El asesinato de Isaac Rabin: La paz está muerta

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El 4 de noviembre de 1995 fue asesinado el entonces primer ministro laborista por un judío ortodoxo. Impulsor de los Acuerdos de Oslo para la creación de dos estados, uno israelí y otro palestino, el de Rabin fue el primero de una serie de asesinatos que incluye al proceso de diálogo entre los dos bandos.

Ephrain Smeh se alejó de la plaza cuando la multitud estaba en su apogeo. Ese 4 de noviembre de 1995, el ministro de Salud de Israel tenía que cumplir una serie de obligaciones en el norte del país. Dejaba detrás suyo una enorme cantidad de gente. Decenas de miles de ciudadanos creyentes con todas sus fuerzas en la paz con los palestinos. Más de dos años antes, los acuerdos de Oslo habían diseñado un camino hacia la coexistencia entre los dos Estados.

Fue en ese momento cuando Smeh, hombre clave de las negociaciones con los adversarios desde los años ochenta, llegó a destino y se enteró de la tragedia que acababa de producirse en la plaza de los Reyes de Israel, en Tel Aviv. En el momento en que se acercaba a su automóvil, el primer ministro Yitzhak Rabin había sido alcanzado en la espalda por las balas de un extremista judío, Yigal Amir.

“Luego de este acontecimiento, Israel no volvió a conocer un solo día bueno”, suspira Ephrain Smeh. “El asesinato decapitó al Estado y a la izquierda israelí”, concluyó.

A miles de kilómetros de allí, en Punta del Este, Uruguay, el controvertido periodista Jacobo Timerman solo atinó a exclamar: “Ojalá que el asesino haya sido un judío”. Toda una definición.

Veinte años más tarde Israel está en punto muerto. Se trata de un país enfrentado a una nueva ola de violencia. Palestina, donde el miedo es una segunda piel, armados con simples cuchillos los jóvenes asaltantes golpean donde quieren. La gestión puramente “seguritista” del conflicto mostró sus límites. Como si fuera de las Fuerzas Armadas no pudieran contar sino con ellos mismos.

Después de ese sombrío día de noviembre de 1995, la izquierda israelí ganó una sola elección, en 1999 con Ehud Barak. Falló en convertirse en una alternativa al Likoud, el partido de derecha dominante después de su victoria en las históricas elecciones de 1977.

El pasado 24 de octubre algunos miles de personas se reunieron en Tel Aviv, sobre la plaza bautizada, entonces, como Plaza Rabin para pedir por la paz. Entre ellas, Ran Daviri, de 37 años, quien con una bandera israelí en una mano y su hija, que llevaba la otra punta. Ran trabaja en un estudio de abogados. Hace 20 años estaba sobre esa plaza con su familia. “Todo cambió después, la esperanza había desaparecido. Vine aquí para sentirme mejor, para no participar en esta decadencia. Tengo vergüenza de mi pueblo”, declaró. El futuro abogado siempre votó a laboristas, que no han hecho otra cosa que decepcionarlo. “Siguen la ola”, dice. Y la ola es potente.

Hoy es posible descubrir en la Biblioteca Nacional de Jerusalén una exposición que muestra lo que fueron los llamados al odio contra Rabin. Era la era preinternet: Y todo había que imprimirlo. Rabin en uniforme SS, Rabin en Keffieh, Rabin lavándose de las manos la sangre derramada por Yasser Arafat. Rabin tenía 73 años cuando fue asesinado y era un hombre, en 1948, cuando se fundó el Estado de Israel. Fue jefe de Estado Mayor de las FFAA durante la guerra de los Seis Días, en 1967. Durante largo tiempo desafió a la OLP, consideró a Arafat como un terrorista y no aprobó la creación de un Estado Palestino.

Pero desde 1979, dos años después del fin de su primer mandato como cabeza del gobierno, Rabin terminaba sus “Memorias” con esta frase: “Los riesgos de la paz son preferibles de lejos a las siniestras certezas que le esperan a cada Nación en guerra”. La primera Intifada, hacia finales de los años 80, terminó de convertirlo al bando de una solución negociada.

Rabin no tenía un gran carisma pero sí coraje. Quien conduce la izquierda hoy, Yitzhak Herzog, apodado “Bouji”, es frecuentemente acusado de carecer de estas dos cualidades. Pequeño, delgado, con anteojos y una voz ligeramente nasal que puede sonar ridícula, no logró arrancarle el poder a Benjamín Netanyahu en las elecciones anticipadas de marzo pasado. “Había un deseo de reemplazar a Netanyahu y existe una frustración creciente debido a sus políticas”, explica Herzog al enviado de “Le Monde”.

“Sin embargo, el estado del espíritu de la población, en cuanto el tema se aproxima al terrorismo, se inclina naturalmente hacia la derecha y el nacionalismo. En estas circunstancias, persisto en mis posiciones: debemos ir hacia una separación con los palestinos”, apunta.

En marzo, “Bibi” Netanyahu obtuvo un cuarto mandato jugando con los más bajos instintos de la gente. Agitó la amenaza de un voto masivo de los árabes israelíes y renegó, por algunas horas, de su compromiso en favor de un Estado palestino. Enfrente suyo, una vez más, la izquierda, comprometida bajo el estandarte de la Unión Sionista, fracasó. Sus líderes parecen excusarse de usar palabras como “ocupación” o “compromiso”.

La retirada unilateral de la franja de Gaza, decidida por Ariel Sharon en 2005, donde Hamas tomó el poder dos años más tarde, domina en los dos campos. Según un reciente sondeo del diario “Maariv” (de oposición) de mediados de octubre, solo el 4% de los israelíes tienen confianza en Herzog en lo que respecta a la degradación de la seguridad y el 67% desaprueba la línea de Netanyahou.

“En este Knesset (Parlamento), más que nunca somos la única oposición”, explica Aida Touma-Sliman, diputada de la lista árabe común, que reunió por primera vez en marzo todas las formaciones que representan a los árabes israelíes (cerca del 20% de la población). “Cuando los textos represivos llegan a la Knesset, el campo del llamado sionismo no actúa como una oposición sino como una retaguardia para el gobierno. Sin una verdadera alternativa, la gente tomará siempre el original y no la copia”, señala.

La izquierda del gobierno, como la derecha pero más educadamente, mira con desconfianza a los diputados de origen árabe elegidos a la Knesset. “Asistimos a una deshumanización de los líderes de la comunidad árabe y de la comunidad misma”, asegura otro de los legisladores, Yousef Jabareen. “Netanayahu incluso osó decir que la bandera del Estado Islámico flotaba sobre nuestras espaldas”, le recrimina.

Más a la derecha. La famosa deriva derechista de la sociedad israelí existe. La identidad y la religión se han adelantado al hecho de vivir juntos, la conquista de la tierra sobre la preservación de los valores. En una grabación inédita que data de 1976 y acaba de ser publicada, Rabin calificaba de esta manera, en privado, el movimiento de los colonos: “Son comparables a un cáncer en el tejido de la sociedad democrática israelí”.

En veinte años, el número de colonos en Cisjordania pasó de 140 mil a 350 mil. Sus descansos políticos son considerables. Más de la mitad del Likud y del gobierno defienden la libertad de construcción por todas partes en “Judea-Sumaria” (el nombre bíblico de Cisjordania), y ya sea su anexión total o parcial.

Su huella en el debate público se beneficia del agotamiento del campo de la paz. El mesianismo es un relato, no tiene competencia. El juego obligatorio de las coaliciones en la Knesset para constituir una mayoría también ha deportado a Netanayahu hacia estos extremos a falta de aliados de centro. No sermonea a su viceministra de Asuntos Extranjeros, Tzipi Hotovely, cuando ella le confía su “sueño” de “ver ondear la bandera israelí sobre el monte del Templo”, la Explanada de las Mezquitas venerada por los musulmanes. Fueron expresiones que se escucharon el último 26 de octubre, el día de los homenajes oficiales a la memoria de Rabin.

Después de su derrota en 1977, el Partido Laborista ganó solamente dos elecciones, en 1992 con Rabin y en 1999 con Barak, dos antiguos generales. La derecha de hecho no ocultó su alegría: “Siempre habrá enemigos para combatir, oscuros proyectos para llevar a cabo tanto como guerras para pelear”.

El hundimiento de varios estados en Medio Oriente como Siria, Libia o Irak, ofrece un paisaje regional de desolación que no incita a tender la mano. El único momento donde esta propensión hacia la hiperseguridad pareció cuestionarse fue durante las históricas manifestaciones sociales en 2011 contra el aumento del costo de vida. Fue entonces cuando emergió Stav Shaffir, una pelirroja treintañera y desacomplejada. Devenida, desde entonces, en la nueva diosa de los laboristas, la diputada explicó hace poco que Netanyahu condujo a la “desintegración del sueño sionista”. Lamentablemente nadie está hoy en condiciones de definir los contornos de ese sueño.

Representante histórico del ala moderada del Likud y retirado de la vida política, Dan Meridor se niega a hablar de una victoria ideológica de la derecha. Sostiene que en los sondeos una vasta mayoría de israelíes continúan sosteniendo una solución con dos Estados. Pero a sus ojos, Israel se encontraría en un “impasse” después de la muerte de Rabin. “Dos ideas han fracasado –dice–. La primera, la de la izquierda, que dice que se podría obtener la paz final con los palestinos aceptando grandes compromisos. La segunda, representada por el gobierno actual, consiste en creer que uno podría preservar la democracia israelí y los derechos igualitarios para todos los ciudadanos pero siempre quedándose con toda la tierra ‘tomada’ a los palestinos”.

Salir de este estancamiento requeriría de una habilidad excepcional. La unanimidad alrededor de la figura de Rabin es tramposa. El responsable más implicado en las ceremonias ha sido el presidente israelí, Recoven Rilan. Salido del Likud, es uno de los más elocuentes oradores en materia de derechos de minoridad, pero también es otro de los que se oponen salvajemente a la creación de un Estado Palestino.

El pasado día 26, de acuerdo con el calendario judío, Israel ha empezado ya a conmemorar el 20 aniversario de la muerte de Rabin, el militar que luchó por la independencia (1948) y preparó la victoria en la guerra de los Seis Días (1967), y el dirigente político que negoció los Acuerdos de Oslo (1993) con los palestinos y la paz con Jordania. En el marco de una larga ola de violencia, Jerusalén fue escenario de los actos institucionales, que se completarán en unos días con un homenaje popular en el que tiene previsto intervenir el ex presidente de EEUU, Bill Clinton, en la misma plaza de Tel Aviv en la que cayó muerto Rabin.

El presidente Rivlin, el primer ministro Netanyahu y los más altos cargos del Estado asistieron, junto con la familia de Rabin, a una ceremonia en el monte Herzl, el recinto memorial nacional de Jerusalén donde reposan los restos del primer ministro asesinado y su esposa Leah, fallecida cinco años después.

Dalia Rabin, hija de ambos, lamentó que Israel no haya aprendido la lección del asesinato del dirigente laborista. “Hoy no tenemos proceso de paz, sigue habiendo terrorismo y la sangre sigue derramándose, mientras crece el odio”, apuntó, tras aludir a las fallas ideológicas que socavan la unidad de la sociedad israelí.

Tanto Rivlin, que ensalzó el papel de Rabin como “reunificador y libertador de Jerusalén” en 1967, como Netanyahu, que comparó “el desafío a la democracia que supuso su asesinato con el reto actual a “la lucha contra los cuchillos y las piedras”, evitaron extenderse sobre el proceso de paz que el líder laborista alumbró hace dos décadas y que hoy parece estar prácticamente muerto.

En un acto en memoria de Rabin celebrado la noche anterior en la residencia presidencial, en Jerusalén, Rivlin había rechazado el indulto para Amir, el asesino de Rabin. “Mientras yo sea presidente, el asesino no saldrá en libertad. Que se pudra mi mano si llego a firmar algún día su indulto”, enfatizó en presencia de la familia del difunto primer ministro.

En una extensa semblanza de Rabin publicada por el diario “Haaretz”, Yossi Beilin –entonces viceministro de Exteriores y verdadero arquitecto de los Acuerdos de Oslo, junto con el hoy presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas– reconoce que el primer ministro asesinado fue “un soldado de la paz que, al final de su vida, tomó valerosas decisiones hstóricas”. Beilin, hoy apartado de la política, revela que, poco después del magnicidio, Leah Rabin le confesó que su marido vivía el presente y que su gestión estaba marcada por el día a día. “Como mucho hacía planes para las próximas dos semanas”, le aseguró, lo que muestra que sabía que su vida tenía precio.

Hoy muchos en Israel se preguntan qué habría pasado si el jefe del Gobierno de los acuerdos de Oslo no hubiera sido asesinado. ¿Se habrían cumplido las cláusulas que anticipaban la creación del Estado Palestino? ¿Vivirían ahora los israelíes en paz con sus vecinos? Según dijo su viuda, ni el propio Rabin se lo planteaba.

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