El desmesurado universo de los monstruos

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El género fantástico fue \”ninguneado\” por la alta cultura argentina hasta que Jorge Luis Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo le dedicaron una enorme antología. Ahora, el ensayista Carlos Abraham desmenuza los antecedentes en el siglo XIX.

De la Redacción/Télam

Catalogado como monstruoso, también como una saludable salvajada, el libro “La literatura fantástica argentina en el siglo XIX”, de Carlos Abraham, deslumbra con su subyugante desmesura, que permite redimensionar el corpus literario de las ficciones producidas por la cultura argentina durante cien años.

En el prólogo de esta obra, Juan Sasturain destaca este objetivo propuesto por el autor que amplía e incluye muchísimos textos, antes ignorados en ese registro acotado que tuvo la literatura fantástica durante mucho tiempo.

Dentro del debate político general de finales de los años sesenta que puso en cuestión el concepto de Nación e introdujo la problemática de la dependencia adquirieron visibilidad las hasta entonces denominadas literaturas marginales, “todo ese cúmulo de textos proliferantes en los bordes de lo reconocido que no aparecían en la foto de la cultura”, dice Sasturain.

En ese sentido, Abraham “se ocupa de iluminar con precisión y exhaustividad una amplia zona de nuestra producción literaria hasta ahora apenas vislumbrada y muchas veces sin registrar”, apunta Sasturain sobre este libro, recién publicado por el sello “Ciccus”.

En la introducción, el autor aclara que utilizó un criterio inclusivo en el trazado de un panorama lo más completo posible sobre la literatura fantástica en la Argentina que incorpora géneros afines “como la ciencia ficción, la literatura maravillosa y la literatura de lo extraño”, denominadas en su conjunto para su estudio como literaturas de lo insólito.

Desde la definición de los géneros comprendidos en este estudio, el panorama histórico en que se sitúan a nivel mundial, el acento está puesto en recorrer de manera cronológica sus distintas manifestaciones nacionales, desde las más conocidas hasta aquellas casi sin registro o inhallables.

Para completar el libro, se añaden dos apéndices: El primero estudia el proceso de difusión de los autores extranjeros de ciencia ficción y literatura fantástica en este país, mientras que el segundo es una cronología de los textos argentinos pertenecientes a dichos géneros.
Carlos Abraham, nacido en Tandil, en 1975, es profesor y licenciado en Letras de la Universidad Nacional de La Plata. Entre otros textos, ha publicado “Borges y la ciencia ficción”, “Estudios sobre la literatura fantástica”, “Las revistas argentinas de ciencia ficción” y “Las historietas argentinas de ciencia ficción”.

“Como todo género, la literatura fantástica y la ciencia ficción sólo pueden entenderse si se considera el contexto de emisión, tanto literario como social”, subraya Abraham, quien califica a su investigación como “un territorio en buena medida inexplorado”.

Sacando un grupo limitado de autores más o menos canónicos, como Cambaceres, Mansilla, Echeverría, Gutiérrez, Mármol, Miró o Cané, los estudios críticos sobre otros narradores menores son escasísimos.

Y menciona algunas áreas especialmente ignotas: “La narrativa del período 1850-1880, la literatura de las provincias, el periodismo humorístico y satírico, la poesía afroamericana, los almanaques literarios” y el teatro orientado a las clases populares: el recorrido público de las obras solía estar limitado a la representación, sin que fueran editadas posteriormente por lo que existían unos pocos libretos manuscritos.

“Durante el siglo XIX no existió en nuestro país un mercado literario propiamente dicho, con un público lector que hiciera rentable la edición de libros, folletos o revistas. Cuando las obras no eran financiadas por un mecenas (como los cinco tomos de las ‘Obras Completas’ de Echeverría, publicadas en 1874) o por suscriptores que pagaban el libro antes de que éste saliera de la imprenta (como es el caso de ‘Sueños y realidades’ de Juana Manuela Gorriti) debían serlo por el propio autor”, cuenta Abraham.

El investigador señala también en el prólogo el rol de las frecuentes dictaduras militares que tuvieron por costumbre “requisar a mansalva, en las bibliotecas, los textos que no condecían con su estrecha cosmovisión. Su destino, invariablemente, era la hoguera”.

Y repasa los alcances de la literatura de masas, constituida por textos producidos en zonas urbanas con autor conocido y transmitidos por la imprenta, contrapuesta a la literatura fantástica que sólo en períodos muy específicos fue sometida a una producción masiva e industrial “y por lo tanto a una sistematización comercial de sus características”.

“El resto del tiempo fue cultivado principalmente por autores de la ‘literatura culta’”, agrega.

En cuanto a la ciencia ficción y la literatura de horror, “las vertientes más abiertamente consideradas como ‘literatura de masas’ o ‘baja literatura’”, el autor asevera que “un breve recorrido histórico por ambas nos permitirá ver que su pertenencia a esta categoría es parcial y accesoria, no total y esencial”.

La literatura del terror ha tenido dos vertientes en los últimos doscientos años: “la culta, muy afín a la literatura fantástica convencional si exceptuamos su programática intencionalidad terrorífica, que influyó mucho en la literatura decimonónica argentina, y la de masas, producida en serie para el mercado de los folletos (durante el siglo XIX) y de las revistas pulp (siglo XX)”.

En América Latina, Abraham destaca la importancia de la literatura fantástica y de la ciencia ficción en el siglo analizado, sobre todo a partir de la modernización económica, política, social y cultural acontecida en el continente desde 1860.

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