Todos los hombres del periodismo

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Los que saben cuentan que lo más parecido a un texto periodístico apareció en el siglo XIX, en Estados Unidos. Se llamaba entonces “penny press” y, haciendo honor a su nombre, costaba solamente un penique… Se trataba de un pliego que, en su mayoría, relataba crímenes o historias sórdidas. En 1928, con la aparición del libro “Gongs of New York”, de Hall Asur (Crónicas de la vida en la ciudad), hizo eclosión ese tipo de periodismo.

Bertrán Cazorla describe el paisaje de estas crónicas, plagado de “fosas para muertos incontables, duelos a cuchillo entre matones con perfil novelesco; barrios tan peligrosos en los que entrar en ellos era la muerte segura”. Lo que queda claro aquí es cuál era la materia prima que apreciaban estos pioneros.

Martin Scorsese dirigió la película “Pandillas de Nueva York” en 2002, ambientada en el distrito de Five Points, donde las pandillas libraban sus batallas. Nueva York era, a comienzos del siglo pasado, una ciudad donde el deseo, y el apuro por una vida mejor generaba violencia en sus calles. La película fue nominada a 12 Oscars y no se llevó ninguno.

El desagravio le llegó a Scorcese hace unos años cuando le dieron el Oscar por “Los infiltrados”. Luego llegaron los “muckrakers”, “traperos y escarbadores de la basura”. La explosión de la industria periodística, a principios del siglo XX, llevaría a que los diarios se sumergieran en una carrera competitiva para cazar suscriptores y rediseñaron sus portadas.

Hasta entonces esas mismas “hojas” impresas no tenían continuidad, salían cada tanto y no pagaban las crónicas que publicaban. Con el nuevo periodismo empezaron a profesionalizarse, a ir todos los días al “diario” y regularon su tormentosa economía.

Es en esa época que irrumpe la corrupción política, que va a desplazar a los crímenes, que habían dejado de interesar. “Los ‘muckrakers’ son los primeros en escribir sus canciones, llenas de mierda y delitos”, explica Cazorla. Es el principio del periodismo de investigación, que tiene como modelo la novela “The jungle” (La jungla, 1906), de Upton Sinclair, basada en su trabajo de incógnito en un frigorífico. “El periodista y sus disfraces, una larga tradición dentro del oficio, comienza aquí. Con la investigación de Sinclair sobre las malas prácticas en la industria alimentaria. El presidente Teodore Roosevelt, opuesto completamente al socialismo de Sinclair, lo invitó a la Casa Blanca y abrió una investigacion sobre el tema”.

Las causas de la decadencia de los “muckrakers” se muestra muy bien en la película “Ciudadano Kane”, de Orson Welles (1941). Aquí el periodista es usado, manoseado, comprado y vendido como una mercancía más. Charles Foster Kane (basado en la figura del magnate periodístico William Hearst, quien se opuso a la difusión del film) no tiene ningún reparo en usar los periódicos para lograr sus fines económicos. En 1940, Howard Hawks filmó “His girl friday”, una comedia divertida donde hace un retrato demoledor de los periodistas. “Cínicos, lenguaraces, propensos a la vida disoluta y, además, dispuestos a todo para que los hechos no les arruinen una buena historia”.

Pero los periodistas parecían dispuestos a hacerse perdonar. New York Times, The New Yorker, Time y Fortune publicaron excelentes trabajos. Los reportajes y los libros de James Agee, el inicio de la literatura de no ficción “A sangre fría” de Truman Capote en 1966 y los libros de Norman Mailer como “Los ejércitos de la noche, que obtuvo el Pulitzer que a Capote se le negó. Todos ellos comenzaron a transformar la imagen del gremio.

La guerra de Vietnam también contribuyó al cambio de imagen: los periodistas eran reporteros de guerra. En la construcción de esta nueva imagen intervenía el cine. Es el caso de “The killing fields” (1984), donde dos periodistas, uno estadounidense y el otro camboyano, son los protagonistas que escapan del genocidio provocado por Pol Pot. El camboyano originalmente era el chofer que llevaba y traía al profesional americano por los “campos de la muerte”, pero el verdadero era un médico condenado a muerte porque Pol Pot no toleraba a la clase media universitaria. Él también fue a Estados Unidos, donde se le brindaron honores y revalidó su título de médico. En 2014, agentes norvietnamitas lo asesinaron cuando salía de su consultorio. En cuanto al periodista estadounidense, trabaja de detective en la conocida serie “La ley y el orden”.

Pero fue realmente un reportaje de Seymour Hersh (The New Yorker) sobre la matanza que un pelotón de soldados de EEUU cometió en la aldea vietnamita de My Lai, en 1968, el que comienza un nuevo periodismo de investigación que tiene como cima los reportajes sobre el escándalo “Watergate”, publicados no sin conflicto por Carl Berstein y Bob Woodward en The Washington Post, y sobre el que años después el director Alan Pakula dirigiría su famosa “Todos los hombres del presidente”, con Robert Redford y Dustin Hoffmann.

Cuestiones de espacio obligan a no extender demasiado esta crónica pero en esta categoría, y en esos años, también se pudo ver la estupenda “El años que vivimos en peligro”, con un jovencísimo Mel Gibson enredado en el golpe que depuso a Sukarno en Indonesia, y dirigida por Peter Weir.

Allí aparece idealizada la imagen del periodista como un detective dispuesto a enfrentar al poder político en nombre de la democracia. Muchas películas de aquellas décadas confusas abonan una teoría de la conspiración. El comunicador ya no es un mero testigo sino que está dispuesto a hacer preguntas incómodas para el poder, es un moralista comprometido y no el cínico que pintaba Hawks.

Pakula fue una de las figuras de ese nuevo periodismo y quien, según Cazorla, ha realizado el mejor retrato de esa nueva función o “disfraz”. El crítico cultural Fredie Jameson lo analizó en un artículo titulado: “La totalidad como conspiración”. “Primero, es una figura alegórica como el espía de esa conspiración absoluta de la que tratan tantas películas de entonces, desde ‘Los tres días del cóndor’ (Sidney Pollack, 1975) hasta las ‘Videodrome’, películas en las que la información es secreta y a la vez vigilante. La CIA está camuflada siempre detrás del héroe que la esquiva, imponiéndose con su incorruptible moral.

Pero este estado de cosas iría a terminar. La aparición de Tom Wolfe con “La hoguera de las vanidades” (1987), su primer libro, nos trae un periodista al que el autor muestra como un cínico en busca de notoriedad. “De hecho, este representa el nuevo periodista que triunfará en la televisión: el ‘talking head’ con ‘charming’, la figura mediática que mueve audiencias y publicidad. Y chicos, ya lo dijo Tony Soprano: esto es un asunto de negocios. El nuevo disfraz del periodista que, sea el que sea, pero que traiga dinero”, apunta nuestro historiador.

Dos películas abordan directamente el asunto. “Network” (Sidney Lumet, 1976 ) va más allá del relato de un presentador demente al borde de un colapso nervioso para hablar del montaje de un circo televisivo, del auge de la sociedad del espectáculo y de la desintegración de los valores periodísticos en favor de la rentabilidad. Llega el “infortament” (Información más entretenimiento).

“Broadcast news” (James L. Brooks, 1987) plantea los mismos males que la película de Lumet, solo esta vez el presentador es buen mozo (William Hurt), está dispuesto a venderse para lo que haga falta y tiene una productora de noticias (Holly Hunter) con ciega fe en el periodismo.

Durante los noventa, coincidiendo con la caída del comunismo y la globalización del modelo capitalista, los periodistas desaparecen del casting no porque no los hubiera sino que posiblemente porque ya no hay protagonismo para los héroes solitarios.

En cambio, en 2005, después de la guerra de Irak, en el momento más duro de la administración de George W. Bush, cuando ya se sabía que las famosas armas de destrucción masiva no existían, George Clooney dirige en “Buenas Noches, buena suerte” (2005) a David Stathairn en el personaje de Edward Murrow, un famoso periodista de la década del 50 que se atrevió a desafiar al senador Joseph McCarthy. Fue también durante la Segunda Guerra Mundial, el primer periodista que transmitió desde un campo de concentración (Buchenwald) y por quien los americanos se enteraron de los horrores de Adolf Hitler.

En todo caso, Murrow adoptó el papel de quien, más que develar conspiraciones, se atrevió simplemente a levantar la voz contra un muro de silencio. Se abre el coto de caza del periodista (espoleado nuevamente por una guerra) y en pocos años surgirán varias películas que lo retoman como emblema, esta vez más problemático y complejo en su caracterización. La figura del periodista como “héroe perfecto” desde luego se había terminado.

En 2007 se estrena “Leones por corderos”, con Meryl Streep en el papel de una periodista que entona el “mea culpa” para hablar del uso partidario que ha hecho el periodismo, y el mismo año “Zodiac”, de David Fincher, donde un periodista, encarnado por Jake Gyllenhaal, ya no solo asume las funciones de detective en su búsqueda de un asesino, sino que incluso rivaliza con el comisario encargado de la investigación: el periodista encuentra relatos donde el policía no puede.

Pero es la última temporada de “The Wire” (emitida en 2008) la que dejará registro del fin del mundo periodístico tal como se conocía. Las grandes cadenas quiebran y nadie parece interesarse en salvar algo del periodismo. Aaron Sorkin se embarca en 2012 en “The Newsroom”, la serie opuesta a “The Wire”. Sorkin muestra con ingenio el porvenir de personajes íntegros pese a las adversidades.

La otra visión periodística es que el cinismo y el desencanto se han hecho fuertes en el periodismo. “La verdad”, de James Vanderbilt, (el guionista de “Zodiac”) mostró los errores del telepresentador Dan Rather, quien, en nombre del espectáculo y de la audiencia, había incurrido en una “mala praxis” que lo llevó a informar con una mentira. Toda una ironía que la película se titule con la palabras más reivindicadas por el periodismo, la verdad, y que el personaje de Rather esté interpretado por Robert Redford, el Woodward de “Todos los hombres del presidente”.

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