La “nueva era espacial” ante la furia de las masas

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Cuando observamos los sucesos ocurridos dentro de los últimos treinta años, vemos que se está produciendo un marcado desencanto hacia las llamadas democracias y una desilusión sobre las bondades tecnológicas del naciente siglo XXI.

Sumado a esto, como si fuese poco, la enorme devastación económica y psicosocial todavía no medida que dejará la presente pandemia, y ni qué hablar si se desata ese “infierno tan temido” cuyo olor nauseabundo es traído por los vientos de guerra que se desprenden desde Europa del Este. 

Esto último me recuerda al pasaje neotestamentario de II de Pedro 3: 5-7 cuando dice que “al principio hubo un cielo y una tierra que surgió de las aguas y se mantuvo sobre ella por la palabra de Dios. Y por la misma palabra este mundo pereció anegado por las aguas del diluvio. Del mismo modo ahora la palabra de Dios es la que conserva nuestro cielo y nuestra tierra, pero serán destruidos por fuego el día de juicio cuando los impíos también sean destruidos”.

Más allá de la retórica religiosa, el terror a un apocalipsis sigue vigente. Basta observar los programas de simulaciones computadas que en los últimos tiempos están implementando algunas universidades en los cuales advierten cómo sería el hipotético panorama si se llegase a desatar una conflagración mundial en la que se utilizaran misiles nucleares de manera masiva.

Entre las predicciones que arroja el ordenador está la destrucción total del hemisferio norte dejando millones de muertos en pocas horas, produciendo una migración de aquellos que sobrevivan hacia zonas australes.

Aunque en nuestro hemisferio no sería mucho mejor. Pensemos en un apagón total por falta de energía eléctrica, de gas y de agua potable. El cese abrupto de los medios de comunicación, además del desabastecimiento de alimentos a gran escala. Se extinguirían innumerables especies de insectos y animales, lo que haría imposible la reparación ecológica, y la temperatura del globo bajaría preocupantemente. La capa de cenizas radiactivas crearía un invierno nuclear donde los sobrevivientes morirían al poco tiempo a causa de distintos tipos de enfermedades.

A ciencia cierta no sabemos cómo será. Lo que sí es seguro es que no será nada bueno. ¿Adónde escapar? ¿A refugios anti atómicos? ¿A los cielos? ¿No fue esta la lógica de mirar hacia el espacio exterior durante la Guerra Fría? ¿Hasta cuándo resistirá la paciencia y la salud mental de la sociedad ante semejantes presiones?

Recordemos que por muchísimo menos en la década pasada hubo levantamientos anárquicos de muchedumbres descentralizadas convocadas a través de redes sociales que ostentaban distintas demandas —pero que giraban sobre un reclamo inconsciente común: la necesidad de un “sentido existencial”—; en suma: el malestar generalizado y la enorme crisis económica sin duda seguirán desatando más alienación. No puede uno menos que pensar en las reflexiones de José Ortega y Gasset, autor de la recordada obra “La rebelión de las masas”.

No obstante, este mundo actual es un tanto distinto al que presenció el filósofo español, donde “la masa” conformaba un sustrato ordenado hacia un fin común: había todavía un sujeto que se realizaba en la historia. Hoy es diferente ya que se carece de “sujeto claro” y, sin la capacidad de percibir la historia, se carece también de dirección. Ya no es viable hablar de aquel “hombre masa” porque lo que hay es líquido e informe. Las posibilidades son tan desestructurantes que no es admisible una asunción adecuada de los tiempos.

Este hombre inhabitado y sin capacidad histórica no es apto para ver una dirección dentro del espectro global percibiendo una amarga sensación que anuncia el final, pidiendo a gritos un propósito y una recuperación de “la flecha del tiempo” hacia un blanco esperanzador. El problema es que no sabe cómo alcanzarlo.

La crisis de la época actual es de valores: no se encuentran “nortes” espirituales, sociales, políticos, morales ni económicos viables para la sociedad digital. El derribo del Muro de Berlín y el triunfo del “tardoliberalismo” orientó a los pueblos hacia un “agujero negro” impredecible dentro de la economía mundial. Y aún ese pozo profundo hoy se está desmoronando.

La crisis financiera global del 2008 asociada a la quiebra de Lehman Brothers demostró la ineficacia y el alejamiento de la realidad de algunos pensadores estrella, que lo único que trajeron con sus teorías no compatibles con la globalización y la tecnologización de las empresas fue deflación, inflación y más desigualdad. Además de producir por contraste gobiernos progresistas que implementaron políticas arcaicas que ya han sido probadas y que a todas luces han fracasado.

El levantamiento de las multitudes acéfalas fue casi inmediato desde los primeros indignados en Europa, seguidos luego por la llamada “Primavera árabe” (2010-2013) en Túnez, Argelia, Sahara Occidental, Egipto, Yemen y Siria que propició cambios de gobiernos, crisis humanitarias y el surgimiento de grupos radicales como ISIS que ya estaban latentes.

¿Qué están haciendo los grandes Estados al respecto? ¿Qué proponen los estrategas del capital mundial? Las potencias, en vez de ver lo que está ocurriendo en un planeta en crisis y repensar nuevos caminos, colocan a cambio su “ojo” en la agresión y la histeria. Discuten por orgullo y poco les importan las necesidades físicas y emocionales de sus pueblos. Y como si esto fuese poco China, Rusia y Estados Unidos siguen considerando una nueva carrera espacial. Gastan miles de millones mientras gran parte de la población se hunde en la marginalidad. Esta lógica se está extendiendo a otras naciones.

Hacia el fin de la década pasada India realizó su primer intento de alunizaje sin tripulación en el lado oscuro del satélite. El objetivo de China es llegar a Marte y el de Japón enviar una sonda a Mercurio. Estados Unidos no puede quedar atrás, según el ex presidente Donald Trump, no solo hay que explorar el espacio, hay que tener también “dominio sobre él”.

El ámbito estelar promete ser el nuevo escenario de las sucursales de un capitalismo avanzado en imparable transformación. Tal vez para escapar cuando la vida en el planeta se inviable; tal vez para buscar sentidos ausentes; tal vez para acceder a los dioses olvidados; tal vez por la simple “voluntad de poder”.

Es paradójico que ante las demandas populares sin liderazgos y evidenciando el hartazgo de los tipos de políticas implementadas, la desigualdad, el agotamiento espiritual y la pobreza extrema, dando a luz las pasiones reprimidas, los líderes del mundo estén mirando literalmente para otro lado: al dominio militar y económico del espacio exterior.

Sin embargo, no todos quieren ver. Mientras el mítico “Capitán Kirk” da una vuelta sobre la curvatura de la tierra aquí abajo a nadie le importa el otro, parte de la sociedad al borde del colapso vive como si nada pasara siendo incapaces de entender que se avecina el peor invierno.

* Filósofo, ensayista y teólogo

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