La consagración en el último Mundial puso -si es que a alguien le quedaba alguna duda- a Lionel Messi en el mismo sitial que Pelé y Diego Maradona como los verdaderos dioses de la pagana religión del fútbol en el planeta Tierra.
Por cuestiones de gustos, pasiones, amores y odios, cada quien elegirá a uno de esos tres por encima de los otros dos. Y depende los argumentos que se tomen, todos tendrán razón para elegir al mejor de los mejores.
El tema de estas líneas no es ese, que nunca podrá ser dilucidado con 100% de certeza. Pero en tren de la búsqueda de similitudes para endiosarlos o diferencias para clasificarlos, la elección de Messi de continuar -¿y terminar?- su carrera profesional en Estados Unidos lo acerca más a nuestro “enemigo” Pelé que a nuestro amado Maradona.
O Rei se retiró de la Selección de Brasil tras conquistar su tercer Mundial -único futbolista de la historia en lograrlo- en 1970. Cuatro años más tarde, se cansó de dar vueltas por el planeta con su mítico Santos (primer equipo “globalizado” cuando todavía no existía no sólo Internet sino TV en la mayoría de las casas del mundo) y se decidió a quemar sus últimos cartuchos a cambio de mucho dinero y nada de presión deportiva en el Cosmos de Nueva York de la incipiente liga estadounidense.
Casi medio siglo después, la Major League Soccer de Estados Unidos es un torneo establecido, con varias figuras jóvenes y veteranas, establecida como la segunda más competitiva de su continente futbolístico luego de la de México y tierra fértil para que el personaje Messi facture más dólares que el Messi futbolista, que luego de la obtención de la Copa del Mundo parece haber decidido dejar atrás la época más competitiva de su vida.
Así, la recta final de la trayectoria deportiva de Lionel se asemeja a la de Pelé. Muy distinta a la de Diego, que en sentido opuesto a las otras dos deidades de la pelota, regresó a su tierra natal para despedirse en las mismas canchas que lo habían visto nacer. Claro, después del doping en el Mundial de 1994, Maradona tuvo la entrada prohibida a Estados Unidos. Y Diego no podía jugar al fútbol sin sentir que jugaba para alguien, para hinchas que lo sintieran (y lo exigieran y desearan) como él. La tranquilidad buscada por Pelé en los ’70 y por Messi ahora era impensada en la maradoneana vida del “Diez” en la década del ’90.