Deuda mala

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El New York Times publica un larguísimo reportaje, tan bien escrito como fotografiado, sobre la “industria” de cobradores de deuda impagada en Estados Unidos. Son gente que compra miles de deudas impagadas de tarjeta de crédito, créditos al consumo y demás de gente con pocos recursos a bancos que creen que nunca van a recuperarlas, y hace todo lo posible por recuperar aunque sea una pequeña parte.

Es una práctica mal regulada, con cientos de abogados sin escrúpulos, inversores torticeros y matones financieros operando en chiringuitos minúsculos intentando forzar a gente que paguen algo, lo que sea, a menudo con prácticas que van del engaño (muchas de esas deudas están prescritas) a la extorsión, mientras intentan robarse “clientes” unos a otros.

El artículo es fascinante por tres motivos. Primero, y algo que nunca dejará de sorprenderme, la gigantesca industria de negocios en la sombra en Estados Unidos que se dedican casi única y exclusivamente a joder a gente pobre.

Los cobradores de deuda son una pieza más de la larga lista de negocios que se aprovechan de la desesperación de otros para hacer dinero, desde prestamistas a corto plazo (“pay day loans“) a negocios de alquiler de muebles (aquí son un timo gigante), pasando por nuestros amigos, los vendedores de hipotecas subprime. Como todo en este país, la regulación de estos negocios varía enormemente de un estado a otro (en Connecticut, por ejemplo, conseguimos prohibir las pay-day loans), pero esta clase de gente está por todas partes.

Segundo, la creatividad de estos negocios es sencillamente asombrosa. No tengo ni idea quién fue el primer tipo que se percató que aunque la ley dice que un deuda impagada deja de afectar negativamente el crédito de una persona tras una cantidad determinada de años, no hay nada que prohiba seguir intentando cobrarla, y decidió ir al banco a pedir que le vendieran una lista de morosos que habían dado por imposibles.

Ese hombre aparte de ser una persona horrible que disfruta obligando a viejecitas a que le den dinero, es realmente un tipo con talento. Una de las cosas a las que me dedico en el trabajo es intentar que Connecticut regule estas prácticas (de momento, con éxito limitado en este campo), y escuchar a los “empresarios” intentando evitar que legislen ello sobre es fascinante.

Tercero, y más importante, aunque en este caso la falta de regulación ha generado una industria singularmente nefasta, los efectos de la falta de normativa en la aparición de nuevas industrias son más que aparentes. A grandes rasgos, Europa y Estados Unidos manejan sus economías de forma casi antagónica en este aspecto.

En Estados Unidos, si algo no está regulado y alguien tiene una idea de negocio, el inversor tiene campo libre para hacer lo que quiera; si la cosa funciona y aparece un industria nueva, la regulación vendrá después. En Europa, si algo no está regulado a menudo se espera a que exista legislación antes que nuevos negocios empiecen a aparecer.

El fracking es un ejemplo paradigmático: no había regulación explícita, nadie sabía exactamente quién tenía jurisdicción, así que las empresas empezaron a perforar y si eso molestaba a alguien ya les verían en los tribunales. Dado que el sistema político americano está diseñado a casi todos los niveles para evitar que legislar sobre nada sea fácil, el sistema político a menudo acaba aprobando regulación una vez existe una industria con un pequeño ejército de lobistas detrás.

En Europa, mientras tanto, los gobiernos tienen mucho más poder y pueden aprobar legislación rápidamente, así que los NIMBY y grupos de presión ya existentes a menudo pueden “matar” el crecimiento de nuevos negocios antes que lleguen a ninguna parte.

¿Qué modelo es mejor? Para mi trabajo la verdad es que me encantaría que Estados Unidos tuviera un modelo más europeo; me haría la vida mucho más fácil. Por mucho que Connecticut sea casi un régimen de partido único, sacar adelante legislación es complicado.

Desde el punto de vista de poder construir una economía innovadora, dinámica y llena de tipos con ideas extrañas probando cosas nuevas, el modelo americano es francamente admirable.

Cosas como Uber o Lyft lo tienen mucho más fácil en Estados Unidos. Amazon nunca hubiera podido nacer en España, con sus precios regulados para libros. La increíblemente estúpida legislación sobre enlaces en internet o los aparentemente indestructibles colegios profesionales son ejemplos de viejas industrias protegiéndose de cualquier tipo de innovación a cañonazos regulatorios.

La actitud de los americanos hacia la regulación probablemente no es el único motivo detrás de la existencia de estas industrias horribles dedicadas a joder a los pobres (o en el caso de Wall Street el 2008, a volar la economía mundial por los aires), ni tampoco el único motivo detrás de la mayor propensión a generar nuevos sectores económicos. Aún así, estoy bastante seguro que es de gran ayuda.

(*) Politólogo español residente en EEUU. Columnista de Politikon.es, en donde fue publicada originalmente esta columna.

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