fatiga, realizan en cambio una gran tarea diaria sin debilitarse y producen con pasmosa rapidez, firmeza y novedad de resultados.
Todo el mundo conoce el caso de Chevreul, el centenario, pero por mi parte ignoro que exista el caso de un octogenario intelectual, en el buen estado de salud y conservación mental del general Mitre, que se haya desarrollado en condiciones tan desfavorables y cuya existencia haya sido comprometida tantas veces por los agentes más mortíferos. El general Mitre como militar ha estado más de una vez en contacto con la muerte. El 53 recibió en el centro de la frente una herida de bala, cuya amplia cicatriz conserva, y que el médico no puede explicarse cómo no produjo la muerte inmediata, y mucho menos cómo se salvaron después de un traumatismo tan grave del cerebro anterior, las facultades y el equilibrio de su vigorosa inteligencia.
Pero no es en los campos de batalla, defendiendo el honor y los intereses de la nación, donde el general Mitre ha tropezado más veces con el peligro, sino defendiendo la salud pública y del soldado en el foco de las epidemias más graves, que azotaron esta ciudad y su ejército, en los esteros del Paraguay, contaminados por todos los gérmenes del exotismo malsano. El general Mitre ha tenido cólera, disentería de los países cálidos, fiebre amarilla y ha tenido, pues, que defenderse de los microbios de las enfermedades más mortíferas, seguramente más numerosas, más tenaces, más diversas en sus procederes de ataque, más ingeniosas en su acción que el más formidable ejército de la tierra.
No creo que Chevreul hubiera sido centenario, ni octogenario si hubiera tenido que pasar por tantas vicisitudes y peligros. Otro hecho digno de notarse en la psicología de esta vasta personalidad es que en los momentos más difíciles, de mayor confusión y apasionamiento en la vida política, en las peripecias más afligentes y angustiosas de la batalla, en los dolores íntimos ó irreparables de su hogar, en ningún instante de tan prolongada y azarosa lucha ha perdido el dominio de sí mismo. Su ecuanimidad, su extraordinario buen sentido su buen humor inalterable, son pruebas psicológicas de que su vigoroso cerebro no ha sufrido nunca los efectos del agotamiento, ni ha vacilado bajo el peso de la magna tarea, porque tales calidades son absolutamente incompatibles con el cansancio cerebral.
El cansado es siempre irritable y explosivo. Le falta el resorte de la voluntad que en el general Mitre no ha flaqueado nunca. Desde el punto de vista psíquico presenta todos los caracteres más importantes del hombre superior; la capacidad para el trabajo, la fuerza de atención, la voluntad vigorosa, el incentivo de una curiosidad insaciable, el amor a los grandes horizontes, a las altas cumbres y el poder de ver claro al través de la bruma, cuando las inteligencias comunes se confunden y desorientan. Fisiológicamente, su organismo, aparentemente tan débil, está dotado de medios invencibles de defensa, de una formidable fagocitosis, esa función tan importante como la respiración o la circulación de la sangre, que Metschnikoff ha descubierto en la profundidad de los tejidos y a la que el general Mitre debe el haber salvado su vida de tantos y tan graves peligros.
Los fagocitos o micrófagos del general Mitre han vivido en perpetua lucha con los peores enemigos de la vida y se han digerido el bacilo de la tuberculosis, el del cólera, de la disentería grave, y de la fiebre amarilla.
¡Bravo a esos micrófagos! A los ochenta años el organismo que ha sino teatro de tan terribles luchas visibles é invisibles. microscópicas en el campo de batalla y del trabajo intelectual, se conserva apto para las más elevadas funciones, con una fuerza de asimilación cerebral que asombra. La insenescencia o senilidad no es un proceso sujeto a reglas fijas como erróneamente se piensa. La vejez sigue en cada organismo la línea de menor resistencia y cada individuo envejece según leyes diversas de sucesión. Unos envejecen primero del cerebro, otros de los vasos del corazón, etc.
De este punto de vista el general Mitre importa una gran excepción o un retardo anómalo de la vejez. La abundancia y color de sus cabellos aun no completamente encanecidos, el color del cutis, la perfecta transparencia de la córnea, sin arco senil, el excelente estado de la visión y de todos los órganos en los que habitualmente se deposita el moho de la vida, las funciones de nutrición, la cantidad de alimentos que digiere y asimila, todos los caracteres morfológicos y funcionales del estado actual de su organismo, demuestran que en este la insenescencia no ha depositado aun una sola mancha, que no hay involución, sino statu quo, en una palabra que la parte más noble y delicada de su maravillosa organización: el sistema nervioso, se mantiene limpio, sano y de aquí que su alma, que fisiológicamente, es la síntesis de las funciones afectivas, intelectuales y motoras, se conserve tan fuerte y pura.
El rasgo más saliente de su organización psíquica es su grandeza moral, que se traduce en la elevación de su carácter, en la continuidad de su conducta orientada hacia el bien público, en su absoluto desinterés y en su alta moralidad. Conserva las calidades de su bello carácter, una
sorprendente asimilación cerebral. Lee un libro con una rapidez asombrosa y lo sintetiza con
admirable fidelidad. A este respecto conozco otro ilustre longevo, intelectual, el Dr. Vicente Fidel López, gloria de las letras argentinas y modelo de carácter viril y altivo. El rasgo esencial de su personalidad es —repito— la grandeza moral, — es sobre todo un grande hombre: y este es el secreto que explica por qué la familia argentina anarquizada y dividida encontró en Mitre su centro de unidad.
Es también su grandeza moral la que podrá explicarnos en el día de hoy el espectáculo único de un grande hombre ‘llevado en triunfo sobre los corazones’—según la bella expresión de Shakespeare-. El jubileo de Mitre importará el ejemplo más saludable para la juventud y la alegría más profunda y generosa de la vida para el pueblo entero”.
Estas páginas que Pablo Piñero ha rescatado en la biografía del ilustre médico sobre el general Mitre y reproducimos, es un documento de notable valor con el cual Antonio F. Piñero “el embajador argentino de la salud” cobra nueva relevancia, lo mismo que su ilustre paciente.
*Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.