Los más bellos paisajes se cubren con las masivas floraciones que ocurren en esta época del año.
Los Parques Nacionales viven en primavera una explosión de colores y aromas por las masivas floraciones que tiñen los paisajes, impulsados por el calor que comienza a llegar desde el norte hacia las latitudes más australes, una ocasión única para ser visitados por quienes buscan la contemplación de la naturaleza.
Cada grupo de flores que se avista en los recorridos por montes, bosques y selvas logra transportar al observador desde la admiración hasta las leyendas locales sobre amores ancestrales y otras creencias populares aún recordadas por los relatos de guías y pobladores.
De esta manera, gran parte de la flora nativa pone en juego la fase más vistosa de sus estrategias reproductivas: un proceso de duración variable que inicia con la aparición de la flor y que, una vez fecundada, culminará con la generación de una semilla con el potencial de dar origen a un nuevo individuo.
La primavera en los Parques Nacionales permite disfrutar de esta etapa vital en que las especies florales despliegan sus atractivos para dar lugar a la polinización, clave en su ciclo de vida particular y para su supervivencia como especie.
Los lapachos se presentan en todas sus versiones: rosado, amarillo, negro y blanco que en esta época coronan con manchones (mayormente rosas y amarillos) los verdes del monte y la selva del norte argentino.
El lapacho rosado es el más difundido, y se puede observar desde el Parque Nacional Río Pilcomayo, en el norte de Formosa, hasta en las yungas de los parques nacionales Calilegua, El Rey y Baritú -entre otros- y la Reserva Nacional Pizarro, que lo incluye en la ilustración de su emblema.
También en la selva paranaense es muy común, por lo que los visitantes que lleguen al Parque Nacional Iguazú por vía aérea podrán disfrutar antes de aterrizar de esta vista excepcional plena de colorido.
Otra flor que se suma a los emblemas es la que nace de la enredadera conocida como pasionaria o mburucuyá, que da su nombre a la localidad correntina de Mburucuyá y al parque nacional homónimo en el sector oeste de los Esteros del Iberá, donde es habitual verla sobre cercos y postes o enmarañada en viejos troncos.
Tras la explosión primaveral inicial, el ciclo continúa con otras floraciones en el norte y centro del país, con los jacarandás y sus pétalos violáceos de la primera floración; los cardones con flores-embudo de pétalos blancos con tintes rosados; los tabaquillos y espinillos en las sierras -estos últimos tapizados de flores amarillas y perfumadas-, además de cientos de arbustos y hierbas que aportan sus respectivas inflorescencias para completar el cuadro.
El calor avanza lento hacia el sur y al llegar a los Andes de la Patagonia también inaugura este ciclo de floración local, como en el caso de los notros que muestran desde el Parque Nacional Lanín hasta el del Tierra del Fuego sus rabiosas flores rojas para anunciar la primavera entre lagos y montañas en una franja de 2.000 kilómetros.
Más tarde, otras flores seguirán ese camino para colorear los faldeos de las comarcas andinas, como preanuncio del verano patagónico, como es el caso de los arrayanes y sus flores blancas; las diversas mutisias, con la Quiñilhue o naranja, y el singular amancay, que aguarda un tiempo más para que sus pimpollos estallen de amarillo, cerca de enero.
Entre esta paleta de diversos e intensos colores, los Parques Nacionales invitan a recorrer innumerables senderos ahora decorados de un modo especial por la naturaleza, en estado de ebullición.