La ciudad sin Francisco Luis

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El 24 de octubre de 1978 moría uno de los más notables poetas líricos argentinos del siglo pasado, Francisco Luis Bernárdez, sucesivamente católico, ultraísta y barroco. Aunque su poesía no resista el paso del tiempo, vale la pena repasarla.

“En la ciudad callada y sola mi voz despierta una/ profunda resonancia./ Mientras la noche va creciendo pronuncio un/ nombre y este nombre me acompaña./ La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz/enamorada”.

El poema “La ciudad sin Laura” es uno de los puntos más altos de la lírica argentina del siglo pasado y se lo debemos al escritor Francisco Luis Bernárdez, de quien se cumplen 35 años de su fallecimiento.
El poeta, que había nacido el 5 de octubre de 1900, tuvo un origen lírico de inspiración cristiana y se vio influenciado por las vanguardias españolas de principios del siglo XX.

Entre 1920 y 1925 vivió en España y Portugal, y al igual que Jorge Luis Borges “se contagió” del ultraísmo. Sin embargo, su primer libro “Orto”, de 1921, carga con un tono modernista que irá perdiendo en “Bazar”, de 1922, y “Kindergarten”, de 1924, más a tono con la vanguardia española.

En los siguientes libros, Bernárdez formará un estilo propio con una fuerte influencia del catolicismo acompañado de un barroquismo formal muy trabajado, como en “Alcándara”, de 1925.

En 1935, Bernárdez recibió el Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires por su libro “El buque” y alcanzará su plenitud en la siguiente década con “Cielo de tierra”, de 1937, “La ciudad sin Laura”, de 1938, “Poemas elementales”, de 1942, y “Poemas de carne y hueso”, de 1944.

Por estos últimos dos poemarios, recibió en 1944 el Premio Nacional de Poesía.

En esa época, logró imponer un estilo a través de su métrica formal y temática amorosa, con excesos retóricos. Ese estilo es muy criticado por la crítica que primó a partir de los años ’50, pero en la primera mitad del siglo pasado tuvo una plenitud que fue elogiada por la mayoría de los grandes escritores sudamericanos.

Bernárdez también publicó “El ruiseñor”, en 1945, “Las estrellas”, en 1947, “El Ángel de la Guarda” y “Poemas nacionales”, ambos en 1949, “La Flor, en 1951, y “El arca”, de 1954.

Vida. Bernárdez era hijo de españoles y a los veinte años viajó a la patria de sus ancestros. Vivió allí desde 1920 hasta 1924, cuando leía a los poetas modernistas que lo influenciaron en sus primeros libros. Además, trabajó como periodista en Vigo, donde fue redactor de “Pueblo gallego” y se relacionó con gran escritores como Ramón María del Valle-Inclán, los hermanos Antonio y Manuel Machado, y Juan Ramón Jiménez. Luego, se radicó por un breve período en Portugal.

Tras su regreso a Buenos Aires, trabajó en el diario “La Nación” y en la revista “Criterio”, en la que escribieron plumas famosas como G. K. Chesterton, Baldomero Fernández Moreno, Gabriela Mistral, y Jorge Luis Borges. Más tarde fue uno de los fundadores del diario “El Mundo”.

En 1937, fue nombrado secretario público de la Biblioteca Municipal “Miguel Cané” en el barrio de Boedo, a donde hizo ingresar a Borges, quien trabajaría allí como catalogador hasta 1946.

También participó con Leopoldo Marechal y el pintor Ballester Peña en “Convivio”, un encuentro de artistas cristianos que constituyó el marco para debatir diferentes aspectos y problemas del arte.

En 1944, asumió en la recién creada Subsecretaría Nacional de Cultura como director general de Cultura Intelectual, al tiempo que Leopoldo Marechal era designado director general de Cultura Estética.

Entre 1944 y 1950, Bernárdez fue director general de Bibliotecas Públicas Municipales. En 1945, junto con Vicente Barbieri, Leónidas Barletta, Ricardo Molinari y Adolfo Bioy Casares, conformó el jurado que galardonó con el primer premio de prosa de la Municipalidad de Buenos Aires a la obra “Uno y el Universo”, de Ernesto Sabato. Cuatro años más tarde ingresó a la Academia Argentina de Letras.

Luego del golpe de Estado de 1955, fue incorporado al servicio extranjero de Argentina, como embajador en Madrid, hasta 1960. Se jubiló como ministro plenipotenciario.

Como su amigo Borges, en sus últimos años quedó ciego.

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