Homofobia de la iglesia católica

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Al Papa Francisco:

Padre, querido Francisco,siempre he querido a la Iglesia de Cristo.Hoy, como bautizado, sacerdote y teólogo, que ha querido servir a la Iglesia toda su vida, me dirijo a Usted, mi Superior y Pastor de esta iglesia.Tras un largo y atormentado periodo de reflexión y de oración, ante Dios y con plena conciencia de la gravedad del momento, he tomado la decisión de rechazar públicamente la violencia de la Iglesia hacia las personas homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales.

También yo, hombre de orientación homosexual, ya no puedo seguir soportando el odio homofóbico de la Iglesia, la exclusión, la marginalización y la estigmatización de las personas como yo, continuamente ofendidas en su dignidad y en sus derechos humanos negados y doblegados por esta Iglesia violenta y por las personas que la forman.Hoy me pongo de parte de la fantástica gente homosexual, durante siglos humillada por una Iglesia fanática.

Ya no acepto la salvación que gratuitamente excluye a una parte de la humanidad. No somos nosotros, los homosexuales, los que necesitamos la compasión que nos promete la Iglesia. No somos nosotros los enemigos ni de la Iglesia ni de la familia, una imagen falsa y ofensiva que la Iglesia ha conseguido formar sobre nosotros. Nosotros sólo pedimos el respeto de nuestra dignidad y de nuestros derechos como seres humanos que somos.

Si la Iglesia es tan obtusa, tan incapaz de reflexionar, tan desfasada en el conocimiento del ser humano – como bien la describió el card. Carlo Maria Martini – si no consigue encontrar la acogida de esta gente, al menos que se abstenga de presionar a los estados y naciones que desean respetar el derecho humano de las personas homosexuales a un matrimonio civil. La Iglesia debe preocuparse de sus matrimonios religiosos y de hacer felices a sus fieles heterosexuales, quienes no parecen serlo tanto entre los muros aprisionadores del adoctrinamiento.

La iglesia debe dejar de sembrar odio contra quien quiere vivir en paz y en amor en esta tierra. La Iglesia, incapaz de enfrentarse a lo humano, debe callarse si no es capaz de usar la razón.Le agradezco algunas de sus palabras y gestos de pontífice hacia las personas homosexuales. Pero sus palabras tendrán valor únicamente cuando se eliminen todas las declaraciones del Santo Oficio ofensivas y violentas contra las personas homosexuales, y se elimine también la obscena instrucción de Benedicto XVI que prohíbe el acceso al sacerdocio a las personas homosexuales.

Mientras tanto, el clero, que está lleno de personas homosexuales y al mismo tiempo violentamente homofóbicas, debería ser coherente con esta diabólica instrucción. Todos los cardenales, obispos y sacerdotes gays deberían tener el valor de abandonar esta Iglesia insensible, injusta y violenta.Me pongo de parte de la gente homosexual, para estar a su servicio y para ayudarla a que despierte a esta iglesia dormida, farisea e hipócrita, anclada en sus inhumanas doctrinas, sin misericordia ni caridad alguna; una iglesia homofóbica que sólo sabe odiar al otro, únicamente porque no es heterosexual; una iglesia que sólo sabe perseguir y destruir la vida de millones de personas gays que son personas espirituales, abiertas a lo transcendente, sensibles a lo divino.

La iglesia los ha hecho leprosos excluidos, como si fueran los hombres los que eligen su propia orientación sexual: heterosexual u homosexual.Me pongo de parte de esta gente oprimida y perseguida por la iglesia. Me pongo de parte de esa gente, como sacerdote polaco que representa a una iglesia particularmente odiosa, formada por pastores sin corazón ni cerebro, para los que hay que pedir perdón.

Algunos de ellos están con Usted en el sínodo con su lenguaje del odio, carentes de sensibilidad, interesados únicamente en cómo invadir y someter a sus intereses los gobiernos democráticos, en cómo robar cada vez más, en cómo apropiarse del bien común, en cómo negar los derechos fundamentales a las personas.He pasado por un largo periodo de reflexión y de lucha interior para tomar plena conciencia de que ya no soporto este odio de la exclusión. Si la salvación que la iglesia ofrece no respeta la naturaleza de las personas homosexuales, yo rechazo esta salvación.

La rechazo en nombre de Dios que nos ha creado y nos quiere tal como somos.He meditado mucho tiempo esta decisión, también porque sé cuánto es violenta la iglesia contra todos los que la dejan. Temo por la manera en que la gente de la iglesia sabrá ser violenta contra mi familia, que no es ni mínimamente responsable de mis decisiones.

Especialmente estoy preocupado por mi madre, una mujer de una fe inquebrantable que no es responsable de ninguna de mis decisiones. Sé qué riesgos corre en esta iglesia violenta e insensible, a la cual ella ha dedicado incondicionalmente toda su vida. En Polonia muchos católicos saben ser verdaderos maestros del odio, de la estigmatización y la exclusión de los demás, y de la homofobia.

Mi madre no merece ser ofendida por esta inhumana iglesia polaca.”Misericordia quiero, no sacrificios”. Dios no quiere sacrificios de la naturaleza humana. Dios respeta el misterio de la naturaleza humana creada. La iglesia, en cambio, odia en la naturaleza humana todo lo que difiere de su proyecto de poder y dominio sobre el hombre y su sexualidad. La iglesia sólo sirve a la parte heterosexual de la humanidad, y no quiere reflexionar de forma racional y serena sobre la naturaleza de las personas homosexuales.

Santo Padre, en el sínodo de obispos, los pastores, cuya mayoría de ellos está dormida intelectualmente y no ha sentido nunca el olor de las ovejas, no sólo deben debatir la situación de los fieles divorciados y casados de nuevo, sino también la situación de las minorías sexuales, las cuales también tienen derecho a vivir dignamente su amor, un amor que la iglesia está matando. Tenemos derecho a una vida familiar, aunque la iglesia no quiera bendecirla. Existimos y existiremos siempre, aunque su iglesia nos siga reduciendo a la nada, del mismo modo que aún hace con sus fieles divorciados y felizmente casados de nuevo.

Para no entorpecer vuestro beato camino de salvación heterosexual, muchos de nosotros, de las minorías sexuales, somos capaces de retirarnos de vuestra iglesia. No nos compadezcáis en absoluto. Compareceros sólo de vosotros mismos, hipócritas y fariseos. Pero por favor, tened misericordia. Tened un mínimo de misericordia. Al menos dejadnos en paz, dejad que los estados civiles puedan hacer nuestra vida más humana, mientras vosotros, con vuestra iglesia, sólo habéis logrado hacer un infierno de nuestras vidas de homosexuales.Vuestra iglesia debe pedir perdón y callarse para siempre. O debe cambiar en su camino sinodal y empezar a pensar sobre esa parte de la iglesia y de la humanidad constituida por homosexuales creyentes, que vosotros habéis denigrado y excluido como si fueran leprosos.

Yo rezo por Usted, sabiendo que Usted es el verdadero hombre de Dios, pero haré todo lo que sea necesario para ayudar al pueblo homosexual para que despierte a la iglesia católica de su sueño inhumano, que ha llegado ya a un límite intolerable de sufrimiento.

* Monseñor Krzysztof Charamsa es secretario adjunto de la Comisión teológica internaciona y oOficial de la Congregación por la doctrina de la fe.

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