Mientras los otros se pelean…

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La relación que tejieron Horacio Rodríguez Larreta y Mauricio Macri por espacio de casi dos décadas llegó a su fin el lunes pasado, cuando se hizo pública la decisión del lord mayor porteño de desdoblar las PASO en el distrito que él administra. Si bien el expresidente se ha situado —desde hace ya un buen rato— mucho más cerca de las posturas levantadas por Patricia Bullrich que de las de su principal contrincante, ello no implicaba que —luego de bajarse de la carrera presidencial— fuera a apoyar a aquella en forma abierta, a expensas de este. Lo más probable era que asumiese el rol de ‘honesto componedor’ y tratara de mediar entre ellos, de la mejor manera posible. Pero cualesquiera que fuesen las dudas que podía abrigar Macri respecto de su sucesor al frente del gobierno de la capital federal, ahora se han disipado por completo.

El camino que escogió Rodríguez Larreta, con plena conciencia de lo que hacía, no arrastró el propósito de situarse en la vereda de enfrente de los demás referentes del PRO a nivel nacional. No quiso pelearse con todos a la vez por antipatías personales o cuestiones ajenas a la política. Tomó la decisión que creyó más conveniente y —más allá de su voluntad, siempre conciliadora— dejó heridos y generó enemistades. Era lógico que, si los comicios finalmente se desdoblasen, en su apoyo cerrasen filas Martin Lousteau, Elisa Carrió, Gerardo Morales y una parte de la Unión Cívica Radical. En contra suya se alistarían —por lo menos, y como de hecho sucedió— Patricia Bullrich, Mauricio Macri y María Eugenia Vidal.

Rodríguez Larreta se hallaba en el peor de los mundos en razón de la armadura que lleva puesta Juntos por el Cambio. Una alianza conformada por el PRO, la UCR y la Coalición Cívica, tarde o temprano generaría celos, desconfianzas y disputas de distinta envergadura, según lo que estuviese en juego. Conformar a Lousteau y a los radicales que forman detrás de él, y al mismo tiempo dejar contentos a los miembros del PRO, era una tarea imposible. En ese berenjenal se encontraba el jefe de la administración porteña que, para colmo de males, no podía —aunque ese hubiera sido su deseo— cajonear el tema y dejar que pasaran las semanas —y hasta un par de meses más— antes de tomar la decisión.

El paso que dio obró, fatalmente, una divisoria de aguas dentro de un conjunto heterogéneo de partidos —que eso es Juntos por el Cambio— unido más por su oposición al kirchnerismo que por sus coincidencias. La grieta que se generó en el país, y que no tiene visos de desaparecer, exigía una unión amplia, en cuyos generosos pliegues tuviesen asiento liberales, radicales, peronistas republicanos y hasta socialistas, por diferentes que fueran entre ellos. El común denominador que los juntó en 2015 sigue vigente merced a un motivo: si acaso se dividiesen, serían fagocitados por los K.

Las declaraciones de los dos Macri, la Bullrich y la Vidal, por un lado, y de la Carrió y una porción del radicalismo, por la otra, dejan en claro cómo comienzan a dibujarse en el horizonte, de cara a las primarias abiertas, los apoyos dentro de la principal fuerza opositora. Con todo, convendría desterrar del análisis los abordajes lineales a una cuestión que tiene sus aristas, recovecos y curvaturas por donde se la mire. Tres cosas merecen ser resaltadas. La primera es que Juntos por el Cambio no va a estallar en pedazos como consecuencia de semejante jugada. La totalidad de sus integrantes desean ganar las elecciones de octubre y volver a la Casa Rosada. Por tanto, no se suicidarán en virtud de un problema que —por mucha que sea la envergadura de la cabeza de Goliat— no excede a la General Paz. El 14 de agosto a la madrugada, una vez que los guarismos se hayan conocido, y haya un ganador en las PASO, las peleas se darán por terminadas y los seguidores y equipos técnicos del perdedor se unirán al vencedor.

Desde hoy y hasta el momento que concluyan las PASO, los integrantes de Juntos por el Cambio serán protagonistas de una interna inédita. La que en el año 2015 dirimieron Macri, Sanz y Carrió fue sólo pour la galerie. Eran antagonistas como podían serlo los viejos Titanes en el Ring, capitaneados por Martín Karadagian. Peleaban para entretenimiento de los chicos, sin que sus golpes, patadas voladoras, tomas de yudo y piquetes de ojos fuesen algo más que morisquetas para consumo televisivo. Todos sabíamos que el trío antes mencionado marchó a las urnas para salvar las formas y las apariencias. Nada más. Lo contrario pasa con los antagonistas actuales. La pulseada entre Bullrich y Rodríguez Larreta, y de las facciones radicales que decantarán en favor de uno y otro en los días por venir, nada tiene de puesta en escena. No es fulbito para la tribuna.

Hay una segunda nota importante para destacar: al momento de hablar del PRO y de la UCR, el análisis se resiente por el vicio de la generalización. Ninguna de las dos agrupaciones mencionadas es una masa monolítica y disciplinada, que adopta una posición y obra en conformidad con la misma desde Jujuy hasta Tierra del Fuego. La tercera realidad indisimulable es que no debemos olvidarnos de la gente, del “popolo grosso”, que al final del día decide en las urnas quién gana y quién pierde. Lo más probable es que para gran parte de la ciudadanía —cuya recusación de la clase política es un dato que se halla presente en todas las encuestas de opinión serias— lo dispuesto por Horacio Rodríguez Larreta sea intrascendente, al margen de no entender de qué se trata.

Bastaría salir a la calle con un micrófono y una cámara en mano y preguntar al voleo —a ricos y a pobres, a mujeres y a hombres, a letrados e iletrados— qué, cuándo, dónde y cuántas veces van a votar en el curso de este año, para caer en la cuenta de hasta qué punto, al rechazo de lo que Javier Milei denomina —no sin razón— casta, hay que sumarle el absoluto desconocimiento del pueblo soberano respecto de sus deberes cívicos. La discusión entablada en el seno de Juntos por el Cambio concerniente a si la medida adoptada por el jefe del gobierno autónomo de la Ciudad de Buenos Aires es legítima, o supone una modificación grosera de lo que estaba escrito, para las personas de carne y hueso es algo así como la disputa acerca del sexo de los ángeles entablada por los teólogos bizantinos mientras los turcos estaban a punto de tomar por asalto Constantinopla.

De las tres fuerzas políticas con posibilidades de entrar a la segunda vuelta, hay dos —la oficialista y la alianza del PRO, la UCR y la CC— cruzadas por internas más o menos feroces. El riesgo que corre la primera es la balcanización. El peligro que amenaza a la segunda, en cambio, tiene que ver con la eventual fuga de votos que pueda sufrir en beneficio de los libertarios. Después de todo, el fenómeno político electoral más acusado e importante que se ha dado en la Argentina, de dos años a esta parte, es el exponencial crecimiento de Javier Milei. Mientras los demás se pelean, el centro del ring lo ocupa un “outsider” de la política que enarbola un discurso nunca antes escuchado en estas tierras

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