La “estupidez” y los peligros de los nuevos totalitarismos

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En el marco de la Alemania nazi Dietrich Bonhoeffer, un pastor protestante, fue encarcelado y finalmente ejecutado por criticar al gobierno de Adolf Hitler. Trataba de entender cómo un país como el suyo dio a luz tamaña atrocidad. ¿El nazismo fue producto del mal o había todavía otra cosa mucho más peligrosa detrás? ¿Hay algo peor que el mal?

Antes de intentar dar respuesta a estas preguntas meditemos en lo que años más tarde escribieron al respecto dos periodistas franceses Louis Pauwels y Jacques Bergier en su conocida obra “El retorno de los brujos”: “En el momento en el que nace el nazismo Alemania es la patria de las ciencias exactas. El método alemán, la lógica alamana, el rigor y la probidad científica alemanas son universalmente conocidas (…). Ahora bien, en este medio, de un cartesianismo de plomo, nace una doctrina incoherente y en parte delirante, que se propaga a toda velocidad, irresistiblemente. En el país de Einstein y Planck se hace profesión de ‘física aria’. En el país de Humboldt y de Haeckel se
empieza a hablar de razas. No creemos que se pueda explicar tales fenómenos por la inflación económica. El telón de fondo no es adecuado para semejante ballet”.

¿Qué es lo que llevó a la barbarie? Bonhoeffer nos da una pista. Para él no fue el mal solamente, sino que lo piensa a partir de un tipo de “estupidez social”. Etimológicamente la palabra “estúpido” no es necesariamente un insulto, sino una condición ontológica. Proviene del latín “stupidus” que se traduce también como “estupefacto”, “estupefaciente”, “aturdimiento”, “ceguera”, “sin razón”,
“ideologización”. Lo que quiere decir que la ideología es una posición de consciencia, una cristalización de las ideas frescas que se cierran como si fuese una prisión para el pensamiento crítico. Deriva así en un estado ontológico que da como resultado la ceguera del sujeto ante lo obvio y la necesidad de la cancelación de todo lo que considera contrario a dicha estructura mental.

El nacional socialismo no fue solamente obra de los jerarcas y de los soldados que estúpidamente obedecían sin pensar por sí mismos, sino que además fue con el permiso de las mayorías. El partido entró al poder por un sistema democrático. A manudo las tendencias tiránicas se valen de la seducción religiosa hacia las masas para estupidizarlas y moldear sus mentalidades en función de los intereses del líder.

En presencia del mal podemos protestar, luchar, combatir. El mal es una posición definida. Ante la estupidez, en cambio, estamos en indefensión. No se puede convencer al estúpido. Este no acepta ninguna razón antagónica a su creencia. No necesita nada más que lo que ostenta. No puede ser persuadido. No quiere entender. Ante una idea que lo contradice no razona, por el contrario, ataca. Hay que ser más cautos ante el estúpido que ante la malicia.

La esencia de esta categoría no es un problema intelectual, sino moral. Por ello un intelectual puede creer y militar estúpidamente en un proyecto político que es opuesto a los intereses del bien común. No olvidemos que el estalinismo sedujo y sigue seduciendo a destacados personajes de la cultura. Esta manera de posicionarse en el mundo no es hereditaria, no tiene que ver en este caso con la educación ni con el entorno en el que nazca, sino que hay motivaciones particulares en que las personas se vuelven bastante estúpidas.

Por ejemplo, la estupidez es más usual en grupos. Es frecuente que en reuniones sociales grandes los asistentes se rían de nada sin parar, beban en exceso, quieran perder los sentidos y se aturdan con fuertes ruidos para nada. Es un problema emocional-social. El poder religioso o político al ser colectivo contagia a gran parte de la humanidad encendiendo regiones oscuras de carácter irracional. La neurosis quiere pertenecer. En cambio, el poder de un individuo psicopático comprende muy bien la lógica grupal sin confundirse con ellos y los vampiriza, ya que necesita alimentarse de la estupidez de las masas. No es que el intelecto falle por alguna patología, simplemente ante el arrojo de la hegemonía en ascenso los grupos humanos se ven privados de su
independencia interior renunciado a una posición de autonomía. La testarudez va de la mano de la subordinación. La personalidad se disocia y el ser se pierde en el parecer de la masificación simpatética. Según el teólogo la gente está bajo un hechizo, totalmente cegados. Son esclavos que se auto perciben libres. Glorifican al genocidio y se inmolan en el altar del crimen. No son ellos. Ahora son una herramienta de la ideología. Pueden así consentir y hasta participar en los males más inimaginables.

¿Cómo escapar de la estupidez? Solo la liberación de los condicionamientos impuestos puede hacerlo. Esta acción no aparece por el pensamiento, sino que es un acto de responsabilidad ética. Es la toma de consciencia y el resguardo de la individualidad. La desideologización es un estado de libertad que solo la emancipación interior puede dar. Recuperando la capacidad de la cordura autónoma. En la actualidad esto es urgente. Hoy, por ejemplo, una parte importante de la humanidad se encuentra alienada con la estupidez de la Inteligencia artificial y con mitologías transhumanistas repletas de utopías infundadas, mientras que las mayorías se consumen bajo el ala de la pobreza extrema y la marginalidad arrodillándose bajo las promesas de caudillos inescrupulosos. Por otra parte, están idiotizados con un robot que se nutre únicamente de los contenidos de la web, que en su mayoría están alimentados con la basura que producen un
conglomerado muy poco inteligente. En otro orden, sienten los efectos de un cambio climático evidente y las naciones, que son las principales responsables, difícilmente hagan algo al respecto. Mientras que la amenaza de un accidente nuclear es más probable que nunca crece la xenofobia y la discriminación en gran parte del mundo cuando las excolonias abandonadas a su pauperización se empoderan sobre el antiguo opresor.

Están dados todos los escenarios para el surgimiento de una nueva doctrina absolutista. Esto no está demasiado lejos. Pero no parece ser en una región situada, como fue en la Alemania nazi, en China o en la Rusia zarista, sino a escala global. Una nueva etapa del “fascismo comunitario” en el siglo XXI con las mismas búsquedas redentoras. Según A. S. Blank este movimiento “se plantea como objetivo destruir la democracia (…), obstaculizar el desarrollo de la humanidad por el cambio del progreso social y espiritual, sumirla en la esclavitud imperialista, hasta hacerla retroceder a los tiempos de la barbarie”.

Pensemos por un momento en lo siguiente: la imposición de las cuarentenas como políticas de Estado mundiales, aplicando un remedio excesivo sobre una circunstancia viral menor que hoy ha desaparecido como por arte de magia, decantando en el cuestionamiento de las democracias liberales, atentó contra los derechos humanos a través de imponer aparatos de control y vigilancia, dando como resultado el malestar social y psicológico. Asimismo, pensemos en el planteamiento de políticas mundiales en la “Agenda 2030” propuesta por las Naciones Unidas que, a través de un aglutinado de personas que nadie eligió, puede tener derivaciones colectivas desastrosas que aún no imaginamos.

Estamos en problemas. Pero lo peor es que como humanidad todavía no tomamos la debida consciencia del espectáculo que se abre ante nosotros. Es algo similar a la caída del Imperio romano en el poder de los bárbaros, del mismo modo ahora estamos viviendo en un momento de cambio epocal, donde las estructuras de la modernidad están derrumbándose abriendo el camino a una Edad oscura, con perspectivas totalitarias, una situación arcaica donde pretende reinar un único señorío tenebroso repleto de estupidez.

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