Marshall Meyer no sólo fue importante para la comunidad judía progresista de Argentina, fue un rabino valiente que confrontó con la dictadura e hizo mucho por la recuperación democrática.
Este libro, escrito por el periodista Diego Rosemberg, profundiza en la vida de Meyer y permite conocer a un hombre ecuménico y miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) cuando esa pertenencia podía costar hasta la vida.
Fragmento:
Corría julio de 1977. En su oficina de la Jefatura de la Policía
Bonaerense, en La Plata, el comisario Miguel Etchecolatz, mano
derecha del general Ramón Camps, le apuntó con su mirada torva a
Meyer.
–Y usted, cura, ¿quién es?– lo prepoteó el director de
Investigaciones de la temible fuerza policial, que recién en 2006 fue
condenado a cadena perpetua por los crímenes de lesa humanidad
cometidos como funcionario de la dictadura militar que gobernó el
país entre 1976 y 1983.
El rabino no se amilanó. Se levantó de su silla, a paso firme dio la
vuelta al escritorio que lo separaba de Etchecolatz, se detuvo a
escasos treinta centímetros y mirándolo a la cara lo increpó:
–Este cura es un pastor que busca a una oveja de su rebaño y sé
que vos sos el ladrón que te la llevaste.
Soy el pastor de Jacobo Timerman y vos tenés a mi oveja. No me
voy hasta que no me la devuelvas –dijo Meyer, que tuteaba a todo el
mundo, aún a quienes despreciaba profundamente.
Así había aprendido a hablar castellano en 1959, cuando llegó desde
su Nueva York natal a la Argentina, pensando en quedarse apenas
dos años y sin sospechar que viviría aquí un cuarto de siglo.