“Pos-filosofía” y declive de la civilización

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La necesidad de crear una filosofía para el siglo XXI es tan fundamental que de eso depende la permanencia de nuestra civilización. Las sociedades tienden a desaparecer y diluirse si no están sostenidas en un tipo de pensamiento identitario que las defina y las trascienda.

Es sintomático que en nuestros días pareciese que el quehacer filosófico ha entrado en un estado póstumo. Ante los discursos condicionales y ante el adormecimiento que produce la técnica, el pensamiento actual aparenta estar en una etapa “terminal”. Pueblos antiguos como Babilonia y Egipto, aún con un alto grado de desarrollo tecnológico, han perecido. Magníficos monumentos y construcciones impresionantes han desaparecido bajo tierra, quizá por no haber elaborado una introspección sistemática acerca del hombre, de la sociedad y de la historia.

No obstante, otras culturas, como los griegos o los israelitas, han definido el destino de Occidente al haber desarrollado una forma de reflexión sostenible en el tiempo. No han dejado grandes edificios de piedra sino una heredad indeleble para el espíritu humano.

La filosofía griega como búsqueda de la verdad surge, entre otras cosas, como una forma de oposición a los sofistas. Estos fueron los profesionales del discurso, arquitectos de realidades alternas y artífices de la simulación dialéctica. Si Grecia hubiera quedado en manos de los sofistas su cultura posiblemente hubiese desaparecido. La necesidad de encontrar lo certero a través del pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles definió en parte el destino de nuestro mundo.

Algo similar se puede decir del pueblo judío: si bien no tuvieron una filosofía al estilo del período clásico, su gran gesta nacional y su original idea de Dios, además de una ética jurídica, parece ser lo que los distinguió especialmente de sus vecinos. El profesor Iejezkel Kaufmann, en su libro “La época bíblica”, escribió: “¿Por qué Israel fue el más singular de todos los pueblos en su concepción religiosa del mundo? El creyente responde: Israel estaba elegido. El historiador empírico solo puede decir: es aquí donde se reveló el genio de la nación. Ninguna respuesta satisface por completo, ya que ninguna creación del espíritu puede ser explicada completamente; hay un misterio último que siempre nos excluye…”.

Dicho esto, la situación contemporánea, si bien es heredera tanto de lo clásico como de lo semítico a través del pensamiento cristiano, evidencia que ha extraviado su componente de razón y en la actualidad está caracterizada por una creciente desorientación que raya con lo esquizofrénico. ¿Podría esto explicar en parte el declive de la civilización actual? Pensémoslo de este modo: hoy vemos que todo está atravesado por una clase de “sofismo digital” que suele nominarse “posverdad”. Este neologismo no refiere a una batalla dialéctica sino más bien a la imposibilidad de acceder a los sucesos tal cual son; lo que demuestra que en nuestros tiempos la facultad de conocer la realidad y la reflexión sobre ella a través del sentido común ha entrado en crisis y se ha relativizado. Sin acceso a la realidad no hay posibilidad de construir ningún tipo de filosofía viable que sostenga a la comunidad actual y encause las cosas.

Michel Foucault, citando a Friedrich Nietzsche, expresó que “no hay hechos, solo hay interpretaciones”. Estemos de acuerdo o no con lo antedicho, es evidente que define muy bien la condición posfilosófica que perfora la época. Durante esta era digital los llamados “hechos” quedaron en un terreno oscuro, esotérico, “nouménico”, y lo que se divulga por los medios de comunicación pareciera ser solo una simulación de ellos, una creación ilusoria como espejo deforme de lo real. En otras palabras, lo que se cree como “verdad” es simplemente un relato virtual más.

En la década de los noventa el acceso doméstico a la red de Internet y la reproducción casi infinita de datos sobre múltiples soportes inundó lo comunicacional, por tanto, propició que se pusiera en duda la veracidad de ciertas noticias y datos objetivos. La obra de Jean Baudrillard “La Guerra del Golfo no ha tenido lugar” analiza la invasión a Irak que, al haber sido trasmitida por televisión, solo vimos un simulacro de ella. De esta manera se puso en duda este y muchos otros acontecimientos, como por ejemplo los atentados del 11 de septiembre, el asesinato de Osama Bin Laden, la toma de la ciudad de Trípoli, el arsenal de Corea del Norte, hasta la existencia del coronavirus; y ni qué hablar de aquellos que afirman que la tierra es plana.

Cuando los hechos se miran desde una infinidad de perspectivas ingresan en un batifondo donde cada observador suele aprehender una parte distinta del mundo y crear un contenido líquido e impreciso de él. Todo pasa a ser una inmensa subjetividad sin sujeto. Así, como si fuese un “puzzle”, la historia se fragmenta en un sinfín de relatos plásticos que imposibilitan la constitución de un ser que se piense a sí mismo y a su situación ya que ese ser en el acontecer es indefinible por su misma naturaleza.

Para establecer cualquier coyuntura que sostenga a la época es necesario tener un sustrato. Pero, ¿cómo encontrarlo si estamos en un era “posfilosófica” e inmersos en un sofisma tecnológico? Las preguntas que ahora caben son: ¿existe la verdad?, ¿es factible conocerla? Lo que llamamos verdad debe sincronizar con los datos objetivos, o por lo menos acercarse lo más honradamente que se pueda a ellos. Pero la realidad ha muerto. Ha desaparecido en una infinidad de imágenes digitalizadas. Y si las cosas no pueden conocerse, la filosofía pasa a ser un discurso imposible. Póstumo. Y sin filosofía no se puede construir una civilización sustentable en el tiempo.

Hoy la sociedad en crisis busca “el sentido” de la actualidad en el acontecer. Sin embargo, lo real ha perdido su lugar propio, se confunde con simulacros y múltiples para-realidades discursivas. En este caso estamos en una fase de descomposición. Padecemos la falta de seguridad en los datos que percibimos. Todo perece articularse dentro de un mundo virtual, intangible e incognoscible. Los sostenes morales y todo aquello que puede orquestar un discurso sobre el hombre y su lugar en el cosmos carecen de sustancia. La era digital ha diluido la búsqueda de la certeza en la inmanencia sofística de los algoritmos. Se ha degradado el legado espiritual de los ancestros al difuminar lo existente y al olvidar su historia; y sin verdad ni pasado no es posible acción reflexiva alguna.

Pero de todo lo dicho, quizás lo más importante sea comprender que sin filosofía aquello que llamamos “civilización” puede que tanga los días contados.

* Filósofo, ensayista y teólogo

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