Fray Cayetano, el prócer que nació en San Pedro

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La ciudad bonaerense de San Pedro tiene sus orígenes a mediados del siglo XVIII, nacida a instancias del cura de la parroquia de San Santiago de Baradero. Allí se instalaron los padres franciscanos, en cuya escuela se formaron los niños de aquel humilde y sencillo poblado, entre ellos Cayetano José Rodríguez, que nació en 1761 en el hogar de Antonio Rodríguez y Rafaela Suárez

A los 16 años ingresó al convento de los franciscanos, pasó a Córdoba, donde se destacó como alumno aventajado y además fue profesor de la Universida durante siete años. No hace falta decir la fama de la Casa de Trejo para demostrar la calidad del maestro y talento que lo adornaba.

Allá escribió en 1790 la “Vida de doña María San Diego Ojeda. Invocación a las Musas”, que vivía en esa ciudad y había tomado los hábitos en un monasterio después de los padecimientos que sufrió tras la muerte de su esposo en la rebelión de Tupac Amaru. En 1793 recibió la ordenación sacerdotal y ya en Buenos Aires, fue capellán de los conventos de las monjas Catalinas y Clarisas y de la Casa de Ejercicios Espirituales, además de las obligaciones propias en su convento. También estuvo nuestro sacerdote dedicado a la enseñanza en el norte por Tucumán y Jujuy, donde entabló fraternal amistad con el cura José Agustín Molina, que terminó sus días como vicario apostólico de Salta.

La vida de fray Cayetano atraviesa la gobernación de Buenos Aires, el Virreinato desde 1776 con las posteriores invasiones británicas, a las que dedicó sus versos, la Revolución de Mayo -a la que adhirió y lo nombró director de la Biblioteca Pública (hoy Biblioteca Nacional)-, y los sucesivos gobiernos como diputado en la Asamblea del Año XIII y el Congreso de Tucumán. Modelo de legislador, además salvó la memoria de esas magnas reuniones con la redacción del “Redactor” de la primera y del “Redactor del Congreso Nacional”.

Ni que hablar de las numerosas composiciones poéticas en aniversarios de la Patria, elogiando los triunfos de José de San Martín o evocando a Manuel Belgrano. Vicente Fidel López, que debió conocerlo de corta edad, escuchó seguramente de su padre don Vicente, el autor del Himno, que era su gran amigo, que en las sesiones legislativas en las que declaró la independencia “fue uno de los personajes más honorables y uno de los patriotas más sinceros, más reflexivos y más influyentes de esta reunión”.

Su correspondencia con el presbítero Molina, editada por la Academia Nacional de la Historia, con un estudio de la académica Susana R. Frías, es un valioso cuerpo documental que permite conocer su pensamiento en la intimidad del epistolario amical.

Hombre ortodoxo, cuando tuvo que oponerse a la reforma religiosa de Bernardino Rivadavia lo hizo con altura desde los diarios de la época en una polémica en las que manifestó junto a la erudición una no menor moderación y juicio sereno. Enfermo de gravedad, falleció en Buenos Aires el 21 de enero de 1823, hace dos siglos, y fue sepultado al día siguiente en la Recoleta, según se asentó como “sacerdote profeso del orden de San Francisco, de 62 años, natural de ésta”. Cuando dice natural de ésta se refiere a la Provincia, ya que como dijimos era natural de San Pedro. Este bicentenario pasó en el olvido seguramente por el receso estival, pero esperemos que la Biblioteca Nacional y el Congreso de la Nación, reanudadas las actividades, evoquen a este patriota ejemplar que tanto hizo por su país y su cultura, sugiriendo la edición de un volumen con su obra completa.

El olvido no lo alcanzó -a pesar del receso y de ser el 21 pasado, un sábado- en su ciudad natal, donde las autoridades locales encabezadas por el intendente municipal Ramón O. Salazar, a quien acompañaron miembros de su gabinete y referentes culturales y sociales, junto a los vecinos rindieron homenaje a su hijo dilecto ante el monumento que se encuentra en la plazoleta que lleva su nombre y donde se levanta su estatura obra del escultor suizo Alejo Joris. Por la tarde en la parroquia de Nuestra Señora del Socorro se congregaron nuevamente, para participar de una misa que celebró el párroco Héctor Molfesa, justamente dándose por feliz coincidencia el Evangelio de San Mateo, que recuerda cuando Jesús los encontró a Pedro y a Andrés y los hizo “pescadores de hombres”, como el sampedrino lo fue en su tiempo.

Con referencia al monumento a fray Cayetano erigido allí, fue inaugurado el 23 de enero de 1902 en el 80° aniversario de su fallecimiento en una ceremonia que presidió el ministro de Obras Públicas de la provincia ingeniero Ángel Etcheverry, a quien acompañaron el arzobispo de Buenos Aires monseñor Mariano Antonio Espinosa, el director del Museo Histórico Nacional don Adolfo P. Carranza, el coronel Miguel Mallarin en representación del ministro de Guerra, fray José Pacífico Otero sacerdote franciscano y autor de una biografía del sacerdote homenajeado (que cuando abandonó el ministerio se dedicó a la historia y fundó el Instituto Sanmartiniano). Un tren especial llevó a los invitados desde Buenos Aires, almorzando en el coche comedor del convoy, una foto lo muestra al ministro con el arzobispo en ese momento.

Caras y Caretas.

Un medio decía: “En San Pedro dominando las márgenes del río Paraná, donde se meciera la cuna del ilustre fraile, del patricio entusiasta por la libertad de su pueblo, del escritor que supo comunicar á sus conciudadanos el entusiasmo de su credo, se ha inaugurado el monumento que le recordará vivamente a lasgeneraciones venideras”. Las fotografías muestran la llegada de las autoridades al andén de la estación, es curioso que el ministro y la comitiva cambió el traje de calle que usaban en viaje por el riguroso frac y galera de felpa, a pesar del riguroso calor. La marcha a la parroquia local y la entrada y salida del Tedéum que ofició monseñor Espinosa, asistido por los sacerdotes Mango, Mac. Donald. Etcheverry, Brasesco y Carlevaro; y cuyo sermón estuvo a cargo del mencionado fraile Otero. Otra vista muestra al público frente al monumento y el palco oficial, las delegaciones de la Asociaciones Española e Italiana para el desfile, al arzobispo recorriendo la plaza mientras que detrás se ve una berlina.

El discurso de circunstancias lo pronunció el director del Museo Histórico Nacional Adolfo P. Carranza, quien evocó la figura del franciscano. Fue iniciativa de este movimiento pro-monumento otro hijo de San Pedro que también fue sacerdote de la orden franciscana, fray José María Bottaro y llegó al arzobispado de Buenos Aires hace casi un siglo.

El Museo Histórico atesora un cuadro del prócer, de autor anónimo, una maqueta en bronce del monumento en San Pedro y una foto del acto de inauguración del mismo, donado por Carmen García la viuda de Adolfo P. Carranza en 1919.

Su ciudad natal, lo evocó sin duda en los fastos del Centenario de 1910 ya que el Municipio y una Comisión de Señoritas Pro Patria cuñaron medallas conmemorativas a la fecha. Y ahora sus autoridades civiles y eclesiásticas, con estricto sentido de la memoria agradecida de la posteridad preparan según nos informó Juan Manuel Gomila una serie de celebraciones, que pondrán en valor al que con justicia podemos llamar “El prócer que nació en San Pedro”.

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