Putin descubre la ley de la gravedad

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Hace unos meses, cuando Rusia empezó a flirtear con la idea de invadir Ucrania, se puso de moda hablar sobre como Putin estaba liderando el renacer de un imperio que había dejado de estar convaleciente e iba a plantar cara a la hegemonía occidental. El presidente ruso era un estratega magistral, capaz de sojuzgar un país detrás de otro en las fronteras de su vasto territorio, mientras Europa y Estados Unidos asistían impotentes ante las geniales maquinaciones del Kremlin.

Mi respuesta esos días era que Rusia parecerá muy fiera, pero tiene el mismo PIB que Italia.

Ha pasado casi un año. Obama, en un ejercicio de paciencia encomiable, convenció a los líderes europeos que era hora de apretar a Rusia con sanciones económicas. Estados Unidos siguió haciendo lo mismo que lleva haciendo desde hace años, utilizar su supremacía tecnológica para resolver problemas económicos a base de maquinaria, y esencialmente reventó el mercado petrolífero explotando yacimientos que nadie creía que era factible explotar.

Ha sido cuestión de meses: la caída del precio del crudo ha provocado un agujero fiscal descomunal en los presupuestos rusos, enormemente dependientes de la extracción de recursos naturales. Las sanciones llevaban meses provocando una fuga de capitales considerable del país; con una crisis fiscal en ciernes y la economía cada vez más debilitada, la salida de dinero se ha acelerado aún más. El rublo se ha depreciado prácticamente un 50% desde agosto, cuando las sanciones empezaron a endurecerse; la inflación rusa se ha disparado, y la economía rusa ha entrado enrecesión. Tras varias semanas intentando detener en vano la imparable caída del rublo a base de gastar 80.000 millones de dólares en reservas, esta madrugada el banco central ruso subía los tipos de interés seis puntos y medio de una tacada, del11,5% al 17%. La aventura de Putin se ha convertido en una descomunal crisis cambiaria, con Rusia ahora mismo ejerciendo el papel habitualmente reservado a Argentina en estos acontecimientos.

Vladimir Putin ha descubierto, básicamente, que la ley de la gravedad en economía existe, por mucho que tengas petróleo, tanques y armas nucleares. Rusia sigue siendo un país en decadencia, que había vivido años de falsa prosperidad gracias al petróleo caro, abundante acceso a divisas y acceso a los mercados financieros mundiales para poder pagarse sus caprichos. El problema para Moscú ha sido la combinación del frenazo de la economía mundial combinado con la extraordinaria capacidad de la economía de mercado en Estados Unidos para responder a shocks de oferta (“si el petróleo es tan buen negocio, será cuestión de encontrar más“, esencialmente). El mundo produce hoy más petróleo de lo necesario, y Rusia no tiene nada que vender. Todos esos terrores sobre cómo Putin era un maquiavélico genio del mal han acabado por toparse con una simple restricción presupuestaria. Moscú no puede ser una potencial imperial, porque no tiene dinero para ello.

La crisis a la que se enfrenta Rusia ahora mismo, además, es perfectamente reconocible para cualquiera que haya tratado con países en vías de desarrollo. Rusia no tiene realmente una economía; como ha dicho John McCain en una frase afortunada, Rusia es una gasolinera disfrazada de país. Como todo país dependiente de las exportaciones de recursos naturales, sus gobernantes tienden a creer que cualquier boom exportador es fruto de su genio y que va a durarles eternamente. Como todo país dependiente de las exportaciones, han invertido todo su dinero en el sector que les da dinero, mientras dejaban que el resto de la economía se estancase. Cuando la música se para el flujo de capitales se detiene, el país descubre con horror que todos esos juguetes que se estaban comprando y deudas que estaban contrayendo creyendo que siempre iban a vender montones de petróleo ha desaparecido. El país en crisis ya no tiene divisas entrando, pero tiene que pagar un montón de deudas al exterior primero con reservas, después con rublos que nadie quiere. La moneda cae, pagar las deudas se hace cada vez más difícil, las inversiones en el país se frenan, el consumo se reduce, y todo el mundo que tiene dinero intenta llevárselo a otro sitio con más futuro. Caída aún más fuerte de la moneda local, aumento de la inflación, crisis financiera, etcétera.

La subida de los tipos de interés del banco central ruso es, obviamente, un intento para detener esta salida de dinero. Los depósitos bancarios en Rusia son ahora inversiones mucho más atractivas si te van las emociones fuertes (y no temes que la inflación se te coma los intereses ganados). Mantener el dinero en el país es más rentable; si salen menos rublos, la caída del rublo debería frenarse, y la inflación empezar a caer. Por supuesto, una subida así de demencial de tipos probablemente provocará una caída del crédito demencial en Rusia (a ver quién pide una hipoteca ahora), un desplome de las inversiones productivas, una caída del consumo tremebunda y una recesión de caballo. El desastre cambiario ha acabado por forzar al banco central a escoger entre infligir una recesión al país para salvar el rublo, o dejar que el hundimiento del rublo inflija una recesión descomunal al país*. Que yo sepa, los genios de la estrategia no acostumbran a meterse en estos berenjenales, pero Putin lo ha conseguido.

¿Qué va a suceder ahora? Como señalaba alguien ayer en Twitter, la diferencia entre una crisis monetaria en Argentina y una crisis monetaria en Rusia es que los argentinos tienen psicoanalistas, y los rusos tienen armas nucleares. Aunque la economía rusa es relativamente pequeña (insisto: Italia) si hay un país que realmente no parece buena idea que se hunda en el caos ese es Rusia.

Aún así, esto es poco probable que suceda. Para empezar, Rusia ha pasado crisis mucho peores sin desintegrarse completamente; en los años posteriores a la caída de la Unión Soviética el PIB ruso cayó un 40%, sufrió episodios de hiperinflación desaforada y salió más o menos intacta (de acuerdo, con una cleptocracia autoritaria y un egomaníaco de presidente, pero intacta). Dentro del catálogo de calamidades apocalípticas sufridas por el país en los últimos 100 años, el 4-5% de caída del PIB que prevé su banco central para el 2015 es un mal resfriado. Esto, no obstante, no quiere decir que Putin pueda respirar tranquilo; como señalaba el otro día, las dictaduras personalista como el régimen ruso tienden a ser especialmente vulnerables a las recesiones económicas y sanciones internacionales.

Lo que parece relativamente claro a estas alturas, sin embargo, es que los gritos de pánico, horror y pavor ante el renacimiento ruso de hace unos meses eran muy prematuros. Putin puede tener veleidades imperialistas, pero su país no tiene los recursos para pagarlas. Rusia seguramente seguirá haciendo ruido en Ucrania (trollear a tus vecinos con milicianos con fusiles de segunda mano es barato, al fin y al cabo) pero no puede permitirse ir más allá. La Unión Europea, ese colosal imán económico que ha expandido sus fronteras hasta Ucrania sin pegar un solo tiro, puede dormir más tranquila.

(*) Politólogo español. Del blog Politikon.es

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