Huelgas a la japonesa

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Como no podía ser de otro modo, algunos conciliadores aparecieron en ocasión de la huelga del 14 de noviembre en España (notable, aunque las patronales y su gobierno del Partido Popular intentaron reducir su impacto). Como lo han hecho en la Argentina muchas veces, proponen que en lugar de una huelga como la que se hizo, con manifestación y palos y corridas para cierre, la “huelga a la japonesa”.

Según esos “conciliadores”, la idea consiste en que todo el personal de una firma –al contrario de lo tradicional en las sociedades industrializadas– no suspende sino que redobla su esfuerzo laboral. Incomprensible para las mentalidades occidentales, aparentemente un epítome de la “New Age” de paz y amor.

Nada más distante de la realidad. Los “conciliadores” viven en una tierna inopia, en la segunda acepción del DRAE (“Ignorar algo que otros conocen, no haberse enterado de ello”).

Los trabajadores japoneses, que atesoran una larga experiencia de enfrentamiento con los capitalistas de su país, han adaptado sus modalidades de protesta a las actuales tendencias de las empresas japonesas.

Una de esas tendencias, causada por la burbuja inmobiliaria de la Isla que elevó a niveles increíbles los precios de los inmuebles convirtiendo en un lujo mantener grandes galpones para materia prima y productos terminados, es el “just in time”.

En breves palabras, consiste en coordinar a los proveedores, la fábrica y sus clientes para que por la punta inicial de la cadena de trabajo ingresen las materias primas y componentes necesarios para la producción inmediata, y por el extremo final salgan directamente a los distribuidores y de allí a la red de consumidores los productos finales. Resultado: no hay necesidad de paralizar capitales muy grandes en inmuebles para acumular.

Segundo resultado del “just in time”: la protesta de los trabajadores más perjudicial para los empresarios es agotar antes de tiempo las materias primas y componentes, antes de que los compradores vengan a buscarlo de acuerdo a las pautas normales. Las empresas deben alquilar espacios para acumular los productos. Con los precios de los inmuebles en niveles de locura, los costos de producción se elevan por el mero hecho del cumplimiento más allá de lo estricto por parte de los trabajadores.

La contradicción fundamental entre capital y trabajo (uff, que olor a marxismo) se mantiene: en su búsqueda insaciable de maximizar ganancias el empresario busca comprimir sus costos laborales con menos trabajadores peor pagados en lo posible. En su resistencia, los trabajadores recurren a la huelga no para beneficiar sino para perjudicar, comprometer, los intereses de los empresarios.

Los “conciliadores” como el consultado por los medios españoles se equivocan por no considerar todos los aspectos de los problemas, que en eso consiste vivir en la inopia.

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