Cristina-Magnetto: los polos que se atraen

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En un punto se necesitan. La oposición precisa hacer pie en algún lugar que le permita remontar el sopor político que atraviesa desde hace años. El oficialismo no puede renunciar al poder antes de tiempo (tampoco quiere). La reforma de la Constitución para habilitar a una eventual re-reelección de Cristina Kirchner funciona como una plataforma que comparten unos y otros, un relato –dirá el kirchnerismo– que facilita el antagonismo.

Un centenar de diputados opositores armaron una performance en la Cámara baja, este martes, con t-shirts incluidas, para firmar una declaración en contra de cualquier intento legislativo de declarar la necesidad de una reforma constitucional, se exprese o no el deseo de incluir una cláusula de re-reelección.
El 70 por ciento de esos legisladores concluirán su mandato el diciembre de 2013. Algo similar ocurre con los senadores que suscribieron un documento semejante la semana pasada. Siete de los 28 legisladores opositores de la Cámara alta dejarán sus bancas en un año. En síntesis, las dos intentonas no son relevantes políticamente, pero en un momento de máxima tensión institucional como este permiten mantener vivo el fantasma gracias al espacio que estas movidas consiguen en los medios opositores.

Casi a diario se instalan estos “hitos” político-mediáticos: lo hace la oposición y lo hace el oficialismo, éste en su más restringido círculo de prensa favorable.

Los dos relatos, cargados de resentimiento histórico, reflejan sin embargo a dos bandos minoritarios. Los que promueven el 8-N y quienes preparan el 7-D muy probablemente consigan movilizaciones importantes. Como siempre ocurre, las grandes mayorías silenciosas están ajenas a la feroz disputa.

En tiempos de guerra, los tibios padecen el resultado del enfrentamiento entre las facciones. Como el pasto cuando se pelean dos elefantes.
Ahora bien, qué diferencia al 8-N del 7-D. Entremos en materia. Este jueves miles de argentinos tomarán las calles de la Capital y de las principales ciudades del país. Lo harán sin una conducción política explícita pero reunidos por una serie de críticas que incluyen, entre otras cuestiones, el cepo al dólar, la falta de libertad, la inflación y el ataque a la prensa libre. La oposición política se ha cuidado de apoyar al 8-N pero sin “contaminarlo”. Aquí se percibe una de tantas contradicciones en el seno de este movimiento: individualmente, la mayoría de sus participantes se consideran apolíticos, una postura que en realidad es negadora del enorme “politicismo” que supone salir a la calle sin banderas pero en contra de un Gobierno reelegido democráticamente hace apenas un año.

El 8-N se explica por el 7-D, como también lo hace el 20-N y lo harán de aquí en más todas las identificaciones de este tipo que se creen. Esta nomenclatura comenzó a utilizarse en épocas recientes en España con el 23-F, aquel golpe patético liderado en 1981 por un policía civil franquista contra el primer gobierno democrático en cuatro décadas. Después sirvió para otras caracterizaciones, como la del 11-M que alude al atentado terrorista en Atocha, la estación central de trenes de Madrid, perpetrado el 11 de marzo de 2004 y que, como consecuencia política, provocó el triunfo electoral del partido Socialista. En fin, que estas denominaciones expresan hitos, momentos de dramatismo, de clivaje en las sociedades. Su elección no es neutral.

Entre uno y otro hito se ubica el 20-N, ese paro y movilización que une a dos sectores hasta ahora antagónicos como el camionero Hugo Moyano y el líder de la CTA opositora, Pablo Micheli. A diferencia del llamamiento del 8-N, doce días más tarde ganará la calle una marcha tradicional, como tradicionales son sus convocantes. Hay que decir que ese día no parece que vaya a nacer nada nuevo, y la perspectiva política de este reagrupamiento sindical encuentra a Micheli tocando el cielo con las manos por el poder de fuego que le suma el moyanismo. Y al líder de los Camioneros en pleno declive sindical, tratando de sacarse apuradamente esa camisa para ponerse la de un político convencional. Se trata de un experimento con final incierto.

El 7-D llegará para mostrar la capacidad de convocatoria del oficialismo, potencia que se descuenta. Pero, ¿habrá cambiado algo el 8 de diciembre en el país? Sea cual sea la decisión que tome el Gobierno en relación al que parece ser su enemigo público número uno, el Grupo Clarín, ese día comenzará una nueva etapa del proceso de polarización que se inició hace poco más de cuatro años con la llamada “guerra del campo”. Etapa en la que, como en una espiral, se acelerarán los tiempos y se profundizarán los enconos, casi nada más.

No por previsible, sin embargo, ese horizonte deja de provocar incertidumbre. En Argentina, está demostrado, siempre las cosas pueden ser peores. En particular porque las fuerzas en pugna están poniendo sobre la mesa todo el arsenal que tienen para derrotar al oponente.
En este contexto, las movilizaciones lucen como aquellos aprestos previos a las grandes batallas anteriores a la Primera Guerra Mundial, en el siglo XIX, mientras los generales observaban con catalejos desde las colinas cercanas.

Nada tan épico sucede ahora. Pero la descarnada lucha por el poder, y por el futuro de la Argentina, está teniendo lugar todos los días, a veces a vista y paciencia de todos, a veces de manera soterrada.

A la vista está que cualquier cosa que encare el Gobierno es obcecadamente destrozada por el multimedios Clarín y los que lo siguen, se trate de otros medios o de políticos opositores. Cada vez resulta más difícil discernir entre los objetivos de Héctor Magnetto y los del radicalismo, el FAP o el Peronismo disidente. Moyano era casi un lavador de dinero para Clarín hace apenas un año y la empresa de recolección de basura que se le atribuye, Covelia, uno de los evidentes instrumentos que utilizaba. Ahora, en la oposición, ya ningún adjetivo negativo acompaña al apellido del líder de la CGT Azopardo en las crónicas del diario del Grupo. Lo mismo, pero al contrario, sucede con Mauricio Macri, junto con Daniel Scioli y algunos dirigentes de la UCR, una de las tantas “esperanzas blancas” que Magnetto promovió para derrotar a Cristina Kirchner, sin éxito, como ya se sabe. Como Macri, por instinto de supervivencia o cálculo empresario, avanzó en algunos acuerdos básicos con el kirchnerismo en la Ciudad, sin renunciar por ahora a un destino nacional en 2015, toda la fuerza del multimedios se volvió en su contra y no hay día en el que no lo “atiendan” en las páginas de Clarín, en los programas de Radio Mitre o en los programas periodísticos de TN.
Bajo cuerda es poco lo que ocurre, posiblemente porque las cartas maestras ya fueron jugadas. La mano está del lado del Gobierno. Y todo indica que va apostar fuerte.

*Director de gacetamercantil.com

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