Por Oscar Andrés De Masi
Había transcurrido apenas un año desde la caída del gobierno de don Juan Manuel de Rosas cuando, el 11 de febrero de 1853, los evangélicos alemanes residentes en Buenos Aires (herederos de la Reforma de Lutero y los ajustes de Calvino) lograron concretar el viejo anhelo de disponer de un templo propio de su rito. Y no era de menor porte ni carecía de alarde monumental: se trataba del segundo edificio neogótico de esta ciudad, precedido únicamente en tal estilo por la capilla del cementerio de la calle Victoria, abierto en 1833.
La mención a Rosas no es superflua porque fue él quien había concedido la autorización oficial, años antes, para que los protestantes de habla alemana pudieran celebrar sus oficios y sostener una escuela para niños y niñas, en su lengua materna.
Al momento de ser colocada la piedra fundamental, en 1851, el semanario British Packet and Argentine News, que aparecía los sábados en la Capital, destacaba la actitud del gobernante respecto de las diversas iglesias protestantes.

“Esta es la cuarta iglesia protestante en esta ciudad, cuya erección fue sancionada por el general Rosas; él mismo es un profeso y celoso católico, pero felizmente imbuido con el espíritu iluminado de la tolerancia cristiana, que es el gran secreto del moderno estadista”, afirmaba.
El templo, situado en el centro, en la calle Esmeralda números 50. 52 y 54 (hoy 162), materializó el logro de aquella minoría de habla alemana que venía creciendo entre nosotros ya desde la Revolución de Mayo y la época de Bernardino Rivadavia, momentos ambos favorables a una inmigración que expresaba notas de diversidad cultural y religiosa. Eran tiempos de rupturas, que comenzaban a agrietar los fundamentos monolíticos del periodo colonial, sus pactos y sus interdictos. Incluso, desde 1821, los protestantes poseían en la zona de Retiro un cementerio diferenciado de los camposantos parroquiales.
Los germano-parlantes llegaban desde ciudades y regiones de una Alemania aún sin unificar (Prusia, Hanover, Bremen, Hamburgo etc.), eran cada vez más numerosos y, como los ingleses, los escoceses y los norteamericanos, prosperaban en el comercio, en el pequeño artesanado y en la explotación rural. Nombres pioneros como Zimmermann o Halbach llenan las páginas de la colectividad en ese período.
La inauguración del templo alemán, en rigor, nada agregaba a la libertad religiosa de los extranjeros, amparada por un Tratado Internacional promovido por Rivadavia. Fue Rosas, vaya la paradoja, el garante escrupuloso de aquellos preceptos liberales. Pero no ha de sorprendernos: la historia está plagada de paradojas que los relatos oficiales se empeñan en omitir. Y más aún, tratándose de la Argentina punzó…
Pero el ver aquella rebuscada silueta gótica recortada contra el cielo porteño fue como el cierre simbólico de ese ciclo fundacional de la diversidad de cultos, el completamiento de la serie de templos levantados en Buenos Aires por cada comunidad de rito reformado: el anglicano en 1831, el presbiteriano escocés en 1835 y el metodista en 1843. Ahora, en 1853, se agregaba el luterano o evangélico alemán, cuya congregación (conocida desde su origen y hasta el presente como la CEABA o Congregación Evangélica Alemana en Buenos Aires) había sido oficialmente autorizada para practicar su culto y dictar clases en el idioma de origen una década atrás, con la llegada del pastor Augusto Ludwig Siegel.
El trámite para erigir el templo. El 2 de mayo de 1851una comisión ad hoc elevó ante el gobernador el petitorio “para la construcción de un Templo, digno de su sagrado objeto”, a levantarse en el terreno ya adquirido. Sin perder tiempo, se había “encargado a un arquitecto de larga experiencia en la Capital la formación de los planos”. Se trataba del inglés Edward Taylor, cuya fama quedaría asociada, no tanto a esta iglesia, sino a la obra de la Aduana Nueva. Hacían presente, quizá para halagar los oídos del Restaurador con una verdad palmaria, que bajo el gobierno de la Confederación, “han gozado siempre del inestimable privilegio de poder adorar al Ser Supremo según su rito y en su propio idioma”.
El 27 de mayo de 1851fue aprobado el proyecto de Taylor, con preferencia al del arquitecto Brennert. La elección de Taylor (quien residía en Buenos Aires) obedeció a que supo interpretar cabalmente el imperativo congregacional de concebir un edificio en estilo gótico, como estética afín a la identidad alemana. En cualquier caso, no habría muchos profesionales disponibles en el medio local que pudieran manejar con soltura ese lenguaje artístico tan infrecuente.
El 18 de octubre del mismo año fue colocada la piedra fundamental y la fábrica avanzó rápidamente, maguer las penurias económicas y el contexto de tensión en el país. Urquiza ya había hecho público su famoso “pronunciamiento” contra Rosas.
Pero los meses pasaron pronto y aunque la situación política de Buenos Aires fuera un hervidero, tras la derrota de Caseros y todo cuanto vino después, los alemanes-porteños tenían un objetivo. Y tratándose de gente con fama secular de disciplinada, metódica y empeñosa, iban a alcanzarlo, incluso en este remoto rincón de Sudamérica.
El 11 de febrero de 1853 concurrieron nuevamente los ministros de los otros ritos protestantes y también altos funcionarios del gobierno. Los esfuerzos económicos de la comunidad habían sido enormes. Y es un hecho que merece cierta reflexión, porque las generaciones posteriores, que nos beneficiamos con la existencia de estos tesoros patrimoniales, nada hemos hecho para levantarlos. Nos han sido legados como un regalo gratuito por quienes nos precedieron.
El edificio lucía engalanado con coronas, emblemas, banderines y flores, que habían colocado prolijamente los jóvenes de ambos sexos de la parroquia, bajo la dirección del pintor alemán Otto Grashoff, recién llegado a Buenos Aires. El pastor Siegel encabezó la procesión, junto a la cual también caminaba el arquitecto Taylor, y al ingresar a la iglesia, se entonaron en alemán los primeros versículos del Salmo 23 alusivo a la “Liturgia de entrada al Santuario”. Con la procesión ya ubicada en el sector del presbiterio, el pastor Siegel retiró el velo que cubría la mesa del altar y la Biblia alemana traducida por Lutero, que estaba abierta en el pasaje del Salmo 32 que dice “La Palabra del Señor permanece en la eternidad”. Deseó la paz a la concurrencia, mientras depositaba allí los objetos del culto. Y en el momento de ocupar su sitial, el coro comenzó a entonar en alemán la composición “Oh Santo Jesús retorna a nosotros”. Debió ser en verdad impactante, para aquella Buenos Aires que todavía no era cosmopolita, pero aspiraba a serlo. Esa comunidad que hablaba un idioma que casi nadie entendía en nuestro país y que había construido su respetabilidad en el silencio (como lo hacen las minorías conscientes de la fortaleza de su identidad, en tierras extranjeras), se hizo estridente aquel día, dando cauce a la sonoridad fervorosa de la plegaria rezada y cantada, y ofrendando a la ciudad el decorum de un templo digno de cualquier capital europea.
Características arquitectónicas. El edificio fue, como señalamos, proyectado por Taylor en lenguaje neogótico, que, aunque ya conocido en Europa, era bien raro para entonces en nuestro medio. Reitero que es plausible suponer que se apeló a él por ser, quizá, unos de los pocos o el único arquitecto local familiarizado con ese lenguaje que residía en Buenos Aires.
Se trata de un templo de nave única alongada hacia el interior de la manzana, retirado de la vereda unos metros y separado de ella por una verja de hierro.
El ingreso al edificio propiamente dicho se logra a través de un pórtico abierto por tres lados, que remataba originalmente en la silueta de un parapeto almenado, reforzando la impronta gramatical del medievalismo.
Pero, sin duda, el motivo dominante de esa fachada (en cuyo ápex existe una cruz de hierro) era y es el gran ventanal al modo de una tracería, y los macizos pilares o torres hexagonales esquineras, separadas en dos tramos y rematadas en florones o finnials. Es de anotar que en un boceto de mano de Taylor, en lugar del ventanal aparece un rosetón.
La nave fue ampliada en 1923para dar mayor cabida a la feligresía, que aumentaba conforme el aumento de la población alemana y su fuerte instalación en la sociedad porteña tras la Primera Guerra. Las reformas estuvieron a cargo de los arquitectos de la colectividad F. Laas y E. Heine.
Los vitrales multicolores laterales, con motivos geométricos, fueron colocados recién en 1912 y fabricados por Dagrant, de Burdeos.
En 1933se inauguraron las intervenciones artísticas del arquitecto Andrés Kalnay, quienefectuó decoraciones pictóricas en el interior de la nave, consistentes en bellos esgrafiados de colores con el motivo de la cruz a modo de guarda.
En 1933, también, fue colocado en el ábside un nuevo vitral, figurativo, que representa a Cristo como el Alfa y el Omega, principio y fin de todas las cosas. Fue fabricado en 1932 por la empresa Puhl-Wagner, Heinersdorf, Berlín, y no es ajeno al diseño vanguardista Art Decó de la época.
En el coro alto, sobre la puerta de acceso frontal, se ubica el órgano de tubos Walcker, muy ponderado por los organistas, y que reemplazó en 1911 al anterior instrumento de la fábrica Gesell. Recordemos que la música es un componente sustancial de la liturgia reformada.
En cuanto al exterior, también en 1923 fue modificado el balcón de la fachada principal, acentuando su horizontalidad, en detrimento de la más pronunciada verticalidad anterior. A su vez las almenas originales fueron sustituidas por un parapeto decorado con paneles que forman una arcatura. Debajo de la archivolta se adosaron los relieves de dos ángeles coronados y porta blasones.
Una valoración patrimonial actualizada. Aunque modificado respecto del proyecto de Taylor (incluso debió reajustarse el programa, sobre la marcha de los trabajos iniciales), sigue siendo el templo fundacional de la CEABA, el primero de esa comunidad, levantado en fecha temprana de la formación histórica de la Argentina. Se trata de uno de los primeros edificios neogóticos de esta Capital y la autoría original le añade una nota de singularidad y lustre como bien arquitectónico.
Por otra parte, y mas allá de la excelente conservación edilicia que le dispensa la CEABA, el templo de la calle Esmeralda ha preservado a lo largo de los años la continuidad del servicio y la misión que le dieron nacimiento. Se trata, en suma, de un bien patrimonial de la mayor jerarquía que reúne notas ostensibles de memoria material e inmaterial.
Entre éstas últimas, no es menor su rol como custodio del tesoro musical alemán (corales y composiciones para órgano) originado en la Reforma luterana. Acaso los acordes sublimes salidos de las partituras de Johann Sebastian Bach hayan resonado, por primera vez, en nuestra “gran aldea”, bajo la bóveda del la iglesia alemana.
Este 170º aniversario reafirma su primacía histórica y presta, pues, su marco jubilar como un momento de relevancia re-semantizadora, y como una invitación a los vecinos, vecinas y visitantes, para ejercitar una mirada de transeúntes más comprometida con el valor patrimonial de este tesoro histórico, artístico y de memoria, que es el templo alemán, y que enriquece el legado cultural de Buenos Aires, como un don que nos sigue regalando la CEABA, a Dios gracias.