Hasta hace apenas un año las luchas por el poder eran como las de “Titanes en el Ring”: valían los codazos, las patadas voladoras y hasta los piquetes de ojos, pero al final siempre primaba un acuerdo tácito de que el show debía seguir y la sangre nunca llegaba al río. El caso es que después de la derrota del Gobierno en su intento de aumentar las retenciones al campo, ese sobreentendido desapareció. Sigue el todo vale, mas como en los tiempos de la antigua Grecia, ahora parece que el round continúa hasta que el oponente ya no pueda levantarse.
El matrimonio Kirchner libra con el Grupo Clarín y sus aliados una batalla por el poder donde nadie da ni pide treguas. El Gobierno y sus seguidores afirman que la pelea es por la democratización de los medios de comunicación, por la transparencia, etcétera, etcétera. Clarín y sus aliados aseguran que su causa es la defensa de la prensa libre que salvará al país de la “chavización” y algunos etcéteras más. Pero en verdad ambos confrontan por el poder. Decir lo contrario sería o candidez o cinismo.
Néstor Kirchner actúa convencido de que la única fórmula para ganar las elecciones del año que viene es encaramado en el ring y tirando patadas y mordiscones para todos lados. Está plantado a todo o nada y para eso nada mejor que un adversario de fuste pero que no compite directamente en el comicio, como Clarín, aunque pueda llegar a tener un candidato in pectore más adelante.
Pero además, los ataques al Grupo hacen mella en la oposición. La clase política argentina tiene incorporada casi culturalmente la necesidad de llevarse bien con la prensa influyente en general y con Clarín en particular. Por eso los dirigentes se ven forzados a tomar partido, a asumir en público la agenda que les impone el jefe del matrimonio presidencial.
En casi la totalidad de los países que tienen sistema electoral con balotaje la frontera para evitarlo es la mitad más un voto. En la Argentina la Constitución reformada en 1994 establece para la elección presidencial un sistema de doble vuelta sui generis, que exige para consagrar a un candidato en primera vuelta o un 45% de los votos válidos o el 40% con 10 puntos de diferencia sobre el seguidor inmediato.
Kirchner calcula que puede reunir el 40%, pero necesita asegurarse de que ninguno de sus potenciales adversarios llegue al 30% de los sufragios. En caso contrario tendría que ir a un balotaje de consecuencias imprevisibles (o peor, previsibles y negativas). Por eso la pelea con Clarín también forma parte del menú electoral que se cocina en Olivos.
El diario que fundó en 1945 Roberto Noble es, desde siempre, una referencia ineludible en el mapa del poder argentino, pero lo es mucho más desde el retorno de la democracia, en 1983, y adquirió dimensiones colosales a partir de los años ’90. Todos los presidentes que hubo desde entonces supieron del peso específico de una mala noticia publicada en tapa con insistencia cuando alguna decisión o política de Estado interfería en los intereses del Grupo.
Y algunos supieron de las mieles del buen trato cuando socorrieron en tiempo y forma al influyente diario. “Nos mean y Clarín dice que llueve”, decía un recordado graffiti en una pared porteña en los tiempos en que el gobierno de Fernando de la Rúa andaba dando tumbos pero se cuidaba de no confrontar con el matutino, que por entonces estaba acosado por acreedores. La pesificación asimétrica de Eduardo Duhalde y la ley de Bienes Culturales licuaron el resto de la enorme deuda del Grupo y evitaron que viniera un inversionista extranjero y lo comprara por migajas.
Incluso Kirchner se cuidó de no confrontar innecesariamente con Clarín durante todo su mandato, al punto de que le extendió al Grupo la licencia de Canal 13 y le aprobó la fusión de Cablevisión y Multicanal casi como últimas acciones de gobierno antes de entregarle el bastón, más no el mando, a su esposa.
Durante seis largos años nadie cuestionó las transmisiones monopolizadas del futbol, que ofrecía -para los que las pagaran- tardes enteras de relatos deportivos con cámaras apuntando a las tribunas. Tampoco se acordó nadie en el poder de las sospechas de que los hijos de la directora de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, pudieran ser hijos de desaparecidos. Y mucho menos de los oscuros manejos de la empresa Papel Prensa que por estos días ocupan el centro del escenario.
No fue el deseo de una prensa libre de intereses económicos lo que movió al Gobierno a endurecer hasta este extremo sus posturas. En su “guerra santa”, en más de una ocasión Clarín parece haber perdido la brújula periodística. Y en los últimos días, en tanto parte de Papel Prensa, también se radicalizó La Nación. Pero la multiplicidad de medios oficiales y paraoficiales tampoco son un canto al equilibrio. Todos son parte del juego del poder y, como se dijo al principio, vale cualquier cosa, incluso piquete de ojos.
Tanto es así que en los últimos días ha comenzado a correr con real malicia un rumor que afirma que la diputada nacional por el PRO, Gabriela Michetti, visitó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Olivos para tomar distancia de su jefe político, Mauricio Macri, en momentos en que está duramente golpeado por la causa de las escuchas telefónicas. El encuentro existió, pero hace más de un año, cuando la legisladora visitó a la mandataria protocolarmente, con foto oficial incluída, para intercambiar saludos después de las elecciones legislativas. Es una anécdota, nada más, pero es representativa de que cualquier cosa sirve, cualquier cosa vale.
Del lado de Clarín tampoco andan con pequeñeces. Mueven el establishment periodístico internacional para alertar sobre el intento de reproducir en Argentina el modelo populista de Venezuela. Hacen lobbies mediáticos para llenar los tribunales de amparos por la decisión oficial de declarar caduca la licencia de Fibertel, a la que vinculan en un grosero error conceptual -o por mala fe manifiesta- con la libertad de expresión.
Como explicó en sucesivas notas “Gaceta Mercantil”, la empresa proveedora de Internet que el Grupo Clarín adquirió en 2006 dentro del paquete de Cablevisión está “floja de papeles” (ver “Lo que nadie puede…”), para utilizar un eufemismo que usó el propio oficialismo cuando hace poco rechazó la transferencia de las acciones de LT8 de Rosario al grupo Vila-Manzano.
¿Sabía el gobierno que Clarín estaba flojo de papeles con Fibertel? Sí, lo sabía. ¿Sabía Clarín que el gobierno estaba al tanto de esta debilidad? Sí, sin dudas lo tenía claro, pero tal vez pensó que seguiría haciendo la vista gorda. O que nunca se animaría a llegar tan lejos. De ser así el Grupo cometió un error poco habitual: acostumbrado a años de “Titanes en el Ring” no calculó que ahora la pelea es con las reglas -o la falta de ellas- de la Grecia antigua.
Editor de Gaceta Mercantil