En la madrugada del 27 de octubre de 2010 fallecía un controvertido ex presidente y nacía el líder simbólico más poderoso de la restauración democrática. Desde entonces
En la madrugada del 27 de octubre de 2010 fallecía un controvertido ex presidente y nacía el líder simbólico más poderoso de la restauración democrática. Desde entonces, Néstor Kirchner despertó en sus seguidores –entonces no tantos como ahora, como buen mito en ascenso- un afán que arropó a su viuda, la presidente Cristina Kirchner, y la condujo con ese impulso hasta una reelección que entonces era impensada.
Para algunos, Néstor se inmoló. La situación política del movimiento que condujo era, cuanto menos, inestable, y las perspectivas electorales del ex presidente, que trabajaba para suceder a su vez a su esposa, enfrentaban más dudas que certezas. Su muerte resolvió muchas incertidumbres políticas y sumió a su familia, como es natural, en una profunda tristeza.
El velatorio y el tránsito de su féretro por las calles de una lluviosa Buenos Aires iniciaron un proceso de construcción del ídolo popular y otro de reconstrucción del movimiento que condujo con astucia, pero también con marcada arbitrariedad. Para él no había grises.
A un año de su desaparición, su socia y heredera política logró superar todas las dificultades y se encamina a iniciar un nuevo período presidencial absolutamente sola, en el sentido de la ausencia de su compañero y mentor. Pero el día de su mayor triunfo, Cristina se acordó de él como viene haciéndolo cada mañana desde que no está. Y le dedicó su \”cristinazo\”.