Sobran problemas; faltan soluciones

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—¿Por dónde comenzar una crónica como esta? La situación que atraviesa el país es tan seria y los hechos que se suceden sin solución de continuidad son tan gravosos debido a los efectos que acarrean, que la elección se hace difícil. La ciudad de Rosario está explotada por un narcotráfico que no cesa de crecer a expensas de la inaudita incapacidad de la clase política para ponerle coto al fenómeno. La espiral inflacionaria escala sin que las amenazas y parches del equipo liderado por Massa frenen su impulso. El ministro de Economía acaba de sorprender a todos y extraer —de su galera prodigiosa— un nuevo conejo que le sacará canas verdes a las autoridades que se harán cargo de la Casa Rosada en el próximo mes de diciembre. A lo señalado se le suman los dimes y diretes del kirchnerismo y sus oponentes. Es cierto que las riñas partidocráticas resultan, en comparación con aquellos problemas, de mucha menor trascendencia. Pero, de todas maneras, le agregan a las cuestiones de fondo aún pendientes una carga onerosa indisimulable. En el oficialismo la grieta, que viene de lejos y distancia cada día más al presidente de la vice, se ensancha a vista y paciencia de un peronismo que no sabe a qué atenerse de cara a los comicios venideros. Por su parte, en el principal bastión opositor, los referentes nacionales de Juntos por el Cambio se siguen sacando chispas, con la particularidad de que sus desacuerdos también se hacen sentir en algunos de los más importantes estados provinciales. Prueba de ello es lo que sucede en Mendoza y Tucumán.

—¿Por dónde empezar, pues? Quizás lo mejor sea desterrar la pretensión de establecer un orden de prioridad entre los temas antes señalados, y poner la lupa —cuando menos al principio— en un aspecto, si se quiere odioso: el conjunto de entuertos que heredará el gobierno electo, a finales del año en curso, si acaso tiene solución definitiva —lo cual es dudoso— lo acompañará durante toda su gestión. No hay remedios rápidos e indoloros. El juicio puede sonar pesimista y hasta antojadizo. Bien mirado, no lo es. Está claro que ninguno de los candidatos que se hallan anotados para bajar al ruedo y pelear por la presidencia se arriesgarían a reconocerlo. Si lo hiciesen se suicidarían. La gente —con entera lógica— privilegia cuanto rima con sus deseos. A nadie le gustaría oír, de parte de cualquier dirigente político, que será imprescindible instrumentar un ajuste prolongado, duro y doloroso. Sin embargo, eso es lo que se recorta en el horizonte.

Es conveniente no engañarse al respecto. La magia no existe y las medidas que deberán tomarse, si fuesen acertadas obrarán resultados en el mejor de los casos a mediano y largo plazo. ¿Por qué creer que si se envían 1.400 miembros de la fuerza de gendarmería a la así llamada —hoy con más sentido que nunca— Chicago argentina, el panorama cambiará para los rosarinos? El flagelo que padecen hace décadas sólo ha merecido de las autoridades locales y de las sucesivas administraciones centrales una catarata de discursos y diversos remedios mal recetados, con las consecuencias de todos conocidas. El poder de las mafias se halla tan extendido, y el tinglado de intereses que ha logrado montar es de tal envergadura, que para combatirlo con éxito se requieren decisiones de carácter extraordinario. La red de complicidades con el delito organizado incluye a la policía local, a parte del Poder Judicial y —por supuesto— a una porción significativa de la clase política. ¿Y si hubiese que intervenir la provincia como condición necesaria para enfrentar la cuestión? ¿Quién se animaría a hacerlo? —Nadie. Más aun, la sola mención de un expediente por el estilo suscitaría un coro de desaprobación.

Si quienes tienen la responsabilidad de velar por la seguridad de la población no se ponen de acuerdo sobre una cuestión de tamaña gravedad, cómo imaginar que serán capaces de colocarle el cascabel al gato. Los capos narcos vertebran desde la cárcel sus planes criminales con el auxilio de celulares y visitas de familiares que obran como correos ante la pasividad del servicio penitenciario, los jueces y los políticos que parecen despabilarse sólo cuando balean un supermercado de la familia de la mujer de Messi. Aníbal Fernández pudo exagerar cuando dijo que “el narco ya ha ganado”, pero lo suyo no fue un exabrupto. Hay razones de peso que parecen avalar la afirmación.

En el campo económico, Massa viene de dar un paso cantado. Actuó con arreglo a la estrategia que se fijó al momento de hacerse cargo de la cartera de Hacienda: llegar como fuese a los comicios sin devaluar (formalmente). Aunque su equipo minimizó en sus declaraciones públicas el peligro de la bomba a la cual habían hecho mención Juntos por el Cambio y variados analistas, todos sus integrantes eran conscientes de que a la deuda en pesos acumulada por el gobierno, había que sacársela de encima. ¿Cómo? —Pateándola para adelante y dejándole ese aparato de relojería, próximo a explotar, a quienes asumirán en diciembre. En resumidas cuentas, el canje consensuado por Massa junto a los bancos y a las aseguradoras que deseen ser partes del negocio —la operatoria será voluntaria— conforma las expectativas de la totalidad de los involucrados. Mientras los privados recibirán títulos ajustados por la inflación y el dólar, el oficialismo despeja en buena medida el riesgo de un estallido antes de los comicios. De los $ 7 billones que se espera ingresen al canje deberá encargarse el que venga.

La oferta que le ha sido extendida a las entidades financieras y a las compañías de seguros es a prueba de balas. Rechazarla parece no tener sentido. Reciben bonos duales con cobertura contras las seguras variaciones en el índice de precios al consumidor y del tipo de cambio —lo que significa que no serán susceptibles de licuación—, a lo que se agrega de yapa una opción a su favor para convertirlos en liquidez de forma inmediata en la ventanilla del Banco Central. En otras circunstancias, el camporismo hubiese puesto el grito en el Cielo por semejante regalo. No obstante, se ha callado la boca religiosamente. La necesidad tiene cara de hereje. En cuanto a los cambiemitas, han hecho las veces de comentaristas de la situación. No desconocen el bombón
envenenado que les deja Sergio Massa. Conocen bien las dificultades mayúsculas que les esperan.
Pero, como no se animan a poner los puntos sobre las íes, deberán soportar las consecuencias más
adelante.

Si bien con este gambito —o como prefiera llamárselo— el ministro estrella del gabinete y actor sobresaliente de la administración de Alberto Fernández, en un abrir y cerrar de ojos le tiró el fardo a los otros, por el flanco inflacionario las cosas van de mal en peor. El índice de la ciudad de Buenos Aires acusó un alza de 6 % en el mes de febrero. Por su lado, el conjunto de analistas que siguen el tema a nivel nacional no sólo coinciden con ese número sino que advierten que el indicador de marzo —tanto por razones estacionales como tendenciales— será aún superior al de febrero. De los diversos boquetes que Massa, en su calidad de ‘plomero del Titanic’, necesitaba sellar, a uno —por el momento— parece haberlo controlado. Pero el de la inflación está inundando las bodegas. No importan los pases de magia que ponga en práctica ni cuántas sean las bombas que ponga a funcionar para controlar el torrente de agua que entra a raudales. Los resultados hasta aquí obtenidos han sido nulos.

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