Y José Antonio se fue del Valle

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El pasado lunes 24 de abril, la familia Primo de Rivera exhumó los restos de José Antonio, fundador de la Falange Española en 1933, detenido arbitrariamente en marzo de 1936 en Madrid, trasladado a la prisión de Alicante y fusilado en noviembre de 1936, a los cinco meses de iniciada la Guerra Civil que se extendería hasta 1939. El gobierno de Pedro Sánchez, en alianza con los comunistas de Podemos, los terroristas de Bildu, los separatistas catalanes y vascos, donde bajo su complacencia ya casi está prohibido hablar español, ha hecho gala de una pasión necrófila, profanando tumbas, removiendo huesos, desenterrando viejos odios, ya superados por la sociedad española, tal como lo calificó Santiago Abascal, líder de Vox, en varias ocasiones.

Primero fue el cadáver de Francisco Franco, luego el del Teniente General Queipo de LLano y ahora el de José Antonio Primo de Rivera. Como bien lo definió con lucidez, Ramón Tamanes, un excomunista , la historia hay que estudiarla y no condenarla, agregando que “leyendo el Boletín Oficial, parecería que la Guerra Civil, la ganó el bando republicano”, en clara alusión a la vigente y sesgada “Ley de Memoria Histórica Democrática”.

La figura de José Antonio, gran orador, culto, carismático, que despertó la atención de Miguel de Unamuno, como de otras figuras relevantes de la época, y que se rodeó de intelectuales de fuste como Agustín de Foxá, Eugenio Montes, Dionisio Ridruejo, entre muchos otros, debe constituir una de las personalidades más limpias de aquel sangriento y cruel enfrentamiento civil. Aún hoy, sorprende que a 87 años de su muerte, su personalidad lleve a que se sigan publicando libros y estudios sobre su vida política y su pensamiento.

Casi toda la cúpula de Falange murió asesinada en los primeros meses de la Guerra Civil: Fernando, su hermano; Julio Ruiz de Alda, uno de los pilotos del histórico vuelo del Plus Ultra; Onésimo Redondo; Ramiro Ledesma Ramos; como otros.

A tantos años transcurridos de aquel conflicto, que el gobierno social comunista de Sánchez y asociados, ya iniciado durante la gestión de José Luis Rodríguez Zapatero, busque revivir el “guerracivilismo”, es tanto un anacronismo como una canallada social. Seguramente se intentará expulsar a los monjes del Valle de los Caídos, cerrar su colegio y remover la cruz que corona el complejo escultórico, siendo ésta la más alta de Europa.

Lo que llama la atención, aunque no sorprende, es el silencio de la Conferencia Episcopal española y del Vaticano mismo, ya que el Valle fue declarado Basílica por el Papa Juan XXIII; más aún cuando siete mil religiosos fueron asesinados en la Guerra Civil, por las milicias republicanas, por el sólo hecho de serlo. 

La familia de José Antonio se adelantó al gobierno, evitando un macabro show mediático, quitándole a Pedro Sánchez la necrófila sonrisa de remover los restos de José Antonio, aquel que antes de enfrentar al pelotón de fusilamiento, luego que el “tribunal popular” lo condenara a muerte, algo solicitado expresamente por el socialista stalinista, Francisco Largo Caballero, escribió con gallardía y grandeza de espíritu: “espero que mi sangre sea la última que se vierta en un enfrentamiento entre españoles”.

José Antonio ya no está en el Valle de los Caídos, pero permanecerá en la historia contemporánea de España, como lo ha hecho hasta el presente, aunque hoy no brillen primaveras y las rosas estén marchitas.

Una profanación que coloca al gobierno de Sánchez entre aquellos pocos que, a lo largo de la historia, han violado una norma de la civilización, consistente en que las tumbas y el reposo de los muertos se respetan, algo que la barbarie no lo acepta. Los mismos que lo asesinaron en 1936, hoy han vuelto a ensañarse con sus restos, en un acto de inequívoca miseria.

¡José Antonio Primo de Rivera, descansa en paz!

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