Yo, el peor de todos, estoy de vuelta

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Por Alberto Arébalos

Mas de siete años han pasado desde que Donald Trump, un empresario inmobiliario neoyorquino con el dudoso récord de haber quebrado un casino, bajaba en una escalera mecánica de la Trump Tower en la quinta avenida y anunciaba lo que en ese momento se pensaba como un simpático agregado al circo cuatrienal que son las elecciones presidenciales en Estados Unidos.

La candidatura a la presidencia del hombre de eterna piel naranja ya no sería tomada en broma cuando atrapó la nominación del Partido Republicano, y mucho menos cuando -pese a todas las encuestas- derrotó en el Colegio Electoral, más no por el voto popular, a la demócrata Hillary Clinton.

En aquellos años no eran pocos los que pensaban que la Casa Blanca y los símbolos del poder de la principal potencia nuclear y económica del planeta de alguna manera moderarían los aspectos más extravagantes de un hombre que fue rescatado del anonimato por un programa de televisión de la cadena NBC, “El Aprendiz”, y que vendió la imagen de un hombre de negocios exitoso a millones de estadounidenses que jamás trataron de ver qué había más allá, o detrás, de la pantalla.

Tiempos modernos. Ya en el Salón Oval, Trump se encargó de darle la razón a quienes creían en los peores presagios. Decenas de libros escritos durante y después de su salida del poder lo retratan como perezoso, ignorante, centrado en sí mismo, desconfiado, arrogante y, sobre todo, corrupto.

Los historiadores discutirán si la suya fue una de las peores o la peor presidencia de la historia del país norteamericano, habiendo enfrentado dos juicios políticos, uno por intento de extorsión al presídente de Ucrania y otro por intentar un fallido golpe de Estado para perpetuarse en el poder. Si en algo se destacó Trump es en que puso de manifiesto a la vista de todo el mundo las fallas y debilidades del sistema político estadounidense.

Y cuando faltan menos de dos meses para el aniversario del bochornoso asalto de las huestes trumpistas al Capitolio (muchos de ellos ya están presos), el hombre que instigó el golpe, el que pidió a su vicepresidente que violara la Constitución para que rechazara la confirmación como nuevo mandatario electo del demócrata Joe Biden, el que en estos años ha alentado a los grupos de derecha más extremistas y violentos, el que ha alimentado y alimenta teorías conspirativas de todo tipo, el que recomendó inyectarse cloro para combatir el coronavirus y proclamó su cariño por cuanto autócrata anda por ahí, desde Vladimir Putin a Kim Jong-un , ese mismo personaje anunció el último martes que quiere volver a ser presidente.

¿Podrá? Desde una perspectiva política es importante destacar que Trump nunca ganó una elección. Perdió por el voto popular en 2016 pero la ridícula existencia del Colegio Electoral le permitió llegar a la Casa Blanca, una muestra de que en EEUU la democracia es renga porque se puede ser presidente aunque no se tenga la mayoría de los votos, una particularidad única entre los países democráticos del mundo pero con consecuencias dramáticas si te tiene en cuenta que un jefe de Estado sin mayoría logró torcer el equilibrio en la Corte Suprema, donde seis jueces ultraconservadores, tres de ellos nominados por él, acabaron con el derecho al aborto destruyendo el antecedente sentado por la misma Corte medio siglo atrás.

Las elecciones siempre tienen consecuencias.

Trump perdió las elecciones de medio tiempo en 2018, perdió la presidencial de 2020 por 8 millones de votos, perdió una elección especial para una banca al Senado que le facilitó la mayoría a los demócratas en 2021 y la mayoría de los candidatos apoyados por él fueron derrotados ampliamente en las elecciones del 8 de noviembre último.

Dos veces enjuiciado políticamente, extremista, corrupto (tiene varias causas abiertas) y perdedor, un simple calculo indicaría que lo mejor sería que Donald aceptara su ocaso y desapareciera lentamente del escenario político estadounidense y, por ende, mundial.

Pero el hombre persevera o necesita perseverar por varias razones, la principal es que especula que siendo candidato se demorarán o se detendrán las causas judiciales en su contra, en particular la del departamento de Justicia por haberse ido del gobierno con cajas de documentos confidenciales y ultrasecretos que tenía escondidos en su mansión en Palm Beach, Florida.

Tras anunciar su tercer intento de llegar a la presidencia, el jefe del departamento de Justicia, Merrick Garland, designó a un investigador especial para que siga la causa (y quizás otra que se abriría por su participación en el intento de golpe del 6 de enero de 2021) y así asegurar la imparcialidad de la investigación.

No obstante, por otra parte, con al menos 50 millones de votos seguros (según todas las encuestas) se garantiza una fuente de ingresos notable gracias a las contribuciones que periódicamente sus seguidores más fanáticos hacen para sostener, paradójicamente, a un hombre que se considera rico.

Pero el anuncio de Trump es un dolor de cabeza para los republicanos, que ni pueden vivir sin él pero tampoco puede vivir con él, hartos de sus delirios autoritarios. El partido pareció encontrar en la derrota del martes 8 la razón para dejarlo atrás de una vez por todas.

Rudolph Murdoch, el magnate de los medios y dueño de Fox News y The Wall Street Journal, un apoyo clave en la carrera de Trump, dijo que quien fuera su hombre ya es el pasado y puso sus ojos en el reelecto gobernador de Florida, Ron DeSantis.

El problema para los republicanos es que si DeSantis enfrenta mano a mano a Trump en una interna le puede ganar, ya que un 40% del electorado republicano votará a Trump a como dé lugar. Pero más de un candidato que divida el voto no trumpista le daría la victoria al magnate.

Ahora bien, si Trump gana la interna es probable que pierda la general por mayor margen aún. La prueba es que en esta elección de medio término, en a que habitualmente el oficialismo pierde y por mucho, el partido de Biden ganó una banca en el Senado y perdió por un margen mínimo la Cámara de Representantes en la peor performance de un partido opositor en las últimas tres décadas, y todo gracias al “liderazgo” de Trump.

El otro peligro es que, derrotado en la interna, Trump decida formar su propio partido y lanzarse a a recupar el poder como candidato independiente, lo que definitivamente garantizaría el triunfo demócrata en 2024. Cualquier escenario es anatema para los republicanos, que sin embargo no saben como acabar con el culto a Trump y separarlo de los millones que lo siguen y beben de sus palabras como si fueran la verdad revelada.

Esta relación entre líder y masa será por años motivo de análisis para sociólogos y politólogos de todo lilnaje. La debilidad democrática de Estados Unidos ha sido expuesta y el hombre llamado a acabar con un sistema que funciona desde hace más de 200 años ha anunciado que quiere volver a la Casa Bianca. Saquen el pochoclo, el espectáculo recién empieza.

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