Francisco Latzina, un nombre injustamente olvdado

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La historia ha tenido muchos personajes en toda la gama de la trascendencia, algunos próceres preclaros, otros en planos sucesivamente menores, pero todos en mayor o menor grado discutidos por la pasión política. Entre todos hay figuras más que importantes a las cuáles un manto de silencio ha cubierto y como una espesa niebla su nombre apenas aparece. Por eso es un deber de justicia evocar en el centenario de su muerte a Francisco Latzina, nacido en lo que hoy es el territorio de la República Checa.

Latzina vio la luz el 2 de abril de 1843 en el hogar de Mateo Latzina, un oficial de artillería, y de Susana Schenk. Su padre debió influir para que siguiera la carrera de las armas y, después de las preparatorias, Francisco eligió la Armada, así que a las 20 años recibió los despachos de guardiamarina. En 1864 fue herido por un casco de granada en la guerra contra Dinamarca, el que que le arrancó una pantorilla, pero ya repuesto siguió embarcado. Sin embarg,o la humedad le causaba grandes dolores por lo que le ordenaron ir a Viena para reponerse y aprovechó ese tiempo para perfeccionar sus estudios astronómicos. Más como los dolores continuaban, le sugirieron buscar un clima más benigno en Sudamérica, y se fue a residir a Río de Janeiro y a Montevideo.

Por la misma causa viajó a Buenos Aires y, como mejorara notablemente, pidió la baja de la Armada. Hombre de trabajo, pronto se encontraba en San Nicolás de los Arroyos como contador en un establecimiento de frutos del país. En un viaje a Buenos Aires conoció a Domingo F. Sarmiento, quien enterado de sus estudios astronómicos le propuso integrarlo al Observatorio que pensaba crear. En el interín lo nombró profesor de Matemáticas en el Colegio Nacional de Catamarca, donde permaneció más de un año, tiempo en el que aprovechó para profundizar sus conocimientos en esta nueva tierra.

En 1873 tomó posesión del cargo de ayudante astrónomo del Observatorio de Córdoba, pero habría de quedar ligado a San Fernando del Valle de Catamarca, adonde regresó como docente superior de Matemáticas y encargado de las observaciones meteorológicas en la escuela de Minas.

La Academia de Ciencias de Córdoba lo hizo numerario, dictó allí también cátedras de su conocimiento y comienza entonces una vasta serie de observaciones e investigaciones que da a conocer en numerosos trabajos que se prolongan hasta 1881, en que es nombrado director de la oficina estadística, convertida ésta en Departamento Nacional de Estadística, al que habría de consagrar sus esfuerzos en ese cargo hasta 1916.

Citar sus monografías y obras de carácter científico llevaría varias páginas. Su “Geografía de la República Argentina” de 1888 fue presentada al año siguiente en la Exposición Universal de París, y el “Diccionario Geográfico Argentino” de 1891 es una obra monumental que contiene más de 22.000 descripciones y apéndice. En ocasión del centenario de Mayo, dio a conocer un léxico de las poblaciones del país que poseían servicios de ferrocarril, telegráfico o postal. Hasta el fin de sus días se dedicó silenciosamente en el retiro de su hogar al trabajo noble y fecundo, y, al llegar la hora de su muerte, el 7 de octubre de 1922, se encontraba dedicado a una historia de la estadística que le había encargado la Sociedad Científica Argentina.

Casó con Magdalena Cerruti y Piedrabuena, y fueron padres de Eduardo Latzina, quien con amor filial al cumplirse el centenario del nacimiento de don Francisco, dio a conocer un volumen sobre su labor intelectual. A un siglo del fallecimiento, en el Día Nacional de la República Checa, bien está honrar a un nativo en aquellas tierras que enorgullece a nuestro país por sus valiosos servicios.


* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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