Una situación fuera de control

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A esta altura de la crisis poco importa determinar —con alguna precisión— si al Presidente lo obligaron a renunciar las inocultables presiones ejercidas por Cristina Fernández y La Cámpora o si prefirió, en un arranque de sano realismo, declinar una candidatura que le quedaba grande por donde se la mirase. En realidad, él pensaba dar el paso al costado a finales de junio, con el propósito de evitar el esmerilamiento del poco poder que le quedaría en caso de tener que hacerlo antes de esa fecha. Pero no le fue posible aferrarse a un cronograma que los mercados convirtieron en papel picado. Ahora deberá sortear los escollos que se recortan en el horizonte del Gobierno —de una gravedad inocultable— sin ningún aliado de peso que lo respalde. Para colmo de males, su autoridad ha quedado hecha añicos y su figura es el hazmerreír de buena parte del país. Imaginar que Robert De Niro podría ser el actor estelar de una película sobre su vida, demuestra un grado de estupidez raras veces visto. Si su escasa entidad como conductor había sido descubierta hace rato, hoy es menos que un pato rengo. Por eso —entre otras razones— el gobierno que preside no aguanta ni siquiera un rumor. Basta que se eche a correr algún chimento —por disparatado que sea— para que tiemble todo el tinglado oficialista, pegado con saliva.

¿La renuncia de Alberto le dejó el camino expedito a Sergio Massa? Una interpretación lineal diría que sí, aunque resultaría engañosa. El ministro estrella no da pie con bola. La mitad esperanza y mitad promesa que anunciara a poco de recalar en el Palacio de Hacienda, en septiembre del año pasado, demostró ser una baladronada carente de sentido. El 3% de inflación que imaginó para abril —al cual se aferró y del cual hizo depender, en buena medida, el éxito de su gestión— se ha visto más que duplicado, cuando aún no ha finalizado el mes. En aquel momento el dólar blue cotizaba a $298 y el índice de precios minoristas anualizado orillaba 78%. Desde entonces a la fecha las cosas cambiaron para mal: el blue supera la cota de $480 y la inflación —proyectada a las actuales tasas; las estimaciones son mucho más elevadas— para el año en curso es120 %. En resumen, en siete meses Massa está perdiendo por goleada.

Más que nunca su suerte se encuentra en manos del Fondo Monetario Internacional. Hasta allí ha ido a mendigar el exintendente de Tigre un adelanto completo de los desembolsos que, de junio en adelante, llegarán al país. El pedido desesperado del titular del ministerio de Economía no es algo nuevo en estas tierras. Durante la presidencia de Mauricio Macri, en 2018, también se apeló al expediente que, en la jerga de las finanzas internacionales, se conoce como “front loading”. Esos US$ 10.000 MM, que podrían transformarse en la tabla de salvación del oficialismo, no serían gratis. A cambio, el staff del FMI pediría que se implementen unas medidas desagradables para cualquier administración en un año electoral. En circunstancias distintas, el Gobierno se negaría en redondo a avanzar por ese camino. Pero en medio del berenjenal en el que está metido, el kirchnerismo se halla dispuesto a bajarse los pantalones como sea. Qué dirán hoy los firmantes de esa carta pública que, el 18 de julio del año 2018, le mandaron a Christine Lagarde, entonces cabeza del FMI, para que no auxiliara al gobierno encabezado por Mauricio Macri. Entre otros, Axel Kicillof, el “Cuervo” Larroque, Juan Cabandié, Verónica Magario, Fernando “Chino” Navarro, Máximo Kirchner y Jorge Capitanich.

¿Existe voluntad de parte de Kristalina Georgieva, y sobre todo de la Casa Blanca, de ceder una vez más a las exigencias argentinas? En favor de Massa y de su equipo está la convicción de los demócratas norteamericanos de que es menester darle una mano a la Argentina y evitar, en la medida de lo posible, que nuestro país estalle. El giro de Lula en materia de política internacional, cerrando filas o poco menos con China, y poniendo en un pie de igualdad a Rusia y Ucrania, es un regalo del cielo para la Casa Rosada. Claro que en contra está la desconfianza que genera el kirchnerismo, el desbarajuste de las cuentas públicas y las dificultades que encuentra el FMI para que —al acuerdo que eventualmente se geste— se sumen los partidos del arco opositor. Esta vez nuestro garante de última instancia quiere que haya una suerte de consenso de todas las fuerzas políticas, con el objeto de que los dólares que adelante no sean despilfarrados. Misión difícil si la hay.

Si Massa pudiese —como le promete a quienes lo visitan y le hacen notar el caos en el que se debate el país— sumar reservas, aligerar el cepo, escalar las microdevaluaciones diarias y poner freno a la escalada inflacionaria, seguramente sería el único candidato potable del Frente de Todos y hasta estaría en condiciones de exigir que se lo unja por aclamación, sin necesidad de dirimir supremacías en las PASO que se substanciarán el 13 de agosto. Sin embargo, es literalmente imposible obrar ese milagro económico. No tiene ni tiempo, ni poder, ni ideas, ni tampoco genera la confianza suficiente como para que los mercados se calmen. Podrá haber una tregua fugaz. Nada más. El Gobierno todo lo que puede hacer es un ajuste si desea llegar a las elecciones que ya perdió. De lo contrario, la alta inflación, con una indexación general de los precios —de manera especial los de los alimentos de primera necesidad—, la recesión que se avecina a paso acelerado y la sensación de que nadie es capaz de ponerle coto al desmadre, se lo llevará por delante en cuestión de semanas.

La semana pasada, Malena Galmarini, haciéndose eco de un posteo del economista Alejandro Kowalczuk, dijo que su marido se quedaría hasta el final porque el final llegaría cuando se fuese Massa. Contra lo que podría pensarse, no es un ingenioso juego de palabras. Aun cuando la performance del ministro deje mucho que desear y su magia se haya agotado, lo cierto es que
hoy no tiene recambio. Por mucho menos los despidieron, en su oportunidad, a Martín Guzmán y a Silvina Batakis. Eyectarlo a Massa, en cambio, representaría hoy un suicidio gubernamental si no hay quien pueda ocupar su lugar y generar un mínimo de confianza. Claro que, más allá de lo que opinen Cristina Fernández, la CGT, el círculo rojo y hasta sus aliados en el Departamento de Estado, están los mercados.

Sergio Massa resulta un improvisado en materia económica, pero no se miente a sí mismo. Es demasiado vivo para faltarle el respeto a la almohada cuando no tiene que posar para las fotos, ofrecerle a la sociedad en su conjunto una imagen de seguridad, discutir con la burocracia del FMI y tratar de esquivar el fuego amigo. Es consciente como ninguno que las probabilidades de torcerle la mano a los mercados y de domar a la inflación son remotas y que, por lo tanto, también lo son sus chances de competir en los comicios presidenciales. ¿Para qué? ¿Para sufrir una derrota que podría ser catastrófica? Dicho de forma diferente: Massa puede anotarse en la carrera por la presidencia de la Nación, eso no lo discute nadie. Pero ¿querrá perder por escándalo, si acaso se metiese en la segunda vuelta?

Si el FMI no hace los monumentales adelantos que requiere la administración kirchnerista, el Gobierno deberá devaluar, con todos los inconvenientes que trae aparejados una medida de ese tipo en materia social. Y —ni que decir— con el agravante de que el oficialismo, sin distinción de matices, ha repetido hasta el cansancio que se cortaría la mano antes de hacerlo. No obstante, si se negase a poner en práctica ese recurso modificando de manera drástica el tipo de cambio, los mercados van a comprar dólares a cualquier precio, y entonces la devaluación obrará consecuencias aún peores. Es un proceso que ya comenzó.

En semejante contexto, las figuras que se alistan en las filas del peronismo para competir en las PASO —Daniel Scioli, Wado de Pedro, Agustín Rossi y algún otro— no mueven el amperímetro ni suscitan entusiasmo alguno. Con este particular inconveniente: ¿dónde se pararán en la campaña electoral? Si defendiesen al Gobierno del que forman parte, se estarían suicidando. Si no lo hiciesen, ¿qué sentido tendría que lo representasen? Misterio sin solución a la vista.

Las candidaturas del oficialismo son lo de menos. Con el dedo de la Vicepresidente o a través de las PASO, cualquiera que sea el elegido está condenado a perder. La cuestión pasa por otro lado, algo más dramático, que se reduce y resume en la pregunta siguiente: ¿hasta dónde llegará la crisis?

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