Soldados, robos y hurtos en la Banda Oriental de 1827

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Por Roberto L. Elissalde

El sabio francés Alcides D´Orbigny, recorrió nuestro continente entre los años 1826 y 1833, de regreso tardó trece años en publicar sus minuciosos apuntes sobre dicho viaje, bajo el título “Viaje por la América meridional (el Brasil, la República Oriental del Uruguay, la República Argentina, la Patagonia, la República de Chile, la Republica de Bolivia, la República del Perú) efectuado durante los años 1826, 1827, 1828, 1829, 1830, 1831, 1832 y 1833”.

Resultan de interés las descripciones de paisajes, pueblos, ciudades, puestos o estancias, animales y especies vegetales y personas o circunstancias por las que pasó en ese periplo. Llegó a Montevideo en tiempos de la guerra con el imperio del Brasil, y después de unos días en la
ciudad pasó por tierra hasta la Calera de las Vacas y de allí a Buenos Aires.

En ese viaje le tocó vivir o presenciar distintas circunstancias, por ejemplo llegar a un campamento militar cuya sacrificada vida así describió: “Para hacerse una idea de este campamento, es preciso concebir una reunión de gentes vestidas en todas las formas posibles, acostadas todas al aire libre. ¡Cuánto admiré entonces la simplicidad de esos valientes, consagrados a la defensa de su patria!”. Y pintó con crudeza la vida en campaña: “Nunca tuvieron pan; carne, por todo alimento; expuestos día por día al fuego de un sol ardiente y sin otro lecho, de noche, que el cuero (recado) que les sirve de montura, de cabecera y su poncho de cobertor. Nunca pueden desvestirse. Cae el rocío sin impedir que esos bravos militares, hasta ayer pacíficos pastores, descansen esperando el día, que pasan vigilando sus fronteras y combatiendo a los usurpadores de su tierra”.

La vestimenta de esos bravos “Apenas un galón en la gorra distingue a los oficiales de los soldados rasos. La vestimenta de los soldados gauchos consiste en un calzón blanco o calzoncillo, un chiripá, de color azul o rojo escarlata, pieza de tela que les envuelve la cintura y las piernas, un poncho azul orlado de rojo, que pliega sobre sus hombros, lo que presenta un contraste de colores bastante subido. Por calzado gastan botas de potro, es decir botas hechas con cuero pelado, sin curtir de la pata de un caballo, y cuyo codo forma el talón. Se tocan con un sombrero, en forma de pan de azúcar, cubierto casi siempre por un pañuelo de color atado a la cabeza de manera que flote sobre sus hombros y los refresque mientras galopan. Como armas tienen un sable, una carabina y a veces pistolas; pero todos están provistos de un terrible lazo, así como de no menos peligrosas boleadoras”.

Elogia la forma de montar “no existe algo más elegante que un gaucho al galope, alzado el poncho, con la tercerola apoyada en el muslo y en actitud oblicua”. Pero por sobre todo le impresionó a D’Orbigny que “fuerzas tan poco imponentes impusieran tanto miedo a los brasileños. Había apenas doscientos milicianos orientales que vivían en el campo, acampando ya en un lugar, ya en otro ¡y este puñado de soldados tenía en jaque a más de cinco mil hombres de las tropas de línea brasileñas”.

Por las noches con el descanso, venía el fogón para comer un trozo de carne, con los guías comentaron a los robos que se sucedían en la campaña oriental, desde que había comenzado el bloqueo del Rio de la Plata. Así relató nuestro viajero uno de ellos “dos franceses y seis ingleses acampaban tal como nosotros, en pleno campo y cenaban junto al fuego, en circunstancias que cinco hombres que se presentaron como soldados de la patria se les acercaron, pidiéndoles fuego para encender sus cigarros. Se les ofreció de comer, lo que aceptaron, y en el momento en que los viajeros estaban más desprevenidos, tres de ellos se encontraron maniatados detrás de las carretas y los demás tuvieron que dejarse atar también, para salvar la vida, después de lo cual los bandidos tomaron de las carretas todo lo que les vino en gana y se retiraron con su botín; quisieron incluso matar a uno de los franceses, que fue salvado por los insistentes ruegos de una dama montevideana”.

Un episodio curioso le sucedió con un grupo de jinetes, y le dejó a D´Orbigny una duda. “Fuimos alcanzados por dos hombres y dos mujeres de a caballo, cuya vestimenta nos permitió reconocer como hacendados o estancieros. Las mujeres estaban vestidas como todas las amazonas, es decir, que llevaban un sombrero de hombre, adornado con hermosas plumas de avestruz, que les sentaba muy bien. Les ofrecimos vino o aguardiente, prefirieron este último licor y se pasaron el vaso de boca en boca, hasta vaciarlo. Se quedaron un rato con nosotros y luego nos dejaron. Al parecer, uno de los hombres no había podido resistir el placer de poseer una de mis pistolas de pistón, que había examinado muy largamente con una atención muy particular, pues después de su partida, no volví a ver el arma”.

Para completar las escenas que vivieron en ese accidentado viaje, fueron a bañarse al río y dejaron las ropas sobre una roca, sin advertir que en la vecindad había un nudo de avispas. El primero que intentó recuperarlas fue picado con tanta crueldad, que para librarse se tiró al agua con el bulto de la ropa. Historias de hace casi dos siglos, que D´Orbigny nos dejó de sus recorridas en nuestras tierras.

  • El autor es 1 Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

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