El guardián de prisión que odió y amó a Mandela

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Cuando lo conoció en la isla-prisión de Robben Island, Christo Brand lo odiaba, pero hoy lamenta su muerte.

“Es como si hubiera perdido a un padre”, explica Christo Brand, uno de los guardianes de prisión de Nelson Mandela, el peligroso “terrorista” al que empezó odiando con todas sus fuerzas antes de admirarlo por su lucha por la paz.

Cuando lo conoció en la isla-prisión de Robben Island, Brand lo odiaba, pero hoy lamenta la muerte de Mandela, “una gran pérdida para el país” y para el mundo. “Lo extraño pero siempre lo tendré en mis pensamientos”, asegura.

Cuando llegó a Robben Island, frente a las costas de Ciudad del Cabo, a finales de los años 1970, sus compañeros de trabajo le advirtieron sobre el peligroso detenido número 46664, “el mayor criminal de Sudáfrica”, le dijeron.

Lo primero que sorprendió al guardián, que acababa de cumplir 18 años, fue que Mandela y sus acólitos, los temibles “terroristas”, fueran hombres amables de mediana edad.

Pero en esos años marcados por la violencia y la propaganda, los prejuicios pesaban mucho. “Lo empecé a odiar desde el primer momento”, explica Brand con un fuerte acento afrikaner, la lengua de los primeros colonos blancos.

“En esa época nuestras relaciones eran las de un guardián con un prisionero. Pero en los años 1980 las cosas cambiaron”, explica.

Tras años de relación con los opositores al régimen segregacionista, Brand terminó entendiendo “por qué luchaban” y poco a poco “cambiaron mi manera de pensar y mis opiniones”.

El guardián, cada vez más sensible al sufrimiento de Mandela, se saltó por primera vez las normas en 1981.

En esa época el detenido sólo tenía derecho a una visita personal de 30 minutos cada tres meses, a la que no podían venir sus hijos. Pero su mujer Winnie logró introducir en la prisión a su hija recién nacida, escondida bajo una manta.

Cuando Mandela se dio cuenta “me miró y me dijo: ‘¿Señor Brand, sería posible ver a la niña, aunque sea de lejos? Le respondí que no, porque sabía que había micrófonos en la sala”, relata el guardián. Pero luego le dio a la bebé y Mandela la tomó en sus brazos mientras le caían las lágrimas.

Un año más tarde, Mandela fue trasladado junto a Brand a la prisión de Pollsmoor, en Ciudad del Cabo, donde tenía un régimen menos severo.

El guardián terminó por presentarle a su familia. “Desde entonces les envío una felicitación en Navidad”, explicó Mandela años después, recordando al guardián como “un joven muy agradable”.

“Las personas como el guardián Brand reforzaron mi convicción de la profundad humanidad incluso de aquellos que me tuvieron en prisión durante 27 años y medio”, explicó en otra ocasión.

Cuando cayó el apartheid, Mandela se convirtió en presidente. Pero para Brand siguió siendo el mismo. “Siempre te daba la impresión de que eras alguien importante”, recuerda.

Mandela felicitó a su antiguo carcelero cuando fue ascendido, ayudó a su hijo a conseguir una beca para la universidad y le envió el pésame cuando ese mismo hijo murió en un accidente.

Ahora la prisión de Robben Island es un museo y Brand trabaja allí como guía. “La gente siempre lo recordará como una persona humilde, accesible, pero también como el que cambió el país sin un baño de sangre”, concluye.

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