¿Bush vs. Clinton?

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Hillary Clinton asoma como la estrella sin contendientes en el Partido Demócrata y Jeb Bush hace lo propio en el Republicano, pero a un año del inicio del proceso de \”caucus\” y primarias el sucesor (o sucesora) de Barack Obama aún no está claro. Y los precandidatos sobran.

Cuando resta más de un año para que se inicie el proceso de primarias y asambleas electivas (“caucus”) de las que surgirán los designados para intervenir en las internas de republicanos y demócratas, y dos años para las elecciones presidenciales en las que se elegirá al sucesor de Barack Obama, el fin de su segundo mandato exhibe varias curiosidades. 

“Al comparar la lista de posibles candidatos del Partido Demócrata con los del Partido Republicano llama la atención el contraste”, opina Marc Bassets, jefe de la corresponsalía del diario madrileño “El País” en Estados Unidos. “Solo un nombre destaca en el campo demócrata: el de (Hillary) Clinton, ex primera dama, ex senadora, candidata a la Casa Blanca derrotada por Obama durante el proceso de nominación de su partido en 2008 y después jefa de la diplomacia norteamericana con la Administración del actual Presidente”.

El elenco republicano es más amplio, según Bassets, e incluye a personalidades emergentes como el senador Rand Paul, hijo de la estrella de la derecha libertaria, Ron Paul, “y representante de una nueva derecha, cercana al populismo del ‘Tea Party’ en su recelo hacia un Estado federal fuerte, ya sea en materia económica como en cuestiones de seguridad nacional”.

La lista de republicanos que anunciaron su disposición a dar batalla por la nominación es larga: desde el senador tejano Ted Cruz, representante de la derecha más intransigente, a otro político como él de origen cubano, el senador por Florida Marco Rubio, pasando por el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, o el ex gobernador de Florida, Jeb Bush, hermano e hijo de presidentes, a las claras “a priori” la estrella de los “elefants”. 

La carrera será una lucha por la identidad de un Partido Republicano que, bajo el influjo del “Tea Party”, se ha derechizado durante la era Obama. Hay entre los nombres citados dirigentes libertarios y estatistas partidarios de cerrar las fronteras y defensores de la legalización de sin papeles, halcones en política exterior y palomas con inclinaciones aislacionistas. Una “mèlange” que denota que, tal como ocurre desde la campaña de Bill Clinton a comienzos de los noventa, las agendas entre uno y otro gran partido estadounidense están completamente cruzadas.

Aunque Hillary es la vedette indiscutida de los demócratas, la luminaria ideológica del partido del cada vez más opacado Obama es otra. Elizabeth Warren, la senadora por Massachusetts desde 2013, es la voz más combativa contra Wall Street, el Partido Republicano y el establishment demócrata identificado con el matrimonio Clinton.

La izquierda demócrata, que impulsó a Obama hacia la Presidencia en 2008, deposita sus esperanzas en ella, una heroína de la lucha contra los abusos de los bancos y figura del nuevo populismo (en EEUU el término no tiene las mismas connotaciones negativas que en Europa o América latina), contrario al voraz sistema financiero y crítico de las grandes corporaciones.

En una época de desigualdad creciente, la propia Warren –o al menos sus ideas- figurará en los debates para la nominación. En las últimas semanas, la pragmática Clinton, multimillonaria y amiga de Wall Street, ha reproducido en sus discursos algunos argumentos de Warren. Es el aire de los tiempos.

El proceso, desde ahora a la elección presidencial, será tortuoso. Lo primero para cada aspirante son los meses de exploración, de sopesar si la candidatura es viable, si hay dinero para lanzarla, si a la familia le parece bien dedicar casi dos años a una tarea ingrata, que incluye aventurarse por carreteras secundarias, telefonazos a altas horas de la noche para suplicar una donación, noches de moteles decadentes y así sucesivamente.

Clinton es la favorita, no cabe duda. Por su experiencia y talento político. Y porque, si en 2016 logra movilizar a los latinos –la minoría más pujante de EEUU- como lo hiciera Obama en 2008 y 2012, los republicanos la tendrán bien difícil para derrotarla. El problema para los demócratas es que cuentan con pocos políticos latinos de primera fila, a diferencia de los republicanos.

Warren descarta disputarle a Clinton la nominación demócrata. Lo repite en cada entrevista –apunta Bassets que parece que lleva una libreta donde anota cada vez que la nombran-. Primero, porque no es insólito que, hasta que un político declare su candidatura, asegure que no es candidato. Y segundo, porque aunque no se presente –personas cercanas a la senadora dicen que no lo hará- ha logrado definir los términos del debate en su partido y ha forzado a Clinton a abordar cuestiones que hasta hace poco no figuraban en su agenda, como las desigualdades y los excesos de Wall Street.

“Ella me ha dicho a mí y a mucha otra gente que no será candidata”, afirma Roger Hickey, codirector de la Campaña para el Futuro de América, una organización de la izquierda demócrata. “Pero incluso sin presentarse a la presidencia, Warren impulsa a los demócratas y a Hillary Clinton hacia una dirección progresista. Hillary está aprendiendo del liderazgo de Elizabeth”, completó.

El itinerario de Warren es atípico. De 65 años y profesora de Derecho, se especializó en endeudamiento privado y en bancarrotas familiares. En sus libros mezclaba el estudio de las finanzas familiares con consejos sobre cómo gestionarlas mejor.

La suya era una disciplina técnica y poco mediática, hasta que estalló la crisis en 2008. Obama adopto la propuesta de Warren para crear un organismo de protección del consumidor de productos financieros destinada a evitar que se repitiesen estafas como las de las hipotecas basura.

Warren debía presidir la nueva institución, la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, pero el previsible veto en el Senado de los republicanos y los recelos de algunos demócratas cercanos a Wall Street frustraron la candidatura. Warren se convirtió en la voz de la conciencia de la izquierda que achacaba al incontrolable mundo de las finanzas la responsabilidad de la recesión y reprochaba a Obama su timidez para reformar el sistema financiero.

A falta de senadores “presentables” los demócratas han cautivado latinos gracias a Warren. Ha llegado a fascinar al mayor “lobby” latino de EEUU con discursos sobre igualdad de oportunidades, o una reforma legislativa para darles una salida a 11 millones de indocumentados.

Algo de lo que el matrimonio Clinton parece no poderse despegar es de cierto halo de opacidad que rodea a la pareja asociado con el hecho de que los objetivos que uno se pone se pueden lograr a cualquier precio. Nadie ignora las ingentes sumas de dinero donadas a la Fundación Clinton por parte de gobiernos extranjeros y agentes con agendas concretas que, se asume, buscaran rentabilizar sus inversiones una vez que la señora Clinton ocupe el número 1600 de Pennsylvania Avenue.

Sin embargo, son varios los columnistas que recuerdan que las alegaciones de 1992 del Times contra los Clinton en el caso Whitewater por el escándalo inmobiliario de Arkansas se quedaron en nada y que la pareja nunca fue acusada, a pesar del esfuerzo del fiscal independiente Ken Starr.

Obama, il diábolo. Paul Krugman ha escrito que “a estas alturas la derecha ya tiene la idea fija de que el presidente es malvado e incompetente, que todo lo que toque este demócrata ateo, keniano, marxista e islámico –pero sobre todo demócrata- tiene que salir desastrosamente mal. Cuando llegan buenas noticias sobre el presupuesto, la economía o el Obamacare (que, por cierto, está logrando reducir rápidamente el número de personas sin seguro con un costo muy inferior al esperado), hay que negarlas”.

“En un sentido más profundo -añade el controvertido economista-, la ideología conservadora moderna depende por completo de la idea de que los conservadores, y solo ellos, son los que poseen la clave secreta de la prosperidad”.

John Ellis Bush, más conocido como “Jeb”, que acaba de anunciar oficialmente su candidatura a la Casa Blanca, es el tercer miembro de la familia en aspirar a la presidencia de EEUU. Casado con una mexicana, Jeb es el más latino de su estirpe. Su ventaja: la red de contactos y donantes que le aporta su apellido. El inconveniente: la asociación con la presidencia de su hermano, que nadie en su país reivindica.

El periodista S.V.Date (se dice que es quien mejor conoce a la familia) cuenta en su libro “Jeb, America’s next Bush”, que el hijo menor de George creció soñando con la presidencia pero a su hermano, que nunca le importó, le tocó llegar antes.

Jeb cree que ahora le toca a él y buena parte de su trabajo en la campaña consistirá en definirse respecto de su padre, el último presidente en no salir reelegido. No obstante, durante su mandato, entre 1989 y 1993, Estados Unidos derrotó a la Unión Soviétiva en la Guerra Fría y derrotó a Sadam Hussein con una coalición internacional y con el amparo de la ONU. Su legado mejora con los años hasta el punto de que el demócrata Obama reivindica la “realpolitik” de Poppy (así lo llaman en familia a George H.W.Bush). Del hermano George W. mejor no acordarse, dejó tocado al apellido.

La esposa de Jeb, Columba, nació en México. El castellano es una lengua de uso corriente en casa de estos Bush. “Poppy” llamaba a sus nietos (los hijos de Jeb y Columba) los “morenitos”. De joven Jeb vivió en Venezuela (previo a Hugo Chávez y Nicolás Maduro, claro). Su feudo político, su hogar, se encuentra en Miami, una metrópolis estadounidense y latinoamericana.

De 61 años, ex gobernador de Florida convertido al catolicismo, Jeb es un latino cultural capaz de conectar con el grupo demográfico más activo de Estados Unidos: un segmento electoral, el de los ciudadanos de origen latino, que se inclina hacia el Partido Demócrata y cuyo voto en las dos últimas elecciones fue decisivo para la elección de Obama.

Columba no sería Columba sin Jeb. Nacida en un rancho de adobe sin agua caliente y piso de tierra, Columba Garnica Gallo tuvo un padre de profesión bracero, además de alcohólico y golpeador. Tuvo suerte porque a los 16 años conoció a Jeb, que tenía su misma edad.

Y aun así, cuando se escuchan y leen las declaraciones de la mujer, que podría ser la primera hispana en ser Primera Dama, queda la sensación de que incluso todavía hoy, tras más de 40 años de matrimonio, Columba no ha acabado de digerir el hecho de haber ingresado en uno de los linajes políticos más fructíferos de la historia americana, según afirma Yolanda Monge, de la corresponsalía de “El País” en Washington.

Columba dice que no pidió formar parte de la dinastía Bush, que solo quería casarse con el hombre que amaba. “La entrada de Colu en la familia Bush se probaría difícil, un proceso que 30 años después sigue inacabado”, escribían en 2005 Peter y Rochelle Schweizer en su libro “Los Bush: Retrato de una Dinastía” al relatar que el anuncio del matrimonio entre los dos jóvenes cayó en la familia como un rayo de la peor tormenta de Texas. Jeb explico en una entrevista al diario Boston Globe que lo de ellos fue “amor a primera vista”.

Desde el principio quedó claro que Colu no tenía el menor interés en la política y que “cambiaría 20 galas por ver una buena telenovela en el sofá de su casa”, una de las frases que han repetido a lo largo de los años a la prensa quienes mejor la conocen. También dicen que su retrato es el opuesto a una Claire Underwood, la esposa “animal político” de “House of Cards”.

Fruto de este asentado matrimonio son los hijos George Prescott, Noelle Lucila y John Ellis. Cuando “Poppy” andaba en campaña en 1988, los llamó ante la prensa como “los marroncitos”, término que enardeció a Columba aunque ante el abuelo dijo que era una expresión de amor.

Hay once candidatos republicanos más pero es más fácil recordar los que no se van a presentar. Mitt Romney ya dijo que no y de a uno irán cayendo. La que sí tiene esperanzas es la única mujer que se animó, Carly Fiorina, que supo pasar por Argentina en épocas de Carlos Menem, cuando era CEO de Hewlett Packard, de donde fue despedida por falta de rendimiento.

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