Dilma, una buena noticia para Argentina

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La continuidad del proyecto político de Lula, encarnada en su flamante sucesora, Dilma Rousseff, es una gran noticia para el futuro de Argentina.

Nuestro país, en buena medida por errores propios, perdió el tren de Brasil y hoy, la “locomotora” de América latina, avanza sin necesidad siquiera de mirar atrás. Lula deja un país con 286.000 millones de dólares de reservas, una desocupación del 5,6 por ciento y el milagro de haber sacado de la pobreza a 30 millones de compatriotas en apenas ocho años.

¿Cuál fue la fórmula? El presidente saliente logró poner en marcha, de manera más o menos armónica, todas las fuerzas espirituales de Brasil, lo que naturalmente arrestró luego a las fuerzas productivas de un gigante que estaba dormido, o que había sido altargado por el interés de una elite que sólo pensaba en sí misma y en sus intereses.

No sin oposición, Lula consiguió torcerle el brazo al establishment brasileño y puso en práctica un capitalismo social que desmostró ser mucho más eficiente en la distribución de recursos que el ultraliberalismo salvaje que sólo pone el acento en la renta financiera.

El mandatario que se va, el primer obrero en llegar a la Presidencia de Brasil, entendió mucho mejor que las elites que manejaban el país que Brasil era inviable con el estado de cosas que heredó. Y que era posible dar un salto fenomenal. Tuvo osadía para imaginarlo y una enorme constancia y valentía para llevarlo a la práctica.

Con todo lo impresionante que resulta su legado, Lula en dos mandatos dio los trazos gruesos a una transformación que ahora Dilma deberá encarrilar y profundizar. La pobreza y la indigencia serán el Norte de la nueva presidente y está bien que así sea. Hay un mandato moral antes que económico para eso.

Tal como están las cosas, que a Brasil le vaya bien es condición para que a Argentina le vaya bien. Si en el pasado se fomentaron las visiones conspirativas y antagónicas entre Brasilia y Buenos Aires, decíamos al principio, hoy la realidad impone la cooperación.

No significa esto que Argentina no pueda copiar el salto monumental que dio su principal socio del Mercosur, de ningún modo. Para eso, nuestro país debe copiar la continuidad de las políticas de Estado, entre las cuales una de las más importantes es la de las relaciones exteriores.

En Argentina, sea el desprolijo kirchnerismo o cualquier otro colectivo político, falta que alguien convenza a las elites que controlan el poder real de que es mejor negocio para todos que los índices sociales mejoren, para lo cual es central que la inversión social sea más eficiente. Como se ve, es una tarea del sector público y el sector privado. Y con el grado de autismo de la dirigencia local, parece improbable que estemos cerca de conseguirlo.

En Brasil, Lula deja la Presidencia con el 87 por ciento de popularidad. Y Dilma asume con un 73 por ciento de imagen positiva. La gente acompaña sin fisuras el proyecto del PT en el poder. Y los poderosos de siempre, que batallaron contra Lula desde los medios, hoy no tienen más remedio que rendirse ante las evidencias.

Dilma, una economista sin el carisma de su antecesor, representa una transición a la “normalidad”. No le resultará fácil lidiar con los tradicionales factores de poder, que, como en todo el mundo, siempre quieren más, pero es un hueso duro de roer y tiene el carácter suficiente como para completar la tarea de Lula de insertar a Brasil entre las potencias mundiales del siglo XXI.

Si supiéramos hacer lo que corresponde, además de una buena noticia la continuidad política en Brasil, Dilma sería el comienzo de una enorme oportunidad.

* Director de Gaceta Mercantil

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