El rol de los estados en la crisis energética actual a través de sus políticas

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Por Laura V. Canale*

La historia de la energía es la historia de la humanidad. Lo podemos apreciar desde la época de los primates que aprendieron a dominar el fuego, pasando por los molinos de agua que utilizaron los griegos y que luego perfeccionaron los romanos para aprovechar la energía cinética del movimiento y realizar trabajos duros para una persona, hasta la utilización de animales para trabajar la tierra en el período neolítico, donde el hombre pasa de ser nómade a ser sedentario y establecerse en determinadas zonas del planeta. Luego en la revolución industrial con el uso de combustibles fósiles viviendo la humanidad una transformación sin precedentes en todos los parámetros de desarrollo humano en que se quiera medir (incremento de la esperanza de vida, disminución de la mortalidad infantil y de la pobreza, incremento de la renta per cápita, etc.) desde el 1800 hasta la actualidad.

Esta transformación no es casual. El avance de la humanidad se produce porque somos capaces de dominar y de consumir cada vez más energía. La energía es lo que nos permite desarrollar una economía industrial mucho más amplia que la que pudiéramos desarrollar simplemente con nuestra fuerza animal.

La energía, además de ser un bien escaso en la naturaleza, se la considera como un bien intermedio ya que es un medio para obtener y consumir otras cosas.  Cada producto que se adquiere, ya sea un bien o un servicio, dentro de las materias primas con que se fabricó, incluye a la energía. Cuando nos estamos calefaccionando, estamos utilizando energía que hemos transformado en calor a través de un proceso, e igual sucede con la electricidad o bienes materiales o demás procesos industriales. Por lo tanto, la energía es un costo del bien a consumir. Es muy importante tener presente la idea de costo en medio de la actual crisis energética mundial.

Muchos gobiernos suelen confundir a la energía con algunos de los efectos que produce la misma, asociando el incremento del uso de la energía con el incremento de la contaminación ambiental.

El consumo de energía no es contaminación.

Las grandes ciudades occidentales y buena parte de las asiáticas, como el caso de la provincia china de Hubei, y en la India, han disminuido en términos generales en estos últimos 15 años sus niveles de contaminación pese a producirse un fuerte incremento en el consumo de energía, incluso antes de la pandemia por COVID.

Partiendo entonces de esta idea, estamos observando que los diferentes gobiernos aplican a la energía de origen fósil una fiscalidad mayor con el objetivo de disminuir su consumo o de aumentar la eficiencia.

Estas medidas están teniendo repercusiones negativas porque al ser la energía un costo, si se incrementa, entonces aumenta el precio del producto o el servicio final. Esto trae aparejado a su vez un incremento en la recaudación impositiva, algo inherente a la naturaleza de los estados para alimentarse a sí mismos y sobrevivir. El zorro puesto a cuidar el gallinero.

El Estado alega la eficiencia energética que es algo que naturalmente se intenta en todo proceso por el cual se busca producir lo mismo utilizando menor energía y, por lo tanto, generar mayor riqueza. De este modo se reservan recursos para utilizar en otras cosas. Los empresarios, al aumentar sus beneficios, son potencialmente capaces de reinvertir en nuevos negocios para seguir generando más beneficios. Los particulares, al reducir su consumo de energía manteniendo sus niveles de confort, conservan los recursos para utilizar en otros bienes de consumo, para ahorrar o para lo que quieran hacer.

En los últimos 30 años ha caído un 30% el parámetro denominado intensidad energética que es la cantidad de energía que se necesita para producir la misma unidad de producto. Es evidente que con políticas o sin ellas, los actores económicos buscan mayor eficiencia energética que se traduce en una disminución de la intensidad energética.

Europa desde hace unos 25 años está liderando la lucha contra el cambio climático y a favor de la descarbonización de la economía, desde el Protocolo de Kyoto o incluso antes, por la cual se ha decidido la reducción de emisiones de CO2 en un 55% para el año 2.030 respecto a las emisiones en 1990. Lo está haciendo principalmente a través de dos frentes: aumentar la eficiencia energética y el cambio de tecnologías con las que fabrica la energía.

Uno de los terrenos en los que se propuso actuar Europa para llegar a esa meta es la reducción del consumo de energía. Lo quiere hacer vía eficiencia energética pero la realidad indica que, en los siete años que restan para llegar al 2.030, tiene que caer el consumo de energía primaria más de un 15%.  En la década anterior cayó aproximadamente un 10%, computando la crisis del COVID y los coletazos de la crisis inmobiliaria y bancaria provocada por la burbuja de los años 2008/2009. Esto significa que incluso en una época de turbulencia económica, la reducción en el consumo de energía primaria ha sido menor aún a la que se necesita obtener en los próximos siete años. Una encrucijada de difícil solución.

Mas del 80% de energía que se consume en el mundo actualmente es de origen fósil.

Como ya hemos dicho, el mayor consumo de energía se traduce en mas desarrollo para todos pero especialmente para poblaciones enteras que hoy están fuera del círculo virtuoso que otorga una sociedad industrial alimentada por un gran consumo de energía. Por lo tanto, eliminar al 2.050 las energías fósiles es una aventura imposible de realizar, salvo un milagro tecnológico (que tampoco va a suceder porque ello incluso demanda su tiempo).

Las grandes transiciones energéticas de la humanidad tardan entre décadas y siglos. La utilización de energía a base de carbón, que fue dominante durante la segunda mitad del s. XVIII y sobre todo durante el s. XIX, tarda en ser superada por el petróleo casi 60 años. El consumo de petróleo superó al de carbón recién en 1969, y así todo no lo sustituyó sino que únicamente lo superó. Las revoluciones energéticas tienen lugar por que la nueva fuente supera en consumo a la que se utilizaba pero no porque ésta desaparezca o disminuya. De hecho el consumo de carbón a nivel mundial desde 1.960 a 2.022 se ha triplicado.

Posiblemente el consumo de gas, de aquí a 20 o 15 años, supere al consumo de carbón y de petróleo. Esto significará que se han demorado otros 50 o 60 años en producirse un salto o una transición energética del carbón y el petróleo al gas.

La transición energética tiene mucha importancia y es sin duda necesaria. Al ser la energía que se consume mayoritariamente de origen fósil, los yacimientos de petróleo, gas y carbón en algún momento se irán agotando y esto hace que la extracción de esos recursos sea cada vez más complicado y más costoso. Y desde un punto de vista geopolítico, por lo general esos recursos están ubicados en lugares inestables y pocos fiables para la seguridad energética de un país.

Además las energías fósiles son sucias ya que emiten partículas en suspensión, emiten óxidos de nitrógeno y otros elementos que no son buenos para el ambiente y para la salud del ser humano.

La intervención del estado en este proceso de transición dirigida e impuesta por diferentes entes de gobierno produce un “trilema” para la autoridad. Los gobiernos buscan cubrir la seguridad energética (es decir, tener siempre disponible la cantidad de energía que se requiere, con diversidad de fuentes y de proveedores), lograr la equidad y la accesibilidad (significa tener energía barata y accesible para todos) y lograr disminuir los impactos ambientales buscando la sostenibilidad.

Los estados, frente a la actual crisis energética, se están focalizando más en la última condición, y lo están haciendo mal. La prueba es que pese a las inversiones billonarias que se hacen en energías renovables en todo el mundo las emisiones de CO2 no solo no disminuyen drásticamente sino que siguen aumentando. Las políticas que se adoptan van en contra de la accesibilidad y la equidad ya que la energía se está encareciendo, dificultándose el acceso a la misma por parte de todos. Ejemplo: Europa solo permitirá la venta de automóviles eléctricos en tan solo 12 años (a partir de 2.035) con el costo marcadamente superior de esta variedad de coches, la poca autonomía de los mismos para largas distancias y la demora y falta de logística para la recarga de las baterías.

Es incomprensible elaborar un programa de transición para llevar a cabo con tanta celeridad donde se busca reemplazar la energía fósil principalmente por la solar y la eólica. Esta transición a las apuradas no podrá sostener esas 3 máximas mencionadas anteriormente.

El ser humano quiere vivir cada vez mejor. Ya no se conforma con vivir igual que hace 20 o 25 años atrás. Y esto no coincide con la estrategia energética que estan llevando adelante Europa y otras naciones.

* Abogada especialista en Derecho Ambiental por la Universidad de Buenos Aires, Asesora en cuestiones ambientales y docente universitaria

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