O detienen la pérdida de reservas o…

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Semanas antes de la sorpresiva renuncia de Martin Guzmán, el entonces presidente de la Cámara de Diputados de la Nación convocó a su casa, en la localidad de Tigre, a una suerte de “dream team” de economistas del peronismo que, era “vox populi”, respondían al anfitrión y estaban dispuestos a acompañarlo en la empresa, siempre y cuando Sergio Massa fuese nombrado jefe de Gabinete o, en su defecto, ministro en la cartera de Hacienda. Se hicieron presentes aquel fin de semana, en la zona del Delta, Martín Redrado, Miguel Peirano, Marco Lavagna, Diego Bossio y Lisandro Cleri. Al parecer no quiso ser de la partida Jorge Sarghini y —contra lo que trascendió en un principio— no fue invitado Emmanuel Álvarez Agis.

La idea del anfitrión era doble: por un lado, intercambiar opiniones respecto de una situación que se deterioraba día a día y, por otro, sondear el ánimo de los invitados acerca de su voluntad de formar parte del gabinete si, en un futuro próximo, se producían cambios significativos en el gobierno. Excepto el último de los mencionados más arriba, el resto de los participantes que hoy se hallan en el llano, trabajando en su profesión, no se mostró dispuesto a volver a la función pública. En cuanto a Lavagna, prefirió quedarse donde estaba, al frente del INDEC. Cuando el discípulo de Joseph Stiglitz puso pies en polvorosa, varios de ellos fueron sondeados y todos se negaron en redondo a asumir un cargo que finalmente recayó, por descarte, en Silvina Batakis.

Inflación de julio fue 7,4%, la más alta desde la crisis del 2002

Massa, por lo tanto, sabía perfectamente bien, al momento de ser nombrado, que ninguno de los especialistas que habían sido sus laderos, consejeros y hombres de confianza en materia económica, iba a sumarse a su elenco de colaboradores. De haber contado con —al menos— uno de los participantes del almuerzo en Tigre, es seguro que el funcionario de mayor jerarquía debajo de la suya —que llevaría en el ministerio la voz cantante en los asuntos técnicos— a esta altura estaría sentado en su despacho. Pero como nadie aceptó, el flamante ministro tuvo que salir a las apuradas en busca de un segundo cuyo nombre los mercados esperan conocer con marcado interés. Pasaron los días, uno tras otro se fueron conociendo los nombres de quienes figurarían en el gabinete recién formado, sin que nada se supiese al propio tiempo del viceministro. El pasado miércoles, a media mañana, Massa le ofreció hacerse cargo a Marina Del Poggetto, que no quiso saber nada con el asunto. Al día siguiente se dio por descontado que el elegido había sido Gabriel Rubinstein, tan bien visto por sus pares y por la City en general como de mala relación con el camporismo. La razón de la ojeriza se supo pronto, a poco de que trascendieran diversos mensajes en los que había criticado —sin contemplaciones y haciendo gala de no poca ironía— en años pasados a Néstor, Cristina y Máximo. También había dicho que nunca formaría parte de una administración kirchnerista. El viernes, sea porque su nombre había sido vetado por la Señora o porque el interesado se echara atrás, se abrió un compás de espera que aún sigue vigente. El hombre que se había preparado con anticipación para hacerse del cargo que ostenta Juan Manzur o el que ostentaron Martín Guzmán y Silvina Batakis demostró hasta ahora una gran improvisación en punto a la formación de su tropa. En medio de estas idas y venidas el flamante ministro renunció a su banca, asumió su cargo y ventiló las primeras medidas de su gestión. Nada que moviese demasiado el amperímetro. Cosechó los elogios de costumbre de las centrales empresarias y tuvo el respaldo de buena parte del oficialismo que cerró filas junto a él, con más o con menos énfasis, según los casos. Sólo plantearon diferencias de bulto uno de los directores del Banco Nación, Claudio Lozano, y el más mediático de todos los líderes de los movimientos sociales, Juan Grabois.

Mención aparte merece la vicepresidente, que no solo aceptó sacarse una foto con Massa para respaldar la idea de que ella no se opondrá al ajuste en marcha. Hizo algo de mayor calibre: le dio orden estricta a su avanzada en la Secretaría de Energía para que los funcionarios que le habían hecho la vida imposible a Martin Guzmán y a Alberto Fernández dejasen sus despachos y se fueran a sus casas. La renuncia de Federico Basualdo y de su par, Darío Martínez, es la demostración más cabal del apoyo de la Señora al que alguna vez fuera jefe de Gabinete suyo, y el triunfo más logrado de éste. Alcanzado el “nihil obstat” de la jefe del Frente de Todos, no existieron disidencias que hicieran ruido en el colectivo oficialista. Y eso que el recién llegado no mostró todavía la totalidad de las cartas que piensa jugar.

De los múltiples desafíos específicamente económicos con los que tendrá que lidiar: el flagelo inflacionario, el atraso cambiario, los subsidios energéticos, la brecha entre el dólar oficial y el blue, el cepo, el crecimiento exponencial de la deuda cuasifiscal y la merma de las reservas del Banco Central, el último de la lista es —de lejos— el más acuciante. Con las arcas del Central en números negativos —las reservas netas liquidas ya se ubican en U$ 7.500MM en rojo— la necesidad de obtener billetes verdes es cosa de vida o muerte.

Por eso es que la suerte de Massa se pondrá en juego a partir de esta semana, cuando deba negociar con el campo. Salvo que alguien considere posible conseguir, en el curso de las próximas semanas, el auxilio de algún fondo árabe o de un club de bancos, lo cierto es que el único sector que puede sacarlo —sólo por algunos meses— del atolladero en el que se encuentra, es el de los chacareros, por llamarlo así. Cabría decir, sin exageración ninguna, que de la dimensión de la audacia del ministro a la hora de extenderle una oferta al campo dependerá el que salga adelante o naufrague. Sus interlocutores esperan una señal cualitativa y cuantitativamente diferente de la que les ofreció el anterior equipo económico.

Si se toma como punto de referencia para evaluar la performance massista el momento en que el tigrense asumió, el recorrido del dólar blue y los financieros —también llamados “alternativos”— parecería que mal no le ha ido. La baja del MEP, del contado con liquidación y del paralelo ilusionaron a muchos que creyeron en una reacción positiva de los mercados. Sin embargo, en lo que va de agosto el Banco Central suma una perdida por sus intervenciones de casi U$ 1.173 MM, y casi U$ 5.750 MM desde el 30 de junio. La sangría de reservas es la contracara, mucho más importante y grave, de la bajada del dólar. Bueno resulta recordar que es la peor racha que se recuerde en los últimos veintitrés meses, lo pone al descubierto dos cosas: la falta de resultados de los diversos mecanismos generados por el gobierno para alentar la oferta de divisas y, en segunda instancia, la escasa —por no decir nula— confianza que continúa despertando la actual administración. En la medida que Massa y su equipo no sean capaces de ofrecer una promesa factible de un tipo de cambio que mejore la rentabilidad del campo, los mercados continuarán bajo presión, el Central seguirá perdiendo reservas, los productores agropecuarios retacearán aún más la venta de granos y la crisis escalará sin remedio. No dispone de mucho tiempo el ministro para demostrar que no es más de lo mismo. Si no actúa rápido y no sabe pegar el volantazo en la dirección correcta, sus días estarán contados.

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