Guerra del presente (¿derrota del futuro?)

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Donald Trump alimenta la escalada en la guerra comercial contra el gigante asiático en simultáneo con su enfrentamiento con la Unión Europea. En simultáneo, retrocede frente a la Rusia de Putin. La reconfiguración del escenario global y la política interna estadounidense.

El presidente de EEUU, Donald Trump, aseguró este viernes 20 que está “listo” para llevar el enfrentamiento comercial con China al “summum”, aplicando aranceles a todos los bienes que provengan del otro lado del Pacífico, pero al mismo tiempo admitió que la fortaleza del dólar le complica la posibilidad de ganar esa guerra.

El jefe de la Casa Blanca aseguró que Pekín manipula su divisa para aliviar las restricciones arancelarias, una acusación que extendió a la Unión Europea, a la que esta semana directamente calificó de “enemiga” de su país. En su frustración, criticó de paso a la Reserva Federal, el banco central de EEUU, por darle una ventaja a su principal competidor subiendo las tasas de interés.

La extravagancia de la presidencia de Trump toca ya niveles estratosféricos, pero los daños internos y externos que causan sus permanentes barquinazos, ya han desparramado en Washington la sensación de que resultaría muy costoso dejarlo al frente del Ejecutivo por otro período más.

“Estoy listo para ir a 500”, afirmó el republicano en una entrevista emitida este viernes por la cadena financiera CNBC. Yrump se refirió así al déficit de 505.500 millones de dólares que el primer mandatario asegura que su país tiene en la balanza de pagos con China. “Se aprovechan de nosotros”, se lamentó, “y eso no me gusta, desde hace años no me gusta”, remarcó.

En la conversación señaló también que el valor del yuan, la moneda del gigante asiático, “cae como una roca”. Después, en Twitter, dijo incluso que Pekín manipula su divisa.

La devaluación de una moneda permite a un país hacer sus exportaciones más competitivas en el mercado internacional. Es de sobra conocido que Trump es un dirigente atípico, por su estilo. Pero sus dos predecesores,  Barack Obama y George Bush, se resistieron a calificar oficialmente a China como país manipulador de su divisa. La afirmación, además, es inusual porque el inquilino de la Casa Blanca suele tomar distancia al valorar la política de cambio.

“El dólar se refuerza y se refuerza cada día que pasa”, insistió, “llevándose nuestra ventaja competitiva”. Por tradición, además, el presidente estadounidense defiende siempre un dólar fuerte. La queja hacia la apreciación registrada desde marzo por el billete verde, Trump la extendió a la política de la propia Reserva Federal de EEUU, otro terreno donde la Casa Blanca solía no entrar para preservar la independencia del Banco Central. En la misma entrevista, y de nuevo en Twitter, remarcó que la Unión Europea mantiene bajas las tasas de interés mientras Estados Unidos las sube.

The traitor. Esta misma semana, como un “cowboy” en la calle principal de un pueblo del Oeste, el magnate inmobiliario hizo dos movimientos en uno: acusó a la OTAN -y por extensión a la UE- de robarle el dinero a Washington, por no aumentar su presupuesto de Defensa; y consideró que la UE era “enemiga” de su país. En una derivación de este hostigamiento, viajó a Helsinki para verse con el líder ruso, Vladimir Putin, y en la rueda de prensa posterior a la cumbre pareció cuidarlo al extremo al dar por ciento que Moscú nada tuvo que ver con una interferencia en las elecciones que lo llevaron a la Casa Blanca en 2016. El mayúsculo escándalo que provocó incluyó la calificación de “traidor” de no pocos opositores y periodistas, y el pedido de reconsideración de varios republicanos, lo que por primera vez en mucho tiempo derivó en una aclaración y un pedido de disculpas de su parte. ¿Un elefante en un bazar? Algo peor.

Volviendo a la guerra comercial con China, confrontación que todos los bloques condenaron porque puede convertirse en una virtual “Caja de Pandora”, Trump decidió que dará todas las batallas juntas: contra Pekín, contra Bruselas, contra México y Canadá. Simultáneamente, su Administración decidió retirarse -o reducir su presencia- de un escenario geoestratégico histórico como Medio Oriente, mientras de manera simultánea Rusia volvía a ocupar un lugar como el que ocupaba en plena primera Guerra Fría.

Estados Unidos luce retrocediendo en otros lugares conflictivos como en el Mar de la China, un sitio caliente por el dominio del comercio a y desde el sudeste asiático. Y también en Africa, en donde la prevalencia con China fue un “issue” en las últimas décadas.

Las “fronteras” militares y económicas -muy cercanas, siempre- se han reconfigurado y, junto con el proteccionismo extremo, Trump parece haber decidido -junto a sus “halcones”- que el mundo es demasiado hostil y ajeno como para jugar en él.

En el frente interno, él atiende a su base electoral, la que lo llevó a la Presidencia inopinadamente detrás del lema “América first”. Ahora sucede que China eligió los productos de aquellos estados norteamericanos que le dieron su voto al bondo neoyorquino, para tomar represalias por los aranceles al acero y al aluminios chinos impuestos por Trump, lo que desató una serie de acciones de lobby en Washington de los gobernadores de esos distritos, que en 2020 esperan ser reelectos y tiene ahora una piedra colgada al cuello.

En octubre de 2017, una tapa del mensuario británico “The Economist” advertía, con un dibujo del líder chino, que Xi Jingping era “el hombre más poderoso del mundo”, algo que debe haber afectado el desmesurado ego de su par estadounidense.

Sin política exterior, con una política comercial vacilante, los estropicios del ocupante del Salón Oval lo hacen lucir como un botarate, ya no como un transgresor o un vengador popular de la oligarquía política y económica enquistada en el poder de la aún mayor potencia militar y económica del mundo.

Con resultado incierto, la guerra comercial que desató puede ser la que hunda su barco, un Titanic en el que ni siquiera sigue tocando la orquesta. 

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