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Conforme se acercan los comicios que habrán de substanciarse en los próximos meses de agosto y de octubre, presunciones, augurios y profecías de todo tipo, tamaño y color se echan a rodar, basados en los que podríamos denominar supuestos implícitos.

Vale la pena repasar algunas de los más trajinados porque, en general, son teorizaciones que gozan de crédito y, sin embargo, no resisten el análisis.

1) Si Massa lograse amesetar la inflación —razonan sus acólitos y buena parte de los analistas políticos— obraría un doble efecto: por un lado, de buenas a primeras, convertiría a un Frente de Todos roído por sus antagonismos y responsable de una gestión de gobierno lastimosa, en competitivo electoralmente hablando; por el otro, y más allá de las apetencias que, respecto de sus candidaturas, pudiesen abrigar Cristina Kirchner y Alberto Fernández, sería el ministro de la cartera
de Hacienda quien llevaría las de ganar a la hora de definir al presidenciable de ese espacio.

El problema que arrastra semejante especulación es que imagina un escenario imposible, salvo que ocurriese un milagro. El índice de precios minoristas no puede bajar a menos de la mitad —de más de 6 % a 3 %— y mantenerse por los próximos ocho meses en esa cifra, en razón de que todos los factores le juegan en contra a la administración actual: la emisión, la brecha cambiaria, la sequía, la distorsión de precios relativos, la desconfianza de los mercados y la indexación que está a la orden del día. Al mismísimo San Pedro le costaría arreglar semejante entuerto.

2) Si hubiese un plan de estabilización. Es lo mismo que soñar despiertos pensando que, en menos de lo que canta un gallo, el presidente y la vice van a fumar la pipa de la Paz, olvidando sus pasadas disputas, y lo van a facultar a Sergio Massa para que ensaye un libreto ortodoxo, contrario a sus convicciones más íntimas. Pero aun en el supuesto caso de qué tal cosa ocurriese, además
habría que cambiar al equipo ministerial —excepción hecha de Gabriel Rubinstein, el único que entiende en la materia. Para estabilizar la situación se requieren cuatro condiciones que brillan por su ausencia y que, en atención al calendario electoral, ya no hay tiempo para que se den de manera mancomunada: poder político, capacidad técnica, espacio de maniobra y confianza de los mercados.

3) Si dejasen de pelearse albertistas y cristinistas. En cierto sentido, el primer magistrado y la mujer que lo puso en el sillón de Rivadavia son como el agua y el aceite. No se mezclan porque, en el fondo, han terminado odiándose, merced a motivos de todos conocidos. A esta altura podrán cruzarse saludos fríos, manteniendo las formas, sin que ello posibilite cerrar la brecha que los separa. Uno —aun con sus dudas a cuestas— todavía desea ser presidente, mientras la otra quiere sacarlo cuanto antes de la grilla de candidatos. No sólo no se perdona el error que cometió al elegirlo sino que lo considera un desagradecido y hasta un traidor.

4) Si el peronismo no se dividiese y todas sus tribus, sin distinción de colores e ideas, tirasen para un mismo lado. Sería maravilloso para los seguidores del movimiento en su conjunto. Algo así como la ensoñación de una noche de verano. Está visto que, aun cuando no exista un rompimiento sonoro, que se deje oír en los cuatro rincones del país, las diferencias ideológicas y tácticas entre las facciones que pueblan el peronismo son lo suficientemente profundas como para pensar en una unidad sólida, que se predica en los discursos y carece de consistencia en los hechos. No sólo la grieta pone en orillas antagónicas a los dos Fernández. Están peleados los movimientos sociales, dividido el sindicalismo, dispersos los gobernadores y desconectados los ministros.

5) Si Alberto Fernández lograse relanzar su gestión y tuviese éxito. ¿Alguien en su sano juicio podría pensar que Carlos David Ruiz, director técnico del club Arsenal de Sarandí, puede sacar campeón a su equipo en el curso del presente año?. De tan improbable ni siquiera vale la pena considerarlo. Las posibilidades de reflotar una administración ruinosa, recusada, según la mayoría de las encuestas, por más de 60% de la población, resultan remotas. No hay tiempo suficiente
para poner en marcha unas medidas cuyos efectos benéficos —si los tuviesen— no alcanzarían a palparse, y a ello debería sumarse la dificultad de ajustar la economía en un año electoral.

6) Si se partiese Juntos por el Cambio podría triunfar el kirchnerismo. En tren de especular se puede ir hasta el infinito. Es cierto que un quiebre de la principal fuerza opositora —en teoría, al menos— beneficiaria al oficialismo. Claro que, de la misma manera y con base en idéntica lógica, cabria imaginar que también se vería favorecido Javier Milei, y quizá en mayor medida. —¿Por qué no?— Pero la coalición del Pro, la Unión Cívica Radical y los seguidores de Elisa Carrió no va a suicidarse teniendo el poder al alcance de la mano. La suposición de que sus dirigentes si no se pusiesen de acuerdo optarían por la variante centrifuga, es una conjetura antojadiza. Más temprano que tarde marcharán todos juntos en pos de la Casa Rosada. Si no llevasen las de ganar es probable que la fractura estaría a la vuelta de la esquina. Como es casi seguro que en una segunda vuelta se lleven los laureles, primará la cordura.

7) Si 2+2 fuera siempre 4. Las encuestas que leemos a diario, a la hora de mostrar la musculatura electoral de las dos mayores fuerzas políticas del país, presentan, como dato confiable, la suma de todos los candidatos de cada una de ellas. De esta manera, si —para dar un ejemplo— Massa mide 7%, Alberto Fernández 9 %, Wado de Pedro 5 %, Daniel Scioli 4 % y Juan Manzur 2 %, el total del
oficialismo sería 27 %. Un cálculo igual se hace respecto de los precandidatos de Juntos por el Cambio. El error o trampa involuntaria —como se prefiera considerarlo— es que nada asegura que un peronista dispuesto a sufragar en favor del ministro de Economía vote al titular de la cartera del Interior, si acaso éste ganase en las PASO. Tampoco corresponde pensar que un simpatizante de Patricia Bullrich —si perdiese en las primarias— automáticamente vaya a inclinarse por Horacio Rodríguez Larreta y no por el líder de La Libertad Avanza. Los supuestos implícitos, como el condicional contra fáctico, no suelen ser buenos consejeros cuando se trata de hacer un análisis político preelectoral. Hasta la próxima semana.

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