Grafton, un pequeño pueblo en el noreste de Estados Unidos, fue a principios del siglo el escenario de un experimento político sin precedentes: un grupo de libertarios se instaló allí y puso en marcha sus ideas, reduciendo las regulaciones e impuestos con el propósito de probar que la intervención gubernamental es opresiva y produce pobreza; mientras que si se deja a la sociedad actuar por su cuenta florece y es capaz de autorregularse.
Sin embargo, a la vuelta de unos pocos años la localidad del estado de New Hampshire, fronterizo con Canadá, es conocida por el drástico deterioro de sus servicios públicos, el aumento de la violencia criminal; y sobre todo por una serie de inusuales ataques de osos negros contra algunos de sus residentes.
Para 2016 el experimento había naufragado y muchos de los libertarios que se instalaron en Grafton se fueron.