Un mamarracho por donde se lo mire

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Si lo hubiesen querido hacer peor, no lo hubieran logrado. Cuanto comenzó con una fórmula presidencial nonata —que rozaba el ridículo— terminó con otra que, aun cuando tenga más consistencia que la primera, de todas formas no mueve demasiado el amperímetro. El hermetismo en el que se había encerrado Cristina Fernández y la tardanza prolongada —más de la cuenta— para anunciar cómo estaría formada la dupla presidencial hablaban a las claras de una crisis de conducción que aqueja al oficialismo desde largo hace. Todavía no sabemos, a ciencia cierta, cómo fue posible que Wado de Pedro pisase el palito de tal manera, acompañado de Juan Manzur. Si no se dio por enterado que lo suyo no había sido anunciado cual correspondía, alguien debió advertirle que esperase un tiempo más antes de hacer el ridículo. Pero es evidente que La Cámpora creyó que se había salido con la suya, y el resto del país también consideró que la fórmula echada a correr era la que competiría en las PASO en contra de Scioli. No hay más que leer la infinidad de artículos escritos el jueves a la tarde, y publicados el viernes en los principales diarios, para darse cuenta de que sólo a unos pocos se les ocurrió pensar que la dupla Wado-Manzur pendía de un delgado hilo que se cortaría al día siguiente.

Es una incógnita qué pasó por la cabeza de la devaluada vicepresidente en el curso de los últimos días, sobre todo entre el miércoles y el viernes de la pasada semana. ¿Bendijo al descendiente de ‘la generación diezmada’? —Y si fue así, como todo parece indicarlo, ¿por qué no lo hizo conocer, como en el año 2019, a través de un tuit o por el medio que a ella le pareciera mejor? ¿Quién le dio el espaldarazo al ministro del Interior? ¿Quiénes orquestaron la movida que terminó con la consagración del titular de la cartera económica? No hay respuesta segura para ninguna de las dos primeras preguntas enunciadas más arriba. Sobran, al respecto, las conjeturas. Pero, en tren de tejer especulaciones, es evidente que la viuda de Néstor Kirchner, si bien apañó a Wado de Pedro, no terminó nunca de estar segura respecto a sus posibilidades electorales. Los que lo impulsaron y convencieron de que se vistiese prematuramente de candidato fueron sus conmilitones de La Cámpora. En cuanto a los autores de la embestida que se llevó por delante a Cristina, a su hijo y a la organización recién nombrada, la confesión en un programa de radio, el viernes a la mañana, del gobernador de La Rioja, responde el interrogante. Fueron los gobernadores peronistas -encabezados por los de las provincias de Catamarca, Raúl Jalil, y de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, los que, enterados de la noticia que los espantó, a toda velocidad se pusieron de acuerdo y hablaron con la Señora, Massa y Alberto Fernández, decididos a bajar de un hondazo a Wado y a su compañero tucumano e imponer un binomio más competitivo y políticamente más compacto.

A esta altura de los acontecimientos, volver sobre el tema de los actores estelares de tamaña trama de enredos, traiciones —porque las hubo—, zancadillas y sorpresas, resulta secundario. Valdría la pena si se desea hacer un aporte a la historia. En cambio, en términos de un análisis político, interesa determinar quiénes ganaron, quiénes perdieron y cuáles son las principales fortalezas —si es que tienen alguna— y las dificultades más elocuentes de los candidatos de Unión por la Patria. Al final de cuentas, más allá de cómo alumbró la fórmula, hay que evaluar sus límites o, si se quiere, sus chances en las PASO y —más aún— en las elecciones generales de octubre.

Es una de esas verdades de Perogrullo —harto conocida a esta altura— que los perdedores más visibles han sido el propio Wado de Pedro y Juan Manzur. Un peldaño más abajo figura Daniel Scioli, que una vez más se quedó sin el pan y sin la torta. Pero la que, en realidad, ha salido peor parada es Cristina Kirchner. Quedó al descubierto que su poder —aunque colocó en las listas de diputados y senadores de la capital federal y de la provincia de Buenos Aires a parte de sus acólitos— ha sufrido una capitis diminutio como nunca antes. A su vez, los muchachos camporistas resultaron cascoteados de mala manera a manos de una reacción corporativa de gobernadores que nadie tenía en el radar. La dimensión de la derrota sufrida por todos ellos se aprecia en el hecho de que la identidad kirchnerista ha ido a parar a manos de Sergio Massa. Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas.

¿Y los ganadores? Cualquiera estaría tentado de poner en el lugar de honor al ministro de Hacienda. Si se toma en cuenta, para medir su performance, cuál era su principal propósito, obviamente se salió con la suya y merece estar en el podio. Corrió desde atrás, obligó a Cristina Fernández a ceder, se sacó de encima a Wado y eyectó de la escena a Daniel Scioli, en apenas 24 horas. Todo un récord. Realizó un esfuerzo así porque está convencido de que puede ganar. De lo contrario, sería un suicida. En el listado habría que incluir, varios escalones debajo de Massa, al presidente de la Nación, quien fugazmente recuperó protagonismo, le hizo pito catalán a su vice, impuso en la fórmula a Agustín Rossi y en las listas de diputados a Victoria Tolosa Paz y Santiago Cafiero, y le ordenó al embajador en Brasil que desistiese de presentarse en las PASO. Para un Don Nadie no está nada mal.

Ahora bien, dando por seguro que no hay punto de comparación entre el binomio nonato y el que defenderá los colores de Unión por la Patria en los próximos comicios, salta a la vista una primera evidencia: si uno pretende ganar la Champions League, jactarse de haber goleado a Deportivo Cambaceres es una tontería manifiesta. Cualquier fórmula era mejor que la formada por Wado de Pedro y Juan Manzur. La verdadera cuestión es qué hacer frente a Juntos por el Cambio y a Javier Milei en las internas abiertas de agosto y luego en la crucial puja electoral de octubre.

Para competir contra los libertarios y la principal fuerza opositora las cosas no lucen bien para el
oficialismo. El que ahora sea Sergio Massa quien se encuentre a la cabeza no cambia demasiado
el panorama.

En este orden sus desventajas son tan notorias como notables las pocas fortalezas con las que arranca. Olvidemos a Agustín Rossi que es una figura decorativa, como de ordinario sucede con los destinados a tocar la campanita en el Senado de la Nación. Massa —por de pronto— genera una desconfianza infinita en mucha gente. No así en el denominado Círculo Rojo y en Washington. Comparado con los talibanes de La Cámpora parece un émulo de Konrad Adenauer. Esto le permitirá —casi con seguridad— recibir el tan anhelado salvavidas del Fondo Monetario, que de otra manera quizá se hubiera demorado más de la cuenta o no hubiera estado disponible. Con Massa encabezando la fórmula y reteniendo el control de la economía, se hace muy difícil pensar que el FMI le acierte una puñalada trapera. Claro que, si así se desarrollaran los acontecimientos, los dólares que le prestase al país aquel organismo de crédito le permitirían evitar un estallido de la economía, no el ganar una elección.

Lo que le sirve a Massa para convencer o ablandar a los duros del FMI es precisamente lo que no le reditúa mayores ganancias en términos de votos. A los burócratas del Fondo, a los banqueros y a los mercados, el argumento —aun cuando la inflación se haya ido a las nubes desde que asumió y la economía en general no levante cabeza— de que él salvó al gobierno de la hecatombe que se dibujaba en el horizonte, no les parece antojadizo. A las personas del común, inversamente, que pugnan por llegar a fin de mes con sueldos flacos y alzas de los precios un mes tras otro, el mismo argumento les suena a broma.

Algo del FMI va a conseguir. El dilema de Massa es cómo aumentar su caudal electoral —en escasos cuatro meses— para entrar en la segunda vuelta. En medio de las arenas movedizas que pisa, es una tarea de difícil realización. Resulta contrario a la lógica más elemental que, con 45% de pobres y una inflación anualizada de 140% —para citar los dos indicadores más lacerantes—, el candidato a presidente pueda defender con éxito la gestión del ministro de Economía. Es como si el Doctor Jekyll tratase de convencer a un auditorio de que Mister Hyde hizo bien las cosas.

Hay otro aspecto que no se puede dejar pasar y que quedó reflejado de manera diáfana en el acto de la ESMA, en donde compartieron escenario Cristina Fernández y Sergio Massa. Con su habitual desenfado, la vicepresidente puso en claro que su candidato era Wado de Pedro y que finalmente el ministro de Economía resultó ganador por razones ajenas a su voluntad. Al par que lo llamó “fullero” —vaya uno a saber si por error o a propósito— lo cierto es que está abierto a debate el apoyo incondicional del kirchnerismo duro a un hombre que todos saben que no piensa ni remotamente como ellos.

Si los comicios fuesen dentro de doce meses quizás fuera posible que con la suma del poder estatal y sin adversarios internos, Massa desarrollase un plan de estabilización económico y lograse revertir la situación. Pero como ello es imposible y ni la inflación ni la pobreza ni la indigencia van a ceder —por el contrario, el deterioro de las variables es un hecho que está prácticamente jugado—, aun en el supuesto de que Unión por la Patria tuviese un lugar en la segunda vuelta que se substanciará en noviembre, perdería contra cualquiera de sus oponentes. Así como Macri no podía ganar en 2019, Massa no podrá hacerlo en 2023.

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