Los vaivenes de la política exterior argentina no asombran a nadie. Son históricos y la restauración democrática no cambió nada al respecto con los gobiernos de distintos signo, las crisis de deuda y los barquinazos que ya son norma.
Aunque el mundo atraviesa la crisis política y económica más grave después de la II Guerra Mundial, Argentina siempre se las arregla para diferenciarse…para peor. Lo verá el lector por lo que sigue.
Donald Trump instaló con fórceps al cubano-americano Mauricio Claver-Carone en la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a finales de 2020, muy poco antes de perder las elecciones a manos del demócrata Joe Biden. La tradición en la política internacional indicaba que un europeo o europea conducía el Fondo Monetario Internacional (FMI), un estadounidense del género que fuera hacía lo propio con el Banco Mundial (BM) y un latinoamericano quedaba a cargo del BID. Trump no era un tradicionalista.
Mantuvo el pulso con Claver-Carone, basándose en aquel principio de repartición de espacios de poder, el argentino Gustavo Beliz, un hombre que después de ser ministro del Interior de Carlos Menenm, muy joven -1991- fue eyectado de aquel gobierno por una intriga de palacio y se instaló en Washington, donde hizo carrera en organismos internacionales y como consultor.
Alberto Fernández lo “repatrió” y lo ubicó en un estratégico lugar en su gabinete, hace ya dos lejanos años: en la secretaría de Asuntos Estratégicos, desde donde controlaba la relación con aquellas estructuras de poder, la distribución de fondos de préstamos, la designación de delegados argentinos, etc, etc. Basado en sus fluidas relaciones en el Vaticano, Beliz se convirtió en un operador “todoterreno” del Presidente, y en un nexo directo con dos factores de poder que aparentan estar muy enfrentados –EEUU y la Iglesia católica- pero que contienen en su vínculo matices muy sutiles.
No había relación entre Claver-Carone y el gobierno de Fernández, pero sí entre él y Sergio Massa, asiduo visitante de Washington. Y eterno contendiente de Martín Guzmán.
Por esas contradicciones que suelen atravesar las relaciones de poder –al fin y al cabo son relaciones humanas-, los caminos de uno y otro se bifurcaron: una “cama” terminó con la carrera del ultra republicano de origen cubano y el BID se quedó sin titular.
Comenzó en el último mes un proceso plagado de incertidumbres. Washington avisó que no buscará el lugar que, contra lo acordado pero nunca escrito, ocupó como un elefante en un bazar la Administración Trump, con el apoyo de los votos necesarios, en su momento (hay que decirlo).
En el despacho del presidente argentino reconocieron que no había agua en la pileta como para volver a insistir con la designación de Beliz al frente de esa entidad: la situación financiera del país no da para forzar una votación mucho más difícil aún que la de 2020. Pero sí imaginaron que “zapatitos blancos” –como lo bautizaron en el gobierno menemista por su pasado de monaguillo- podría ocupar una de las vicepresidencias del organismo. Para Alberto sería una suerte de reivindicación personal para su amigo, que se fue –también mal- de otro gobierno peronista en la ante última crisis de gobierno, cuando Silvina Batakis reemplazó a Guzmán.
Resta saber qué hará Massa a partir de la movida de Alberto F., si algo puede hacer. Aunque está claro que tiene muchos frentes abiertos.
En un gobierno sin rumbo ni destino, cada una de las designaciones en el gabinete o cerca de él hoy son leídas más como colocaciones –si son afuera, con salarios en dólares- que como movimientos políticos. Por lo que habrá más novedades para este boletín (para los “upper 60”, como decía el otrora famoso locutor de Radio Colonia, Ariel Delgado).