La red terrorista tiene presencia en más de una docena de provincias, según un informe reciente de la ONU.
El papel que firmaron el 29 de febrero de 2020 el responsable político del Talibán, Abdul Ghani Baradar, y el enviado estadounidense Zalmay Khalilzad, reunidos en Doha, Qatar, ya fijaba como compromiso para la milicia integrista que no permitirían que “ninguno de sus miembros, otras personas o grupos, incluida Al Qaeda, utilicen el suelo de Afganistán para amenazar la seguridad de Estados Unidos y sus aliados”.
El acuerdo iba más allá en su desarrollo y exigía incluso prevenir su presencia en territorio afgano, el reclutamiento de combatientes, su entrenamiento y financiación.
Si bien de aquel pacto se ha cumplido alguna parte —las tropas estadounidenses se repliegan y los talibanes no han vuelto a atacarlas—, el punto que exigía frenar a grupos armados dentro del país está sin duda por verse.
Según un informe del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del pasado 15 de julio, la red terrorista Al Qaeda está aún presente en al menos quince de las 34 provincias de Afganistán, sobre todo, en el este, sur y sudeste.
Washington ha defendido en las últimas semanas que su misión en Afganistán, lanzada el 7 de octubre de 2001, hace casi 20 años, tenía que ver con la guerra contra el terror, contra los santuarios de Al Qaeda.
Durante las dos últimas décadas, la aviación estadounidense ha golpeado muy duro a Al Qaeda central, la dirección de la red terrorista que se estima que tiene cobijo en la frontera afgano-paquistaní.
La Al Qaeda de hoy es mucho más débil que la que organizó los atentados del 11-S, pero sigue viva todavía bajo el aparente mando del egipcio Ayman al Zawahiri, sobre el que informes de Inteligencia dicen que no está bien de salud.