“Evita”, la obra de Andrew Lloyd Webber, fue la representación más potente y distorsionada sobre la “abanderada de los humildes”, que como contrapartida tuvo diversas lecturas en el cine argentino, y también en el teatro y la TV, hasta llegar a la serie de Netflix basada en la novela de Tomás Eloy Martínez.
Eva Perón murió el 26 de julio de 1952 y comenzó el mito, que en rigor ya funcionaba en vida. Su funeral imponente, que derivó en la primera filmación en colores en la Argentina (“…Y la Argentina detuvo su corazón”, el cortometraje dirigido por Edward Cronjager), fue el preludio para el gran drama necrofílico de la Argentina del siglo XX: el secuestro de su cuerpo embalsamado por parte de la dictadura de 1955 y el misterio de su destino (el cementerio de Milán bajo el nombre falso de María Maggi de Magistris) hasta que el general Alejandro Agustín Lanusse negoció con Juan Domingo Perón y el féretro le fue entregado en Madrid en 1971.
La historia de Eva, en vida y después de su muerte, deparó infinidad de páginas y llegó al musical y al cine. Y antes aún al teatro, con la Eva Perón de Copi, que se estrenó en París en 1970 con escándalo (atentado con bomba incluido). La Eva de Copi (nieto de Natalio Botana, cuyo diario, Crítica, quedó en manos del aparato de propaganda que armó Raúl Apold como mandamás de la prensa en el peronismo) es interpretada por un varón, o sea, la propuesta pasa por un trans. El monólogo final de Perón alude al nacimiento del mito: “Hasta hoy la hemos amado; a partir de hoy adoraremos a Evita”.
La masificación del mito por fuera del ámbito latinoamericano tuvo su pico con el musical Evita, de Andrew Lloyd Webber y con libreto de Tim Rice, estrenado en 1978.
Rice basó su texto en “La mujer del látigo”, la primera biografía de Eva Perón, que fue publicada el mismo año de su muerte con la firma de Mary Main.