Por Carlos Tonelli
Durante casi 30 años, en el medio de los Alpes suizos, Davos ha sido la cara de una globalización que funcionaba.
En los noventa fue el lugar donde por primera vez vi el impacto de la revolución digital. Era un lugar donde uno podía encontrarse con Nelson Mandela y Frederik de Klerk o Yasser Arafat y Shimon Peres, de cerca y lejos de Sudáfrica o Medio Oriente.
También fue allí donde las nuevas democracias de Europa del Este dieron sus primeros pasos en la economía de libre mercado y donde los países emergentes pudieron encontrarse con inversores internacionales.
Creo que esa época terminó.
El mundo de ensueño de Davos, el mundo del libre flujo de bienes y capitales, el mundo de las cadenas de suministro globalmente integradas y la tecnología diseñada para el bien común, se ha topado con peligros que no predijo o no pudo predecir.
El mundo se ha fracturado, los muros han resurgido y la edición de 2023 se celebró en el mismo continente que la primera guerra de alta intensidad en Europa desde 1945.
La última iniciativa verdaderamente notable de Davos seguirá siendo su error histórico: la alfombra roja extendida al líder chino Xi Jinping en 2017 para permitirle presentarse como el salvador del sistema global de libre comercio.
Fue un movimiento inteligente pero equivocado frente a la evolución del poder chino.
El Covid y las rivalidades geopolíticas en el mundo han expuesto la caducidad de aquel modelo de globalización.
Davos acompañó el surgimiento de China como “la fábrica del mundo” en su capacidad de proporcionar bienes baratos para la exportación, pero no vio la creciente necesidad de regionalización de la producción, y de “desacoplamiento” con China en tecnologías sensibles.
El Foro es como un dibujito animado que sigue corriendo cuando el suelo desaparece bajo sus pies, solo para darse cuenta demasiado tarde de que está corriendo en el vacío.
La reunión anual en el resort suizo sigue siendo una buena oportunidad para establecer contactos para las grandes empresas, pero ha perdido la brújula de la globalización que alguna vez representó con deleite y ganancias.
Paradójicamente, los alter-globalistas, cuya retórica había estado en oposición directa a la de Davos, también han experimentado una pérdida simultánea de relevancia: la sociedad paralela que habían promovido se ha quedado sin aire.
Estamos atrapados en un punto de inflexión inquietante.
El cambio climático y la geopolítica actual lo dejan muy claro.
¿Cómo será nuestra relación con China 🇨🇳 dentro de tres o cinco años? ¿Cuál será el impacto de nuestras decisiones, o no decisiones, sobre el clima? Y lo más urgente: ¿cómo influirán en nuestro mundo los diversos escenarios de la guerra en Ucrania?
Davos no proporcionará las respuestas a estas preguntas existenciales: ya no es su función.
Lo que queda por hacer es inventar un tipo diferente de Davos para el siglo XXI que sea menos elitista, más inclusivo. Creo que simplemente más humano