El FMI como garante de última instancia

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A primera vista la comparación podría parecer desatinada. Pero —salvando las diferencias insalvables que existen entre los tres hechos— hay un elemento común que los enlaza y refleja el profundo cambio, en términos de la relación de fuerzas, que ha ocurrido en los últimos meses. En la ciudad de Río Gallegos los inquilinos de tres propiedades de la familia Kirchner no pagan el alquiler correspondiente desde tiempo atrás y, a pesar de las intimaciones que se les han enderezado para que regularicen su situación, se niegan a hacerlo y resisten con éxito cualquier desalojo en el que puedan pensar los propietarios de esos inmuebles. Mientras tanto, en la cámara alta del Congreso Nacional cuatro senadores —Edgardo Kueider, Carlos Espínola, Guillermo Snopek y María Cataflama— de buenas a primeras tomaron distancias del bloque oficialista y conformaron uno propio, que lleva el nombre de Unidad Federal. Por fin, la movilización que el camporismo y sus acólitos pensaban solapar con la que —a semejanza de todos los años— se realizará el día 24 de marzo a instancias de los organismos defensores de los derechos humanos, se dejó sin efecto a poco de conocerse la crítica a la iniciativa que levantó Estela de Carlotto.

¿Cuál es el común denominador de los acontecimientos antes señalados, de suyo tan desiguales? —La notable y notoria merma del poder de la vicepresidente, en particular, y del kirchnerismo, en general. ¿Hubiera sido concebible, cuando comenzó a andar el tándem de los Fernández, que había ganado las elecciones en noviembre de 2019, el que unos okupas —o como quiera llamárselos— se hubiesen animado a hacerle pito catalán a la jefe del Frente de Todos, negándose a honrar los compromisos dinerarios que habían asumido? ¿Alguno de los representantes en el Senado que ahora han hecho rancho aparte dejando al oficialismo como segunda minoría, acaso habría osado dar ese paso dos o tres meses atrás? La presidente de las así llamadas Abuelas de Plaza de Mayo —siempre tan sumisa delante de los K— ¿hubiera abierto la boca, como lo hizo ahora, si el gobierno gozase de buena salud? Hoy, cualquiera se le anima a una administración que hace agua por los cuatro costados y que, por una de esas ironías que no dejan de resultar crueles, sólo encuentra cobijo y comprensión en el Fondo Monetario Internacional y en el Poder Ejecutivo norteamericano.

Con la pobreza —según números oficiales— orillando 40 % de la población y otro índice de más de 6 % de inflación mensual recortándose en el horizonte, no hay factor de poder o grupo de presión —nacional o internacional— dispuesto a quebrar una lanza en favor del populismo criollo. Un vistazo, efectuado a vuelo de pájaro, lo que trasparenta es un panorama verdaderamente desolador. Con la particularidad de que no tiene visos de mejorar. Tanto en el caso de Cristina Kirchner, como también Alberto Fernández y el propio Sergio Massa no se llaman a engaño acerca de lo que les espera. Saben —y lo reconocen en la intimidad— que los comicios presidenciales están perdidos. Si al momento de hacerse cargo el ex–presidente de la Cámara de Diputados de la cartera económica, todos estuvieron dispuestos a extenderle un cheque en blanco, e inclusive los mercados abrieron un compás de espera hasta ver cómo seguía la historia, la situación ha cambiado de manera sensible. Ninguno, ni los once gobernadores peronistas que decidieron —sin consulta previa— desdoblar las elecciones en sus respectivas provincias, ni los senadores que dejaron a la hasta ayer omnímoda dueña de la cámara alta colgada de un pincel, ni los movimientos piqueteros que han anunciado que marcharán con listas propias al acto electoral, ni siquiera los miembros del gabinete que se contradicen entre ellos sin importarles la falta de coherencia que dejan traslucir al público, creen en los milagros. Por lo tanto, no falta mucho para que el sálvese quien pueda gane la escena.

El único que a esta altura del partido —con el oficialismo perdiendo por goleada— se halla dispuesto a darle una mano para que el Frente de Todos no se despeñe y se lo trague el precipicio, es el tan denostado FMI y —como no podría ser de otra manera— la administración demócrata presidida por Joe Biden. El ministerio de Hacienda ha reconocido que el Banco Central no está en condiciones de acumular este año los U$ 12.000 MM previstos en el acuerdo firmado oportunamente con el principal organismo de crédito planetario. Pretextando la incidencia que ha tenido la guerra entablada entre Rusia y Ucrania y los efectos devastadores de la sequía, Massa y sus colaboradores han ido con la escupidera en la mano a solicitarle a Kristalina Giorgieva que acepte cambiar las metas de acumulación de divisas, sin “waiver” de por medio.

Las agencias de noticias y la mayoría de los medios dan a entender que la decisión todavía no ha sido tomada, y que recién el 22 del mes que acaba de comenzar se reunirá el directorio del FMI para llegar a una conclusión. En realidad nada de eso es cierto. La decisión ya fue tomada hace rato porque lo cierto es —aun cuando no haya quien lo reconozca— que el acuerdo fue hecho para no ser cumplido. De ello eran conscientes las dos partes intervinientes desde un principio. Resultaba tan obvio que el gobierno argentino no lograría honrar las metas fijadas, que sólo cabía pensar en un entendimiento tácito de la funcionaria búlgara y el ministro criollo. Por eso el Fondo haría desde el día primero la vista gorda y aceptaría lo que fuese con tal de que el acuerdo no se cayese. Detrás de tamaña concesión a la incapacidad argentina estaba el gobierno de Estados Unidos, interesado en evitar, al costo que sea, una crisis en esta parte del subcontinente sudamericano.

Llegados a este punto hay, en rigor, dos grandes incógnitas que no son —contra lo que se cree generalmente— si Mauricio Macri querrá competir en las primarias abiertas contra Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, o si el operativo clamor —todavía tenue— del camporismo logrará hacerla cambiar de opinión a Cristina Fernández. Con ser aspectos importantes de la realidad política, no son decisivos. Si lo son, en cambio, 1) cómo evolucionará la economía de acá hasta saber el resultados de las PASO, y desde entonces hasta conocerse el resultado de la primera vuelta. Porque bien podría volar por los aires. Y 2) cómo quedarán conformadas las dos cámaras del Congreso Nacional, una vez conocidos los guarismos de los comicios de octubre.

Si alguien se asombra por el hecho de que no hayamos mencionado siquiera la
eventualidad de una segunda vuelta, es mejor que abandone la sorpresa. Lo que sucede es que
—sin importar cual sea el candidato que presente— el kirchnerismo abandonará la Casa Rosada
a mediados de diciembre. De eso no hay dudas.

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