Impresiones desde Oslo. A nueve días del atentado

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Es curioso como los preconceptos geopolíticos afectan nuestra percepción. Cuando el pasado viernes 22 de julio a las 3.26 pm escuché una explosión mis oídos me decían que se trataba de una bomba. Pero no podía ser, esas cosas suceden en Tel Aviv, en Nueva York o en Buenos Aires. Pero no en Oslo. Decidí atribuir ese ruido a las usuales tormentas del verano boreal.

A los pocos minutos me senté en un café y allí empezaron a llegar los mensajes. Sí, se trataba de una bomba nomás, a nueve cuadras de donde estaba tomándome el expresso. Se notó un cambio en la gente alrededor y una sensación de irrealidad empezó a imponerse. La incredulidad seguía. \”Debe ser un escape de gas\”, quisimos seguir pensando, aunque la zona de la explosión –oficina del primer ministro, oficinas del diario VG, reparticiones públicas- era un poco sospechosa. Además, debe decirse, los estándares de seguridad edilicia en Noruega son bastante exigentes como para que los caños vayan explotando así como así. Ese tipo de accidentes no sucede.

Muchísimo menos se podía esperar al poco rato cuando, la gente ya frente a televisores y consultando frenéticamente sus celulares, empezaron a llegar informaciones confusas de la matanza que se estaba perpetrando en la isla de Utoya, donde la juventud del partido laborista gobernante se daba cita como todos los veranos. Un hecho de esta naturaleza es de por sí difícil de explicar y de entender, pero que haya sido en Oslo produce una sensación de profundo surrealismo. Decir que Oslo es una ciudad \”tranquila\” no es siquiera empezar a hacerle justicia. El nivel de confianza y honestidad pública alcanza niveles japoneses. En Oslo casi no hay rejas, es muy fácil entrar a cualquier oficina pública, las reparticiones estatales parecen livings, las casas no son fortalezas, los primeros pisos dejan sus ventanas abiertas, en el Teatro Nacional el público cuelga sus abrigos y mochilas en una zona del pasillo que nadie cuida porque no es necesario, ni creo que exista el concepto u oficio de guardarropa. Se respira tranquilidad y confianza en casi todas las instancias de la vida pública y urbana. El nivel de paranoia es cercano a cero. Más aún cuando se sale de excursión a la naturaleza. Hay refugios y cabañas públicas, equipadas y hasta con heladeras de campo llenas de provisiones. El sistema es simple, se puede hacer uso y dormir en ese espacio y luego se anota en un formulario lo consumido. Después llega la cuenta a la dirección que se dejó. No hay robos. Es una sociedad basada en la confianza y el mutualismo: desde sus políticas fiscales progresivas -base del Estado de Bienestar- hasta las relaciones interpersonales. Las reuniones de consorcio son pequeñas celebraciones comunales donde casi solo se contrata trabajos de plomería y electricidad, el resto de las tareas –limpieza, pintura, arreglos varios– son hechas por los propios consorcistas en una suerte de kibutz nórdico. Esto genera un nivel de compromiso y solidaridad realmente curiosos. Si suena un tanto idílico, es porque hasta cierto punto lo es. Que se cuecen habas, se cuecen, pero no en ese terreno.

Vivo entre Oslo y Buenos Aires hace casi tres años. Nunca vi así a esta ciudad. Noruega expresa un nacionalismo benevolente quizás como modo de distinguirse de sus vecinos escandinavos, otrora más poderosos. No hay que olvidar que si bien tiene una larga historia su independencia es relativamente reciente ya que la disolución de la unión con Suecia se produjo recién en 1905. Como un 17 de Mayo –día de la Constitución–, aunque esta vez trágico, Oslo se llenó de flores y banderas e incesantes peregrinaciones por los espacios públicos: lugar del atentando, intendencia, iglesias y así. Como luego de otras tragedias también se ven improvisados recordatorios, más flores, más velas, y hasta algunos jóvenes con carteles que rezan \”free hugs\” abrazando a los transeúntes bien dispuestos, trasponiendo así aunque más no sea por un instante la típica circunspección nórdica.

Me tocó estar en tres ciudades durante conmociones similares y diferentes: 18 de julio de 1994 en Buenos Aires, el 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y este nefasto 22 de julio de 2011, aquí en Oslo. A pesar de este dolor inmenso es difícil decirle a los noruegos que al menos tienen el principio de alivio de saber que éste crimen, en tanto caso policial, está cerrado. Atrapado el perro se empezaría de a poco a terminar con la rabia. Al menos si lo comparamos con la voladura de la AMIA en Buenos Aires, matanza que sigue aún sin culpables. Al parecer en Argentina todos los crímenes son perfectos. Por supuesto, poco consuelo es esto para los oídos escandinavos. Pero vale destacarlo. Tampoco como en los Estados Unidos, luego de las expresiones de solidaridad se escuchan acá pedidos de venganza, violencia, ni un aprovechamiento político de las circunstancias para firmar algún equivalente nórdico del \”Patriot Act\” norteamericano limitando las libertades individuales y blindando interna y externamente la dinámica de lo social.

Por el contrario, tanto el primer ministro Jens Stoltenberg como el intendente de Oslo, Fabian Stang, representan cierta madurez de una clase política que pide más tolerancia, diálogo y democracia. El viernes 29, a una semana del atentado, una multitud de casi 200.000 personas en una ciudad de apenas 600.000 se dieron cita en la plaza del ayuntamiento local, que se encuentra entre la Fortaleza, el Puerto, el Museo del Nobel y la Intendencia. Allí hubo discursos, tristeza y calma, ni crispación, ni pedidos de venganza, ni venceremos, ni no pasaran. Duelo.

Por momentos también se percibe un excesivo autocongratulatorio con el que la sociedad noruega se da un esperable aliento a sí misma, distinguiéndose de otras reacciones posibles y sientiendose \”mejores que Bush\”, y de hecho lo son. Sin embargo, hay que destacar que durante las primeras horas de conmoción se reportaron varios casos de agresiones a personas con \”pinta de musulmanes\”. Hubo trompazos y injurias en el Centro y en el transporte público. Hasta definirse la identidad del atacante, la mayoría de las hipótesis populares –no gubernamentales–temieron muy pronto que se tratase de una atentado tipo Al-Qaeda, o al menos pro-islámico. Quien escribe esta líneas no está exento y fue responsable de tales apresuramientos.

Hablando con la gente en la calle, saber que esta muerte fue sembrada por una versión alocada y local de un desquiciado tipo Timothy Mc Veigh, el asesino de Oklahoma, con principios ideológicos similares al \”Tea Party Movement\” norteamericano, resulta una suerte de alivio. Los aires serían más espesos si este atentado hubiese tenido origen en Oriente Medio. Y si los responsables estuviesen libres. Un manto de sospecha cubriría a la comunidad islámica y las expresiones serían menos de amor, paz y tolerancia.

Va a seguir habiendo un proceso de discusión pública acerca de muchos de los temas que este atentado moviliza: Islam, Europa, inmigración, tolerancia, defensa de lo público. Noruega es una sociedad incrementalmente multiétnica pero al mismo tiempo muy homogénea y quizás hasta algo naïve. Este atentando está poniendo a prueba los límites de la confianza y apertura y la sociedad y sus dirigentes intentan inteligentemente encontrar un delicado balance entre seguridad y libertad.

Twitter: @mosenson

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