Fernando Andrés Sabag Montiel, alias “Salim” o “Tedi”, es el nombre del atacante de la vicepresidenta Cristina Kirchner, un ciudadano naturalizado argentino pero de nacido en Brasil de 35 años que, según información se desprende de su perfil de Facebook, sería adherente a alguna organización neonazi.
Sin embargo, el testimonio de un amigo de su adolescencia, Mario, recogido en un programa de televisión abierta este viernes, comienza a arrojar luz sobre el cuarto intento de magnicidio desde el regreso de la democracia (los otros tres ocurrieron durante -e inmediatamente después- del gobierno de Raúl Alfonsín).
Así relató Mario como conoció a Fernando: “Me lo encontré en la parada del 109. Me acuerdo que era un día de verano que yo estaba por ir a buscar a mi vieja y justo nos encontramos”. Y luego reveló que le dijo que le debían plata “un grupo de peruanos y que le faltaban quince lucas para comprar un fierro en la villa”. Dijo que no le sorprendió este pedido porque era habitual que estuviese envuelto en problemas. “Quería apretarlos para que le den ese dinero, supuestamente más de 100.000 pesos”, continuó. Por lo que solía contar, algunos de sus amigos creían que era un mitómano y recordó que aquella vez le contestó que no le interesaba “andar en cosas turbias”. Cuando la conductora del programa le preguntó qué tipo de propuestas solía hacerle, Mario abundó: “Para que se den una idea, algunas de las cosas que me dijo es que tenía tres autos, también que tenía un inquilino que vendía marihuana en cantidad, que si le podía conseguir clientes”. Además explicó que desde los 18 años Fernando “se aferró mucho al evangelismo, y buscó otros grupos de pertenencia”, pero desde entonces mantuvieron un contacto esporádico por ser vecinos. Pero Mario se reservaba algo más. Atribuyó una presunta exacerbación de su personalidad al duelo por la pérdida de su madre: “Desde que la mamá falleció hace algunos años, él era un marginal que no tenía nada que perder; y por eso a algunos nos sorprendió y a otros no, esto que pasó”.
Cuando una panelista quiso saber si creía si Sabag Montiel quería asesinar a la Vicepresidenta, la contestación los sorprendió a todos en el piso: “Yo creo que su intención original era matarla sí, pero lamentablemente no ensayó antes”. (Después se produciría una suerte de escandalete y una toma de posición del programa en contra de esta parte del testimonio, la menos importante).
Para su amigo de la juventud, Fernando “nunca fue un mal tipo” con ellos, “de hecho nosotros fuimos malos con él, que quería pertenecer y nosotros no le dábamos la oportunidad”. Resulta claro que no parece tratarse de un integrante de alguna organización terrorista, sea orgánico o inorgánico.

El intento de ataque a la titular del Senado inició una causa judicial, como es debido. La jueza federal María Eugenia Capuchetti tiene ya en su poder la profusa información que Sabag Montiel subía a sus redes y el contenido de su celular. De la primera ya se ha filtrado casi todo. Descontando desde ya la honestidad de la magistrada, se puede decir que está a salvo esa información clave. Si el detenido es “un marginal sin nada que perder” pudo haber actuado solo, por su impulso, con o sin motivación; o pudo haber sido contratado para hacerlo, o inducido, por terceros, con motivaciones políticas o sin ellas.
Para los que sospechan de todo y de todos en estas circunstancias –los periodistas, por ejemplo, porque está en la raíz de nuestro trabajo hacerlo-, el ataque a CFK es producto de la confluencia de varios factores, entre ellos la exacerbación del clima de enfrentamiento político que atraviesa la sociedad argentina desde hace tiempo. Teniendo en cuenta el perfil del agresor, sus apariciones previas en Crónica TV lo ubican más cerca de Zulma Lovato que de un supremacista blanco). “No es un profesional, está claro, pero pudo ser enviado por profesionales que buscaban un efecto de conmoción pero controlado: por eso el arma no estaba registrada, tenía balas pero ninguna en la recámara”, analizó ante este cronista un exjefe operativo del ahora desmantelado servicio de inteligencia local. Otro agente extranjero en actividad que estuvo destinado en el país hasta 2020 coincidió casi completamente con la otra fuente. “En las condiciones de disolución en que se encuentra el aparato de seguridad en Argentina, por razones económicas –presupuestarias- y políticas, no es difícil cometer un magnicidio. Ahora la clave está en la declaración del detenido. Y en el rol de la jueza”, anticipó.

Para que no ocurra un caso Nisman “al revés”, asumiendo que la muerte del controversial fiscal del caso AMIA no haya sido un suicidio –inducido o no-, el nuestro es un país con demasiadas “operaciones negras” de inteligencia que se convierten en puntos de inflexión en crisis políticas, tanto internacionales como domésticas –Modart en 1988, La Tablada al año siguiente, embajada de Israel en 1992, AMIA en 1994, 19D en 2001, por mencionar solo las más resonantes–, todas con motivaciones más o menos claras, con autores intelectuales más o menos notorios, y con beneficiarios y víctimas, de los oscuros y de los transparentes.
Las sospechas sobrevuelan el ambiente político. Un gobierno débil, a la defensiva, atravesado por una interna feroz, se abroqueló alrededor de la jefa del Frente de Todos al punto de diluirse por unas horas esas notorias diferencias que amenazan con desplazar del poder al peronismo. Es un madero en medio de la tormenta. Y en esas circunstancias, a nadie le importa quien tiró la tabla al agua. Menos por qué.
Lo que comenzó hace diez días con el pedido de condena a 12 años de cárcel para la presidenta del Senado en la causa Vialidad se fue convirtiendo en un “casus belli” que pasó del “cristinismo duro” –sin demasiado entusiasmo en el resto del FdT hasta el viernes– a todo el peronismo, con la propia Cristina volviendo a enarbolar las banderas del justicialismo de las que hace tiempo se deshizo. Y con su hijo agitando con irresponsabilidad el enfrentamiento con los sectores más rancios de la oposición, exacerbando la grieta y mencionando que esos “gorilas” no pararían hasta ver “un peronista muerto”.
Con el paso del tiempo se verá si el intento de magnicidio le sirvió al oficialismo como una escalera para subirse al ring o fue un capítulo más en la decadente “sitcom” en que se ha convertido la política doméstica.
En estos casos no hay que ir a buscar a los responsables jurídicos detrás del ataque, si los hay. Está a la vista el caldo de cultivo en el que produjo. Y quiénes son sus responsables políticos, por acción y omisión.
PD: Habrá que reconocer que Horacio Rodríguez Larreta estaba en lo cierto cuando pedía mesura y se negaba a ceder a los “ultras” de su espacio la iniciativa política. Está claro que sabe con qué bueyes ara, pero en la Argentina de hoy la moderación no “garpa”, dirían en el barrio.