Los bombardeos rusos sobre territorio sirio con el alegado propósito de atacar a los yihadistas del EI amenazan con desatar otra guerra dentro de la sangrienta que afecta también a Irak. La nueva Guerra Fría y el papel que juegan unos y otros en el ejedrez estratégico en la región.
Lo de Oriente Próximo ya no se trata de una guerra sino más bien de una carnicería. Una carnicería en buena medida originada y dirigida por el Estado Islámico. Un revuelto de odios y contradicciones generado a partir de la guerra que imaginó George W. Bush y que más de una década después Estados Unidos no logra resolver (como tantas veces le ha ocurrido). Washington está atrapado entre dos formas de reaccionar totalmente distintas. Por un lado, quiere que los aliados (Irak, Siria, Francia, Israel, Qatar, Putin, que va y viene sin terminarse de integrar por no afirmar que su compromiso no es un paradigma de lealtad) asuman más responsabilidades en una coalición amplia con una misión concreta: “debilitar y destruir” la capacidad de actuación del EI. Pero al mismo tiempo, parece adoptar una actitud más agresiva: busca tomar la iniciativa para derrotar al grupo yihadista y cuanto antes. Ian Bremmer, que preside el Eurasia Group y es profesor de Investigaciones Globales de la más bien izquierdista New York University (NYU), sostiene que los aliados no saben a qué atenerse. ¿Estados Unidos va a estar en la retaguardia o en primera línea? ¿Cuál es el motivo del cambio de actitud?
Pero cada vez hay más presiones para que se produzca este giro estratégico. Con una economía cada vez más fuerte, la política exterior de Barack Obama acapara la atención de todos, tanto de la mayoría republicana en el Congreso como de aspirantes a la presidencia como Hillary Clinton. Las relaciones entre los aliados son muy tensas. Lo suficiente como para enviar una delegación a Washington que se quejó de que la coalición no hace lo suficiente para vencer al EI.
A medida que la estrategia de EEUU se entorpece y se vuelve más confusa, aumentan las posibilidades de que se agrave la crisis. Pero eso tiene una siniestra ventaja: ante la perspectiva de una gran catástrofe, tal vez pueda surgir una respuesta coherente y eficaz, tanto si la impulsa EEUU como si se la imponen (los aliados pero más, las circunstancias).
Los bombardeos llevados a cabo por la aviación rusa desde principios de octubre en Siria contra posiciones de grupos insurgentes enemigos del régimen de Bashar Asad elevaron la tensión entre Moscú y Washington. El ministerio de Defensa en Moscú informó luego que los ataques golpearon objetivos del EI, pero el secretario de Defensa estadounidense, Ash Carter, advirtió que afectaron “probablemente” a zonas sin presencia del Estado Islámico. “Este tipo de acciones inflamarían la guerra civil”, lamentó el funcionario.
Según Carter, la estrategia rusa en Siria está destinada al fracaso. Para él, el objetivo de Putin de luchar contra el EI mientras apoya del régimen de Asad es “contradictorio” y solo aumenta el riesgo de deterioro de la guerra civil allí porque, según argumentó, refuerza a los grupos extremistas.
El presidente ruso recordó que el yihadismo radical que opera en Siria e Irak “hace tiempo que declaró como enemigo a nuestro país”. Antes, el jefe de la Administración Presidencial, Serguei Ivanov, había dicho que los bombardeos defienden intereses nacionales y que el número de ciudadanos rusos y de países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) que lidera Rusia y que se suman al Estado Islámico “aumenta no por días sino por horas”.
Una encuesta realizada en septiembre en el moscovita Centro Levada indicaba que el 69% de los rusos no deseaba la ayuda militar directa de Moscú a los dirigentes sirios. No obstante, el líder de la república caucásica de Chechenia, Ranzón Kírov, lamentó que Moscú no haya enviado a la infantería a luchar contra el Estado Islámico.
Analizando el tipo de causa de muerte entre civiles, los niños representan el 9% de los muertos en tiroteos frente al 84% de hombres adultos. En los bombardeos, el 26,8 % de las víctimas mortales son menores frente al 54% de los hombres. Esa desproporción llevó a los responsables de este trabajo a denunciar que se están usando armas pesadas deliberadamente contra la población más vulnerable y a reclamar que se tomen medidas para detener esta sangrienta operación.
Hasta enero han muerto 220.000 personas como consecuencia directa de acciones de guerra en Siria, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los autores del estudio utilizan los datos del Centro de Documentación de Violaciones de Siria (VCD), que está realizando un censo de víctimas civiles muy detallado, lo que ha permitido desglosar en detalle las causas de muerte. Por ejemplo, 852 niños fueron ajusticiados durante el conflicto, algunos de ellos tras sufrir torturas.
La ofensiva lanzada por Rusia alcanzó las localidades sirias de Talbise y Restan, en la provincia de Homs. Según coinciden los analistas y fuentes en el terreno, en esa zona no hay presencia evidente del EI, como sostiene Moscú, pero sí de grupos vinculados a Al Qaeda como el Frente Al Nusra. Esta organización amenazan el objetivo principal del régimen, Latakia, y ponen en riesgo una de las prioridades de la estrategia militar de Asad: la comunicación entre Damasco, la capital, y la costa del país.
“Talbise (una de las localidades alcanzadas por los cazas rusos) no es una ciudad del Estado Islámico”, manifestó en un intercambio de correos el analista estadounidense Joshua Landis, experto en la contienda siria. “Es el hogar de Al Nusra, una filial de Al Qaeda, y de otras milicias como Ahrar al Sham”. Según Landis, el bombardeo de Moscú pretende fundamentalmente “apuntalar” al régimen en la franja rural y urbana del país, todavía bajo su control.
Son islamistas. Según señala en un detallado informe el analista Christopher Kozak, del Instituto para el Estudio de la Guerra, dentro de las prioridades del Ejército comandado por Asad está, junto con garantizar el corredor hacia el Mediterráneo, defender Latakia, el corazón de los alauíes, comunidad religiosa derivada del chiísmo a la que pertenece la cúpula del poder sirio. Y para su defensa se necesita recuperar la estratégica Jisr al Shugur, en la provincia de Idlib, y despejar la planicie de Al Ghab, en Hama, atacando al Frente Al Nusra, precisamente.
Como señala Kozak en su informe, Asad no cuenta para todo esto con el poderío militar suficiente, como el propio presidente sirio reconoció abiertamente hace ya un tiempo. Según Landis, el ataque ruso puede amenazar ese esfuerzo de lo que en Washington llaman “deconfliction”, lo que significa que las ofensivas aéreas dirigidas por rusos o estadounidenses no generen conflicto entre países por golpear objetivos no deseados. EEUU, por su parte, está entrenando y armando a facciones rebeldes moderadas en el norte del país para combatir al Estado Islámico.
En una tensa reunión en Paris, el 1º de octubre pasado, que oficialmente estaba dedicada a Ucrania, el presidente francés François Hollande acusó a Putin de apoyar a Asad y de bombardear “sectores controlados por la oposición” y no por el EI. “Los ataques deben afectar al EI y solo al EI”, apuntó Hollande. Los siete aliados occidentales dijeron lo mismo en un comunicado conjunto. La visita de Putin a París no fue simpática. Los periodistas lo vieron irse más agriado que nunca y es que para el presidente galo el conflicto tiene una sola salda, y es política.
El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, advirtió este lunes que una “incursión” de un avión ruso sobre el espacio aéreo de Turquía, aliado de Washington en la OTAN, podría haber provocado una seria escalada.
El departamento de Estado consideró en Washington que una de las incursiones fue “provocadora”, mientras el departamento de Defensa ruso la atribuyó a “malas condiciones meteorológicas”.
El incidente habla de lo que se juegan unos y otros en Siria, y de que la hipersensibilidad está a la orden del día.
Una investigación de GraemeWood, periodista del mensuario de izquierda americano “The Atlantic”, se adentró en mayo pasado en las profundidades de este infierno de crueldad. El EI controla un territorio más grande que el Reino Unido y al que, desde 2014, llegan miles de yihadistas de todo el mundo para enrolarse en sus filas. “Poco a poco expanden su control con el genocidio como bandera pero sus integrantes no son una mera colección de psicópatas. Constituyen un grupo religioso con creencias arraigadas. La de Word es una investigación sobre su estrategia y los errores de Occidente para enfrentarlo.
“Es un reino ermitaño y pocos de los que han ido hasta allí han vuelto. Rechazan la paz por principio, tienen hambre de genocidio. Su ascenso al poder, más que parecerse al triunfo en Egipto de los Hermanos Musulmanes –a quienes el EI considera apóstatas-, se asemeja a la matriculación de una realidad alternativa y distócica, como si David Koresh o Jim Jones (líderes de dos de las sectas suicidas más conocidas del mundo) hubieran sobrevivido para dominar no a unos pocos cientos de adeptos, sino a ocho millone de personas”, apunta Wood. Bernard Haykel, el mayor experto en la teología de esta organización, sostiene que las afirmaciones de que EI “ha tergiversado el islam son absurdas”. La gente “tiene que absolver al Islam”, dice. “El Islam es lo que hacen los musulmanes, cómo interpretan los textos”, añade. Todos los suníes comparten estos textos, no solo el EI. “Y estos individuos tienen tanta legitimidad como cualquier otro para desentrañarlos”, acota.
“Sería fácil –concluye word-, incluso exculpatorio, decir que el problema de EI es con el islam. “Sin embargo, limitarse a acusar al califato de antiislámico puede ser contraproducente, sobre todo si quienes reciben el mensaje han leído los textos sagrados y han visto que muchas de las prácticas del califato quedan refrendadas por ellas”.
Estos fragmentos de la investigación de “The Atlantic” en todo caso prueban que la violencia sanguinaria estaba ya en las raíces de Mahoma. A aquel que no concuerde debería leer al periodista inglés Patrick Cockburn, del diario “The Independent”, que ha terminado por definir al Estado Islámico como una versión islamista de los “Khmer Rojos” de Camboya. Finalmente, un movimiento surgido de una guerra.