Prensa y política: dos caras de la misma decadencia

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El debate político no se caracteriza por su alto nivel en la Argentina de hoy. La decadencia en la discusión refleja, naturalmente, la pobreza de sus protagonistas y el deterioro de un sistema que nunca se recuperó de la profunda crisis que explotó en 2001.

La campaña electoral que está a punto de comenzar, una vez que el oficialismo anuncie el lanzamiento de la Presidente para su reelección, tiene la particularidad de producirse en medio de una de las confrontaciones mediáticas más tremendas de la historia reciente.

En un rincón está el Grupo Clarín, integrado básicamente por el diario y su portal, Canal 13, radio Mitre y FM100, y la señal de noticias TN, al que deben sumarse el matutino La Nación y la editorial Perfil. En el otro aparece el llamado Grupo Szpolsky, compuesto por una decena de diarios y revistas filokirchneristas entre los que destacan el semanario XXIII y el diario Tiempo Argentino. Y el multimedios América, conducido por los “neokirchneristas” Vila y Manzano.

En el medio, el Gobierno logró algunos acuerdos que neutralizan más que suman a los canales de aire 9 y 11 (Telefé) y a sus noticieros.

La preminencia de la comunicación sobre la política, que no es nueva, es otro dato de la grave situación en la que se encuentra la institucionalidad en el país. Lo inédito, en todo caso, es el grado de violencia del conflicto.

El poder acumulado por el Grupo Clarín en las últimas dos décadas no tiene antecedentes en la prensa de Occidente. Existen grupos de medios con una influencia enorme, pero basada fundamentalmente en el prestigio alcanzado por la calidad de sus periodistas, su independencia y la decisión de investigar a los poderosos, sea que ocupen la cúpula del Estado o la de las diversas corporaciones. En los últimos años, esas “vacas sagradas” se vieron arrastradas por los presuntos intereses superiores de la geopolítica, como quedó en evidencia en la invasión a Irak y la cobertura de la mayoría de los grandes medios sajones. Aquellos intereses, por su parte, eran movidos por el inconmovible complejo militar-industrial que denunciara el presidente Dwigth Eisenhower ya en 1961.

Pero en el plano empresario, en ningún caso es posible encontrar que uno de esos conglomerados facture 6, 7 u 8 veces lo que factura el segundo grupo de medios, como ocurre con Clarín en la Argentina.

El modelo de diversificación dentro de la rama de las comunicaciones que eligió Héctor Magnetto, el CEO de Clarín, se mira en un espejo en otros procesos similares ocurridos en los países centrales pero la imagen argentina deforma: aquí el multimedios de Ernestina Herrera de Noble se convirtió en un monstruo con decenas de cabezas dedicado a desinformar como grupo de presión política para ampliar su abanico de negocios.

El comienzo de la guerra entre Clarín y el Gobierno, precisamente, se produjo cuando el ex presidente Néstor Kirchner detectó, a comienzos de 2008, que Magnetto aspiraba a quedarse con Telecom, la empresa de telecomunicaciones en manos de Telecom Italia y el Grupo Werthein. Si Clarín hubiera pegado ese salto, la acumulación de poder derivada de esa operación hubiera condicionado aún más al poder político.

Kirchner reaccionó como sabía y podía, y atacó para defenderse. “Clarín miente”, rezaba el cartel que le alcanzaron al ex presidente en un acto organizado por “La Cámpora” en pleno conflicto con el campo. Aquella foto, aquel hecho político está llamado a ocupar un lugar importante en la historia argentina contemporánea. Nunca nadie se había animado a tanto; y sería sólo el comienzo.

Como en un efecto dominó, luego llegaría la aprobación parlamentaria de la Ley de Medios Audiovisuales, el avance de la investigación y el zamarreo público de la identidad de los hijos adoptivos de Herrera de Noble y el comienzo de la investigación judicial e histórica de la venta de Papel Prensa en 1976, por citar a los movimientos más conocidos.

Paralelamente, el kirchnerismo se dio a la tarea de armar un multimedios afin. Y lo hizo, tal como describimos más arriba. El argumento de que no se podía dejar hablar “solo a Clarín” estuvo en la base de este operativo, nacido, insisto, con el fin de enfrentar a un poder omnímodo.
Como en tantos otros temas, el kirchnerismo no fue prolijo. Sí pragmático, como queda en claro cuando se analizan las alianzas que concretó con el fin de darle pelea a Clarín en toda la línea.

Hasta podría decirse que, aunque sin tradición en el tema, el kirchnerismo aplicó un modelo similar o equivalente al del consorcio que conduce Magnetto.

No es posible hacer, todavía, un balance ni siquiera provisorio de todas las batallas en las que se involucraron los dos bandos. Y una opinión a primera vista no garantizaría una lectura correcta.

No obstante, es evidente que el primer gobierno que enfrentó al poderoso multimedios puede decir hoy que no sólo soportó decenas y decenas de tapas y páginas en contra, sino que incluso salió fortalecido en términos electorales de esa contienda. Otra cuestión es si ésta es una foto del enfrentamiento o una parte de una película con final incierto.

En efecto, Clarín vende menos diarios y está instalado que es más un formidable aparato de lobby en beneficio propio que un multimedios. Ha sentido los golpes, pero no ha debido vender parte de sus activos como indicaba la Ley de Medios y financieramente está mejor ahora que hace tres años.

Es en el ámbito del periodismo de periodistas, como se conoce al ejercicio autorreferencial de la profesión, donde el daño provocado por esta conflagración resulta más evidente.

En carne viva, todos los días se leen y se escuchan los cruces inpudorosos de periodistas que, de uno y otro lado, se lanzan acusaciones de un tenor que muestra que los intereses en juego no dejan lugar a la elegancia.

No es el fin de esta columna revolver entre la argamasa de las miserias ajenas. Pero un recorrido por algunas frases dichas o escritas acercará al lector una visión cercana a lo que se discute y cómo. Se trata de un doloroso ejercicio para quien esto escribe, pero da cuenta de dónde estamos.

En el marco de una disputa ya añeja que se reactualizó, Horacio Verbitsky, con sorna, aseguró que Jorge Lanata “sólo se mira su ombligo”. El ex director de Página/12 había disparado munición gruesa contra los periodistas “militantes”, entre los cuales incluía a Verbitsky.
Eduardo Aliverti la emprendió entonces contra Lanata. “¿Qué te pasó, Jorge? ¿Qué te pasa? ¿Estás nervioso? ¿Qué hacés mendigando espacios en el territorio de ellos, para decir lo que les conviene contra lo que tanto tiempo soñamos juntos? ¿A vos te parece hacer eso?”, arremetió en Página/12.

Lanata le contestó en el diario sensacionalista “Libre”, de Editorial Perfil. “Eduardo nos pagaba una miseria, y en negro; él, por su parte, ganaba una suma sideral, como si fueran $ 10.000 de ahora, contra $ 500 que cobrábamos nosotros, para dar un ejemplo” (…) “Lo llevé a Página/12 apenas sacamos el diario, ofreciéndole lo que aún sigue haciendo: una columna semanal en la que incluso hoy, 24 años después, sigue perdiendo la batalla contra la sintaxis”.

Pablo Sirvén, en “La Nación”, contra los “militantes”, dijo que “creen que emulan a Rodolfo Walsh y apenas les alcanza para ser una imitación, de mala calidad, de Bernardo Neustadt (…). Hoy es el Día del Periodista y la alusión a tan antagónicos nombres viene al caso para, a partir de sus semblanzas, establecer similitudes y diferencias, más tácitas que explícitas, con el ejército de informadores que revistan en alguna de las múltiples vertientes (audiovisual, gráfica y redes sociales) del creciente aparato estatal y paraoficial de comunicación”.

Sin lugar propio en algún medio importante, Lanata se subió a la controversia y usó la línea iniciada por Sirvén. “Los nuevos Bernardos –escribió– levantan el dedo desde la radio de Moneta, el diario de Szpolski, los programas de Gvirtz, al canal de Manzano. Se asustan de la alianza de De Narváez, pero avalan a Scioli y Moyano. Condenan a Macri pero sostienen a Jaime o a De Vido”.

El propio diario “Clarín” terció en el “debate”: “Cuando Jorge Lanata dirigía Página/12 , el diario investigaba casos de corrupción que involucraban a funcionarios gubernamentales. Pero ahora viene informando del caso Schoklender en cuentagotas, con mayoría de notas sin firma que reflejan la línea editorial del medio”, advirtió en una nota sobre la cobertura oficialista del caso Schoklender. “Clarín arrancó con la primera nota el 26 de mayo y desde esos días una profunda tensión envuelve a los medios oficialistas, que en vez de investigar el caso, priorizan la estrategia de cuestionar a los medios ‘hegemónicos’ y minimizar los hechos de corrupción”.

El Grupo Crónica/BAE, recién llegado al ruedo y desde una mirada sindical, denunció que el Grupo Clarín “no sólo ostenta el monopolio del papel, el monopolio de la publicidad y el monopolio de la distribución. También pretende tener el monopolio de las noticias, acusando de ‘kirchneristas’ a aquellos diarios que no le son obsecuentes con las noticias que ellos pretenden imponer”.

Hay quienes dicen que la guerra de medios tiene la “virtud” de mostrar a todos tal cual son. Es posible. Y es terrible.

*Director de gacetamercantil.com

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