Detectan por primera vez un ruido de fondo cósmico explicado por Einstein hace un siglo

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La genialidad del científico Albert Einstein, maravillosamente, se sigue demostrando con nuevos descubrimientos a más de 67 años de su muerte. Los avances tecnológicos logran plasmar en la realidad lo que una de las mentes más brillantes de la humanidad explicaba en la teoría. Esta vez, el nombre del genio alemán de origen judío, exiliado luego a EEUU y nacionalizado en ese país, vuelve a la palestra por la identificación de un ruido cósmico emitido por el torbellino de gigantescos agujeros negros captado por primera vez gracias a una técnica inédita de detección de ondas gravitatorias gracias a una red de telescopios, que abre “una nueva ventana al Universo”.

Las ondas gravitacionales fueron predichas por Einstein en 1916, pero no pudieron ser detectadas hasta cien años después. Fue en 2015 cuando los detectores de ondas gravitatorias Ligo (Estados Unidos) y Virgo (Europa) revolucionaron la astrofísica al detectar un estremecimiento de menos de un segundo procedente de la colisión entre dos agujeros negros con una masa diez veces superior a la del Sol.

Pero ahora, una señal mucho más dilatada en el tiempo evoca un fenómeno de mayor escala, captado por una red de telescopios de Europa, Norteamérica, India, Australia y China del consorcio International Puslar Timing Array (IPTA).

¿Qué son las ondas gravitacionales?

Se trata de ínfimas perturbaciones del espacio-tiempo, parecidas a las ondas de agua en la superficie de un estanque.

Estas oscilaciones, que se propagan a la velocidad de la luz, nacen por el efecto de eventos cósmicos violentos como la colisión de dos agujeros negros. Aunque están vinculadas a fenómenos masivos, su señal es extremadamente tenue.

Para detectar estas ondas, los científicos emplearon un nuevo instrumento: lo púlsares de la Vía Láctea, estrellas que tienen una masa equivalente a una o dos veces la del Sol, pero comprimida en una esfera de una decena de kilómetros de diámetro.

Ultracompactos, estos astros giran sobre sí mismos a gran velocidad, hasta 700 vueltas por segundo, explica el investigador del CNRS.

Esta rotación desenfrenada produce una radiación magnética en sus polos, que se parece al haz de luz de un faro, detectable gracias a las ondas de radio emitidas a baja frecuencia.

A cada vuelta, los púlsares envían unos “pitidos” ultrarregulares, que se erigen como “destacados relojes naturales”, explicó Lucas Guillemot, del laboratorio de física y química del medioambiente y del espacio (LPC2E) de Orleans.

“Fue un momento mágico”, explicó en una rueda de prensa Maura McLaughlin, de la red estadounidense Pulsar Search Collaboratory.

Un ruido de fondo continuo que Michael Keith, de la red europea EPTA (European Pulsing Timing Array), compara con “un restaurante bullicioso con mucha gente hablando a tu alrededor”.

“Hablamos de ondas gravitatorias generadas por agujeros negros de varios millones a varios miles de millones de veces la masa del Sol”, declaró a la agencia de noticias AFP Gilles Theureau, astrónomo del Observatorio de París-PSL.

¿De qué se trata el ruido cósmico detectado?

La hipótesis principal sobre el origen de estas ondas apunta a parejas de agujeros negros supermasivos, cada uno de ellos con un tamaño superior a nuestro sistema solar, “listos para chocarse”, explica Theureau.

Antoine Petiteau describe a dos colosos que “giran uno alrededor del otro antes de fusionarse”, un baile que provoca ondas gravitacionales de “un periodo de varios meses a varios años”.

“Abrimos una nueva ventana al Universo”, dice Theureau. “Añadimos una nueva gama de vectores de información”, complementaria a las investigaciones de Ligo y Virgo, que operan sobre distintas longitudes de ondas, dice Petiteau.

Esto podría, entre otras funciones, esclarecer el misterio de la formación de los agujeros negros supermasivos, agrega AFP.

Sin embargo, deberán profundizar los estudios antes de llegar a una detección totalmente sólida, que se espera para dentro de un año.

El criterio absoluto es que “haya menos de una posibilidad entre un millón de que esto ocurra por casualidad”, subrayaron en un comunicado el Observatorio de París, el CNRS, el CEA y las universidades de Orleans y Paris Cité.

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