Brasil elige al sucesor de Lula

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La candidata del oficialista PT, Dilma Rousseff, busca consagrarse presidenta en la primera vuelta. El principal opositor, José Serra, intenta forzar un balotaje.

Brasil elegirá hoy al sucesor de Luiz Inacio Lula da Silva, el presidentes de origen obrero que llegó al gobierno el 1º de enero de 2004 tras sobreponerse de tres derrotas en elecciones presidenciales y que en dos gestiones consecutivas ha marcado a fuego la historia moderna del país.

Un total de 135.804.433 ciudadanos brasileños están en condiciones de votar en una elección que, aunque hay otros aspirantes, se dirime entre la candidata del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, y el del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), José Serra.

La incógnita es si la candidata oficialista, impuesta a su partido y a la sociedad por Lula, se convertirá mañana en la primera mujer que llega a presidir Brasil o si deberá esperar a la segunda vuelta electoral, convocada para noviembre.

Según los sondeos, a pesar de las denuncias de la oposición sobre hechos de corrupción cercanos al Ministerio de la Casa Civil (equivalente a la Jefatura de Gabinete) que ejerció Dilma Rousseff hasta abril de este año, la candidata oficialista estaría cosechando más del 50 por ciento de los votos, lo que la consagraría mañana mismo como la sucesora de Lula en el Palacio del Planalto.

Serra, quien ya fue derrotado por Lula en las elecciones presidenciales de 2003, sabe que a sus 68 años está frente a su última oportunidad de gobernar Brasil y también que tiene muchas posibilidades de tener que conformarse con haber gobernado San Pablo, el principal estado brasileño, hasta abril de este año, cuando renunció para dedicarse a la campaña.

Dilma, como la llaman hasta sus adversarios, es una economista formada en las ideas de izquierda, que militó en la resistencia a la dictadura, sufrió cárcel y tortura, y luego hizo una magnífica carrera política hasta convertirse, con casi 63 años, en la principal aspirante al Planalto.

Cuando asuma el 1º de enero próximo, si no resulta que todos los sondeos están equivocados, deberá hacerse cargo de un país enorme, donde a pesar de los 8 años de espectacular gestión de Lula persisten enormes y tremendas desigualdades, pero que se ha salida del bloque de los países subdesarrollados para sentarse a la mesa de las grandes potencias del mundo.

También deberá lidiar con el fantasma de Lula da Silva, lo que no es poco. El mandatario dejará el poder con más de un 80 por ciento de imagen positiva y un posicionamiento internacional difícil de igualar. Y Dilma sabe que será presidenta porque Lula lo decidió.

Lo decidió cuando, en un gesto encomiable y poco común, rechazó todas las ofertas hasta de su propio partido, para reformar la Constitución y quedarse al menos otro período en el gobierno. Esta decisión lo catapultó aún más arriba en la consideración del electorado.

Pero también hay otras razones más concretas. En 2006 había en brasil más de 42 millones de pobres, casi uno de cada tres. En 2010, esa cifra se redujo a 30 millones, que sigue siendo una enormidad, pero a la vez representa una mejoría palpable. Y aspira a reducir esa cifra a la mitad en los próximos cuatro años, según datos del Centro de Estudios Sociales de la Fundación Getulio Vargas.

Claro que también hay una parte de Brasil con fuertes raíces en el mundo subdesarrollado. Estos números altamente favorables le han permitido al gobierno de Lula da Silva sortear con éxito fuertes denuncias de corrupción en distintos niveles del Estado.

De hecho, la corrupción parece ser un mal generalizado en cada uno de los 26 estados federados que conforman la enormidad de Brasil, y esto se refleja en estas elecciones en las listas de candidatos a diputados y senadores, que albergan desde prostitutas a payasos (ver aparte), pasando por futbolistas y otros deportistas.

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