Ni Scioli ni Macri, la gente

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Enterrada hace ya muchos años la categoría “pueblo”, los argentinos de a pie se despertaron este lunes con los temblores provocados por el “terremoto Cambiemos” que muchos de ellos propiciaron. El castigo al kirchnerismo fue notable, particularmente en las provincias de Buenos Aires y Córdoba, pero con el paso de las horas parece claro que queda un largo camino por recorrer, aunque hoy todos aseguren que la “ola amarilla” se llevará por delante sin miramientos a la “ola naranja”.

El dato central de esta elección es que los candidatos elegidos por –o directamente vinculados a– Cristina Kirchner –Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires o Máximo Kirchner en Santa Cruz, por citar sólo dos casos emblemáticos– recibieron una cachetada de parte de un electorado cansado por las formas y el fondo de una década larga de kirchnerismo en el poder.

Un primer análisis permite comprobar que, sin embargo, los seguidores del “modelo” siguen siendo una primera minoría significativa: los días que vienen permitirán discernir cuánto de los 36 puntos recaudados por Scioli le pertenecen a él y cuánto al kirchnerismo duro.

Lo que está claro es que este domingo hubo un 20 por ciento del electorado que no estuvo dispuesto a darle su voto a Scioli o a Macri, y que depositó en las urnas cuatro millones de boletas que ahora estarán en disputa. La pretensión de Sergio Massa acerca de que esos votos le pertenecen es tan tirada de los pelos como la de afirmar que nada de ese caudal se inclinará en el sentido en que el líder del Frente Renovador lo sugiera.

En realidad, los que votaron a Massa lo hicieron por dos razones esenciales: 1. Estaban hastiados del kirchnerismo y consideraban que Scioli era la continuidad de Cristina; y 2. Son peronistas y jamás votarían a un “gorila” como Macri. Massa les dio la coartada para dirigir su enojo y sólo al final de la campaña caló la idea de que había verdaderamente un “voto útil” para castigar al kirchnerismo y a Scioli, lo que filtró dos o tres puntos más del massismo al macrismo y terminó por acercar tanto a Cambiemos de la candidatura de Scioli. Es política-ficción especular sobre lo que habría ocurrido con dos semanas más de campaña, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que ahora ese proceso continúa aunque solo con dos contendientes en lugar de tres.

Esta “anomalía”, la que planteó una contienda electoral entre tres candidatos parejos –y muy parecidos–, estaba condenada a decantarse entre los dos que finalmente se enfrentarán el próximo 22 de noviembre. El fenómeno “subterráneo” de la decantación por Macri volvió a mostrar que las herramientas que utilizan los encuestadores, por pensar bien, requieren una adecuación.

Ahora bien, ¿cómo llega uno y otro?

Iremos por partes. Macri comienza esta nueva campaña en ascenso, pero más allá de las primeras horas de euforia mantiene los interrogantes que traía antes de este domingo, aunque sin duda no es lo mismo encarar una segunda vuelta a dos puntos de distancia que a ocho o a diez. Macri deberá convencer a los que votaron a Massa –y a los que lo hicieron por Margarita Stolbizer; la izquierda ya anunció que mandará a sus militantes a votar en blanco, lo que anticipadamente favorece a Scioli– de que está en condiciones de gobernar un país con dos o tres peronismos enfrente. El triunfo en territorio bonaerense, donde el peronismo gobernaba desde hace 28 años, da cuenta de un dato electoral novedoso pero mantiene un enorme signo de pregunta alrededor de si sigue vigente el mandato de que el PJ está “condenado” a gobernar la Argentina. Y que cualquier otra fuerza política no garantiza la gobernabilidad.

El hecho de que el peronismo aparezca partido entre kirchneristas y no kirchneristas no es garantía de que, frente a un eventual gobierno de Cambiemos, no terminarían operando unidos, como lo han hecho en tantas otras ocasiones. Claramente los mercados se sienten eufóricos ante la posibilidad de que Macri llegue a la Presidencia, lo que no está claro es “si es bueno o es malo para el pueblo judío”, como planteaba el chiste.

Aquí es donde comienzan a bifurcarse los senderos. Los reacomodamientos hacia adentro del peronismo ya tienen lugar en estas horas. Ni todos los que fueron electos en listas “kirchneristas” lo serán a pie juntillas a partir del 10 de diciembre, ni todos los que llegaron por Massa se pondrán anteojeras cuando se sienten en sus bancas.

En este punto reside la capacidad de negociación del líder renovador (que se apropió de esta palabra con propuestas que atrasan, lo que sin duda es mérito de sus asesores de imagen). No se trata de su capacidad de traccionar votos para Scioli o para Macri sino de su voluntad de negociar un futuro apoyo a cambio de espacios de poder. En Europa a esto se le llamaría coalición, y hoy Massa está tan dispuesto a integrarla con sciolistas como con macristas, más allá de lo que diga públicamente.

En una paradoja de la vida Massa vuelve a su origen, allá en los 90, en la Unión de Centro Democrático de Álvaro Alzogaray, agrupación que lo tuvo entre sus adherentes juveniles. Se convertiría en un árbitro, como la UCeDé en su momento, la que vendió a buen precio esa postura. Pero el antikirchnerismo de los massistas, como buenos conversos, es aún mayor que el de muchos radicales y macristas, lo que podría anticipar en buena medida su voto y le daría la razón a quienes anticipan un triunfo glamoroso de Cambiemos en el ballottage.

(Volviendo a Macri, otra cosa es imaginar cómo sería la cohabitación entre la UCR y la CC, el PRO y el Frente Renovador, lo que añade incertidumbre. Y en cuanto a los errores y horrores de la campaña, atribuibles a la Presidenta, sin duda la elección de Aníbal F. y su segundo, Sabbatella, puede inscribirse en los anales de la política argentina. Fue un disparo en el pié y no es la demostración, como señalan los más conspirativos, de que CFK deseaba que ganara Macri).

Del lado de Scioli la tarea no parece fácil. Debe convencer a los massistas de que un gobierno suyo no será cristinista. La nominación de sus ministros estuvo dirigida a dar una señal en ese sentido pero no parece haber llegado muy profundamente el mensaje. O no fue creíble la movida, después de semanas de demostración de fe kirchnerista. El sciolismo caminaba en la cuerda floja: si seguía excesivamente la estela del kirchnerismo, podía perder votos “por derecha” (lo que sin duda ocurrió); si se mostraba demasiado heterodoxo, podía alejar a los K de paladar negro (lo que también parece haber ocurrido).

En las primeras horas después del shock por el resultado de la elección, los referentes de Cambiemos –básicamente los macristas– salieron a advertir, a coro, que son previsibles y un cambio claro con respecto a lo que hay. Y le bajaron el tono a la discusión de si debe haber shock o gradualismo, lo que se reduciría a anticipar si devaluarán de inmediato y cuánto, o si lo harán a lo largo del primer año de la nueva Administración.

En estos matices se definirá la segunda vuelta.

* Director de gacetamercantil.com

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