Las dos enfermedades que acosan a los Estados Unidos

Fecha:

Compartir

Dos virus recorren los Estados Unidos.

Uno de ellos ha causado mas de 300.000 muertos, millones de infectados, enormes daños económicos y si bien han comenzado a aplicarse promisorias vacunas, todavía faltan meses para que la amenaza del Covid-19 quede atrás. De hecho, solo en el condado de Los Ángeles una persona muere cada 10 minutos a causa del coronavirus.

Es muy probable que cuando pase la pandemia y se estudie cómo el país que mejor estaba preparado, en teoría, para enfrentar una pandemia, fracasó tan estrepitosamente, se llegue a la conclusión de que el desastre se originó desde un comienzo en la Casa Blanca, con un presidente que -obsesionado con su reelección- buscó minimizar el problema, que rechazó el consejo de los expertos médicos, y propagó -Twitter mediante- falsas curas o propuso la idea de que la gente ingiriera lavandina para sanarse.

La falta de estrategia oficial para testear y aislar los primeros casos, además de la lentitud y desarticulada forma de responder por parte del gobierno federal, seguramente le terminaron costando la vida a miles de estadounidenses. Las estadísticas no mienten, los Estados Unidos tienen una tasa de mortalidad casi 50 veces mayor que la de Japón o Corea del sur. En todo caso, con un 5 % de la población mundial tiene más de un cuarto de los muertos en todo el planeta a causa el virus.

Si una victoria puede anotarse el gobierno es la velocidad con la que se desarrolló la vacuna, en parte por la promesa de Washington de poner más de 1.500 millones de dólares para hacerse de las primeras dosis. Pero el antídoto de los laboratorios Pfizer, por ejemplo, no formó parte del programa “Warp Speed” que lanzó la Casa Blanca con bombos y platillos, y que ahora es la única esperanza de detener una pandemia que amenaza con matar a 500.000 personas antes de ser controlada.

Pero antes de que eso suceda, la pandemia se ha visto agravada por la ausencia de liderazgo tras las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre, que generaron un vacío en la gestión del presidente, enajenado como está por revertir los resultados de los comicios.

En este sentido, ha sido el mandatario electo Joe Biden quien ha tratado de suplir la ausencia del actual presidente -que casi no ha tenido actividades públicas excepto jugar al golf desde el 3N- y que planea pronunciar este martes un discurso sobre la pandemia de coronavirus “que acaba de salirse de control en muchos aspectos”, según su principal asesor médico sobre el tema, Anthony Fauci, quien es la máxima autoridad en enfermedades infecciosas en el país.

Se espera que Biden detalle su plan para los primeros 100 días de gestión, que comenzarán el 20 de enero, para manejar la pandemia que, por ejemplo, está obligando a médicos en California a realizar “triage” de los pacientes que llegan a clínicas y hospitales debido a que la capacidad de las salas de terapia intensiva ha llegado a su tope. Básicamente, paneles de médicos, enfermeras y expertos en bioética están decidiendo si un paciente puede salvarse o no y así determinar los recursos que se destinarán a su tratamiento.

Fauci, que apareció en CNN el martes por la mañana, advirtió que se espera un aumento de casos después de las vacaciones de fin de año y sobre la gran posibilidad de que el número de casos de enero supere incluso al de diciembre. “Sólo se puede asumir que todo va a empeorar”, advirtió, el experto que desde el comienzo de la crisis sanitaria mantuvo un fuerte contrapunto con Trump sobre su manejo.

Si el panorama por el coronavirus es negro, al menos hay una vacuna, o varias, y es muy probable que antes de fin de 2021 esté controlado en casi todo el mundo. El costo en vidas y en términos económicos habrá sido altísimo, pero al menos la pesadilla habrá quedado atrás.

Pero hay otro virus para el que no hay vacuna y que amenaza con una enfermedad que puede hacer estragos en el cuerpo político de los Estados Unidos.

La enfermedad se llama trumpismo y el virus es el mismísimo Donald Trump.

El trumpismo, que ha infectado a casi todo el Partido Republicano y a enormes porciones de la sociedad, se caracteriza, a imagen de su líder, por un peligroso desdén por las formas y normas del Estado republicano y democrático, un desprecio por cualquier forma de administración ejercida con idoneidad, la sumisión absoluta al líder no importa lo que diga o haga y una corrupción generalizada, además de altas dosis de nepotismo, racismo y autoritarismo, entre sus síntomas más notables.

Como enfermedad, el trumpismo ha causado por ejemplo que millones de votantes cristianos que durante décadas afirmaron que el carácter moral del Presidente era innegociable a la hora de votar, ahora no tienen empacho en declarar su lealtad al hombre casado tres veces, que tiene casi tres decenas de denuncias de acoso sexual, que le pagó 120.000 dólares a una actriz porno para que no contara su “affaire” a la prensa, ocurrido cuando su actual esposa estaba embarazada de su hijo Barron, y que en declaraciones hechas públicas en 2016 dijo que ser famoso le daba derecho, cuando conocía una mujer, a agarrarla por la entrepierna.

El trumpismo ha hecho que el Partido Republicano, que se vanaglorió por décadas de su extrema firmeza contra dictaduras de todo tipo -sobre todo las de izquierda, en rigor de la verdad- no viera nada de malo en el servilismo con que Trump trató durante cuatro años a Vladimir Putin y sus devaneos cuasi románticos con el dictador norcoreano Kim Jong-un.

Tampoco se les movió un pelo cuando intentó dinamitar a la OTAN, a la Organización Mundial de la Salud (en plena pandemia) o a la Organización Mundial del Comercio, todos organismos creados bajo la tutela estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial y que contribuyeron a asegurar la “Pax americana”, uno de los pilares del credo republicano.

La enfermedad causa, por ejemplo, que negros, latinos y mujeres, voten a un candidato misógino y racista. Que pobres voten a un plutócrata y que quienes no tienen seguro médico apoyen a quien prometió arrasar el único intento de asegurar medianamente servicios sanitarios  para buena parte de la población -la ley que se sancionó durante el gobierno de Barack Obama en 2010-, en plena pandemia. 

La corrosiva acción del trumpismo en el cuerpo político estadounidense alcanzó su paroxismo tras las elecciones del 3 de noviembre y está poniendo ahora a prueba la resistencia no solo del Partido Republicano sino de todo el país.

En su búsqueda desesperada por revertir los resultados de una derrota clara, Trump ha acelerado los efectos del trumpismo al desencadenar un autogolpe en cámara lenta alimentando teorías conspirativas sobre robo de votos, votos de muertos y extranjeros y cuanta leyenda urbana pasó por su mente, amplificadas por Twitter y alimentadas sin filtro a sus 80 millones de seguidores. Mas del 30% por ciento de la ciudadanía, casi el 80% de quienes votan al partido, están convencidos de que Trump ganó los comicios.

Pero de la misma manera que el fin de año ha causado un recrudecimiento de las infecciones por coronavirus, una nueva ola de trumpismo amenaza con hacer eclosión el 6 de enero, el día crucial en que el Congreso debe confirmar el resultado de las elecciones y consagrar a Biden como presiente electo.

Tras fracasar estrepitosamente en los tribunales con más de 50 denuncias de fraude desestimadas en todos los niveles judiciales, incluso por la Corte Suprema, Trump apunta ahora a un intento de autogolpe que, espera, le facilite su vicepresidente Mike Pence.

Pence presidirá, como líder del Senado, ese 6 de enero la ceremonia de apertura ante la Asamblea Legislativa de los sobres del Colegio Electoral, que ya ha adjudicado la victoria a Biden, pero Trump y una banda de legisladores enfermos terminales de trumpismo esperan que el vicepresidente descarte los votos de los estados en los que Trump denunció irregularidades -Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Arizona, Georgia y Nevada- y designe electores republicanos, que de ese modo le darían la victoria a Trump.

La presión sobre Pence es enorme pero la sola idea de que algo tan descabellado sea propuesto por uno de los dos partidos políticos estadounidenses demuestra hasta qué punto el trumpismo es una enfermedad grave que puede causar daños irreparables a la república.

Por lo pronto, el “Líder” ha convocado a sus partidarios a Washington para protestar y marchar ese día mientras sigue sosteniendo que ganó y fue despojado de una abrumadora victoria.

Este martes, Trump dijo que se necesita “un liderazgo republicano nuevo y energético. Esto no puede seguir”. Lo hizo en una serie de tuits matutinos en los que continuó expresando quejas sobre las elecciones, incluidas afirmaciones infundadas de fraude en Pensilvania.

“¿Pueden imaginarse si los republicanos les robaran las elecciones presidenciales a los demócratas? Esto sería un infierno”, afirmó en uno de sus tuits. En una suerte de autogolpe partidario acusó: “El liderazgo republicano solo quiere el camino de menor resistencia”. Y completó, para no dejar lugar a dudas: “Nuestros líderes (¡no yo, por supuesto!) Son patéticos. ¡Solo saben perder! PD Yo hice que MUCHOS Senadores … y Congresistas fueran Elegidos. ¡Creo que se olvidaron! “.

No obstante, hay muchos que están dispuestos a demostrar su lealtad hasta el fin y preparan un show que buscará que la ceremonia del 6 de enero se extienda más de lo necesario con recusaciones, denuncias y toda una serie de fuegos artificiales para ensuciar la declaración de victoria de Biden.

Después del 20 de enero habrá que ver si el trumpismo se limita al Partido Republicano, si este puede resistir su ataque y sobrevivir y cuánto del virus puede afectar al resto del cuerpo político y al gobierno de Biden.

Pero para Donald Trump, todavía, no hay vacuna que valga.

Compartir

Últimas noticias

Suscribite a Gaceta

Relacionadas
Ver Más

Volver al Futuro 2024

*Por Augusto Neve El paso del tiempo nos aqueja. No lo...

No es ignorancia, es odio a España y a su legado: la Hispanidad

Las recientes declaraciones del flamante Ministro de Cultura, el...

El verso y la búsqueda de la felicidad

Vivimos perseguidos por las órdenes e indicaciones que en redes sociales nos muestran cómo debería ser nuestra vida, cuando la realidad parece encerrarnos en otro modelo.

Espiritualidad y vacío

¿Para qué vivir? ¿Por qué elegimos viviendo? ¿Para nada? El rol de la espiritualidad. Y También el de la ciencia y la tecnología.